Pablo Huneeus
Seguir a @HuneeusPablo
EL GRAN AUSENTE: WE THE PEOPLE
por Pablo Huneeus

¿Ha visto alguien un caballo manco? ¿Una mesa de tres patas? ¿Una brújula que le falte un punto cardinal? ¿O un auto con una rueda pinchada? Son todas anomalías que alteran el equilibrio natural de las cosas. Ídem, con la estructura social de la nación.

Quien primero nos advierte esto es el mayor filósofo de la era clásica –Platón (428 – 347 a.C.)–, al inicio de la más elevada y enigmática de sus obras: Timeo o de la Naturaleza, cuando su maestro, Sócrates, abre la discusión sobre el alma del mundo preguntando: "Uno, dos, tres. ¿Pero querido Timeo, y dónde está el cuarto, el último de los que yo agasajé ayer y que me invitó para hoy?"

Timeo, que es un renombrado astrónomo y matemático de la escuela pitagórica, responde que alguna dolencia ha debido acontecerle, porque de ninguna manera faltaría voluntariamente a tan importante reunión, donde han de tratarse materias que, por lo demás, atañen directamente al ausente.

Este cuarto personaje podemos pensar que simboliza al hombre común, objeto de la filosofía, por lo que Sócrates exige: "Entonces será misión vuestra representar el papel del ausente ¿no es así?" Timeo, junto a Hermócrates y Critias, aseguran, a la usanza de los diputados, que así lo harán. Sin embargo, a lo largo de la discusión va penando este desaparecido del escenario, más que sea para aterrizar la discusión.

Tras rememorar la leyenda de la Atlántida, el país de gobierno perfecto que un terremoto hundió en el mar, analizan la esencia de las cosas, empezando por la materia, receptáculo de la idea, que siendo eterna no es inmutable.

A los dos componentes básicos del universo, –materia e idea o sea, tierra y fuego– Dios consideró necesario para la vida agregarle al cuerpo del mundo otros dos elementos: aire y agua.

Del mismo modo, podemos deducir, la vida en sociedad requiere de cuatro elementos para alcanzar su equilibrio: libertad y orden, capital y trabajo.

Si la libertad llega al desenfreno de dañar, sea sí mismo o al otro, el tinglado entero se descompensa. Igualmente, si el afán de orden excede el límite para transformarse en represión, se silencia el diálogo crítico, alimento insustituible del progreso.

Se carga el peso al lado empresarial que controla el capital, que al fin de cuentas es un bien común, y el buque se escora hacia la injusta distribución del ingreso, o sea del honor social, y el consecuente resentimiento, base de la revolución. Se va toda la energía a la huelga o la protesta y se tumba hacia el otro lado, el del caos destructivo.

Es lo que pasa con el modelo que configura hoy nuestras vidas: nos subieron a la fuerza a un largo y angosto buque mal estibado. Avanza, sí, para algunos al menos. Pero el capital financiero, aunado a las fuerzas del orden (gobierno, aparato represivo) al no tener contrapeso, se ensoberbece demasiado como para apreciar el desequilibrio que lleva a su propio hundimiento, junto a todos cuantos van a bordo.

Falta el factor humano, convencer no imponer, escuchar al otro, en una palabra, la gente misma. "Vox populi, vox Dei."

O sea, el gran ausente del diálogo metafísico es "We the people" (nosotros el pueblo) que lidera la Constitución de los Estados Unidos desde 1787.

La idea del pueblo activo, protagonista de su destino, esa conciencia crítica que debe alimentar cada célula del cuerpo social ¿donde está?

Liquidan la agricultura familiar, bombardean Bagdad, la de Las Mil y Una Noches; convierten la Alameda, columna vertebral de nuestra historia, en corredor de buses; arrasan con los habitantes de Tierra Santa, les roban el agua a las comunidades aymaras de Atacama, acaban por tratado la industria nacional, corren a los mapuches de sus fincas para dar cabida a las forestales, ocupan los caladeros ancestrales con jaulas de salmoneras, transforman la educación en negocio y la salud en mercancía, y nada.

Los políticos profesionales y especuladores financieros saquean impunemente millones de dólares de las arcas fiscales, la burocracia judicial tiende su manto protector a los potentados que se deleitan fornicando a niños, aumentan a casi un quinto el impuesto que pagan los pobres, se duplica el seguro obligatorio, los negociantes inmobiliarios masacran con edificios los barrios establecidos, charquean parques y plazas públicas, convierten los caminos en un enrejado de peajes, acaban con la prensa independiente, y lo que Ercilla describe como "la gente que produce es tan granada, tan soberbia, gallarda y belicosa" ahora está toda entrampada en las deudas impagables que tienden las financieras, temiendo perder casa y familia.

¿Y dónde está el cuarto, querido Timeo?

Copyright Pablo Huneeus