Pablo Huneeus
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EN UN DIA COMO HOY
por Pablo Huneeus

29 de Agosto de 1996:
En un día como hoy, los descendientes de doña Virginia Cox Balmaceda, mi madre, nos juntamos en el “Divertimento Ristorante”, de Santiago.

Era su fiesta de cumpleaños, verdadero rito de familia para el cual nos íbamos turnando los hermanos oficiar el discurso de homenaje. Pero en esa ocasión, ella súbitamente se alzó de su asiento en la mesa de honor, con un cuchillo golpeó firmemente una copa para hacernos callar, desenfundó un papel y nos leyó a viva voz el siguiente testimonio de su paso por la Tierra:

“He vivido 31.756 días, de los cuales 1.890 embarazada. Nací desatinada: octava, gordiflona, voraz y no tan rubia como los demás (hermanos Cox Balmaceda, diez en total).

Debo mi salud a mi mama Laura (nodriza de Leyda) que me amamantó hasta los dos años. Carecí del refinamiento innato que lucían mis hermanas y jamás me plegué a recitar poesías o a cantar en francés.

La “Pataleta” fue respetada y temida, revolcones, chillidos, lágrimas y temibles mordiscos me hacían intocable. Baños de azufre—aroma a diablo— me dieron cierto prestigio. El único remedio era la presencia de mi padre (don Ricardo Cox Méndez), su mirada quemante y unas buenas palmadas en el trasero.

Mi Mamacita frágil y dulce me cobijó a su medida, sin lograr explicarse estos temibles estallidos. (A los nueve años de edad, cuando vivían en Ginebra, pierde a su madre, doña Teresa Balmaceda Zañartu, quien falleció allá el 19 de julio de 1919)

Entre mis hermanos adoré a mi hermanita Victoria, rubia como el lino, delicada y frágil. Eduardo, me tiranizó con clases de Gramática y Literatura, “no eres tan tonta”, me decía. Lo quise ciegamente. Gracias a él me transformé en la primera de mi clase.

El peor recuerdo del colegio (internado de las Monjas Inglesas): “la Separación del Pensionado”. Interminables días aislada en una celda sin muebles. Por milagro, un cordelito de saltar. Cuando salí, bien entretenida y ante la sorpresa espantada del Pensionado salté por encima a la Hermanita Henríquez, una monja semi-enana. El impacto fue terrible. Considerada “diabólica” estuve castigada durante meses.

Cucho (Agustín Huneeus Salas), que visitaba a mis hermanas mayores, me deslumbró. Un hombre de pantalones largos, altivo, sin miedos.

Luego comprendí que yo le gustaba. Una carta de amor en la reja de mi ventana me lo confirmó.

Hijo del mejor amigo de mi padre, decidido e impaciente, nos casamos con gran ceremonia siendo yo todavía una chiquilla.

A los nueve meses y medio nació María Virginia. Nunca había visto de cerca a una guagua. Ella estaba ahí en mi cama mirándome con sus inmensos ojos azules. Me asustó un poquito, la olfatee y poco a poco me atreví a tocarla, besarla y acariciarla – y por supuesto a quererla.

Año tras año fueron apareciendo los aquí presentes.

El primer varón —Cucho — (Agustín Huneeus Cox) fue el delirio tanto para mí como para mi suegro don Francisco Huneeus Gana, quien a toda costa quería perpetuar el apellido. (Ver “Los fantasmas de Pirque”)

Luego comenzaron los viajes, años en Estados Unidos. Los niños en colegios. Me lancé a la Universidad para perfeccionar mi inglés, estudiar Literatura, etc.

Esos primeros contactos con escritores y literatos fue lo que más tarde me valió —a través del Pen Club—, las muchas invitaciones como Delegada Oficial de Chile a Londres, París, Seúl, Tokio, Costa de Marfil, etc.

Me siento feliz y realizada con esta magnífica y numerosa descendencia. Los quiero mucho a todos y a cada uno. Ojalá tengan paz, felicidad, alegría y sobre todo, mantengan contacto unos con otros.”

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Virginia Cox, se elevó a la eternidad el 3 de octubre de 2002, fecha en que perdimos contacto unos con otros.

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