Pablo Huneeus
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El 5 de septiembre de 1914, en la provincia de Champagne, Francia, junto con desatar el mariscal Joffre la batalla de Le Marne contra los alemanes, en la provincia de Ñuble, Chile, Nicanor Parra Sandoval lanza su primer grito contra los lateros. En homenaje a los cien años que entera nuestro amigo avivando la cueca, aquí va la versión completa del capítulo XII del libro «En Aquel Tiempo».

LA NOCHE QUE INCENDIARON LA CARPA DE PARRA
por Pablo Huneeus

En la pared frente a mi escritorio, bajo una reproducción de Corot y detrás de una escultura de Domingo Llanos, hay un afiche que dice:

«TEATRO LA FERIA presenta HOJAS DE PARRA
Salto mortal en un acto con textos de NICANOR PARRA con
JOSE MANUEL SALCEDO / JAIME VADELL
Los payasos Polito/Matita/Pitito
El alambrista Oscar Ríos
La malabarista Roxana» (Sigue)

Es el programa de una obra, mitad tragedia, mitad comedia, que alcanzó a darse nueve noches en una carpa de circo que pusieron en un sitio eriazo de Providencia con Marchant Pereira, frente al solemne «Banco de Chile», donde ahora hay un negocio de automóviles «Datsun».

De todos los dramones que actores de distinta calaña representan en el escenario público de la fértil provincia y señalada, es el más decidor que éste ciudadano haya visto en vivo y directo.

¿Y el golpe? (El del 11-sep-73 contra el presidente Allende).

También estuve ahí. No fue lo que dicen: de combate tuvo poco o nada, era un ataque con armas de guerra a un edificio histórico –el palacio de La Moneda data del año 1800– sin posibilidad alguna de ofrecer resistencia.

Llegué al jaleo de puro despistado. Tanto me habían refregado perderme el jocoso «tanquetazo» del coronel Souper, –junio 1973– el del blindado en panne de bencina, que el martes 11 de septiembre, cuando supe de otro operativo castrense, convidé a mi señora a verlo.

Desde calle Moneda, que pasa frente al pórtico norte del palacio, vi los jets cazabombarderos «Hawker Hunter», lanzarle cohetes explosivos a la sede de gobierno. Sobre la fachada, de un asta blanca flameaba con la brisa sur de septiembre la bandera chilena; ondeaba suavemente con la misma brisa que encumbra volantines.

¡Qué bestias! –dijo Luz María en cuanto pasó el ruido. ¡Qué tontera!, añadí en consideración a tratarse de un blanco indefenso, militarmente propenso a capturarse con comandos «Boinas negras», y sin necesidad de destruir los originales de los tratados suscritos por Chile.

Aunque recorrimos el centro de punta a cabo, no pude ver otro foco de actividad aparte de La Moneda, que la tenían sitiada. Una señora haciendo cola en una panadería en calle Lira, nos dijo que estaban disparando desde el edificio de la ENDESA. Unos muchachos de liceo, que llegaron corriendo por calle Estado, dijeron muy agitados, que disparaban desde el edificio de CORMU, al otro lado de Alameda y que le habían pegado un balazo a un colegial. Lo demás –detener a los francotiradores que quedaran en algún edificio público– era más una faena policial, de poner orden, que un combate propiamente tal.

Obreros de algunas industrias se atrincheraron esa mañana al interior de algunas fábricas a la espera de instrucciones de los próceres socialistas. Pero, siguiendo al capitán Araya, dejaron a su gente sola en la playa, por lo que el escaso proletariado que quedó a la espera de dar la pelea, optó por irse a casa.

En el resto del país tampoco hubo resistencia a la intromisión militar. El trabajo estaba hecho por la sociedad civil que en democracia, haciendo uso del derecho de manifestarse y de expresar opiniones, había llegado al consenso de cambiar de gobierno.

Fue, pues, un golpe de gracia, el empujón final de un movimiento iniciado por las mujeres cuicas, reforzado por los mineros, ampliado por los camioneros, y remachado por un amplio consenso.

Al otro día, salió el sol por donde siempre. No sentí el cambio tan bullado por los que subieron, como sufrido por los que cayeron. No vi llegar la nueva era ni acabarse el mundo. Para el hombre común, había muerto el rey, no la monarquía, o sea a trabajar mandan.

La manipulación autoritaria, el miedo programado, la rapiña legal, los privilegios de la familia real, la cantinela ideológica, –de nuevo cuño pero igualmente chanta– y el afán del Estado por intervenir la vida personal, siguieron acentuándose en desmedro de la libertad del individuo para decidir su destino.

Falta de compromiso, dejación, ingenuidad, lo que sea, pero vine a salir del sopor mental post golpe, tres años y medio después, bajo una lona de circo. Ahí, por fin, entendí cuán zonzo fue el ganso al despertar al león.

Estamos en la típica carpa de circo pobre, sentados sobre gradas de tablones, mirando el ruedo central a la espera de que se inicie la función. Un auxiliar tensa los trapecios, vendedores ambulantes recorren la galería ofreciendo maní tostado y confitado.

Costó, sí, conseguir entradas. En cuanto la estrenaron, la gente se abalanzó a verla. En un país en que se dejó de hablar de política, o sea en qué quedamos sin tema alguno de conversación, esta obra pasó a ser la novedad a vuelta de vacaciones. Sin embargo, el diario «La Segunda» la acusa de injuriosa a la Junta Militar.

El público es ecuménico. Hay desde duques del antiguo régimen hasta economistas de éste. Si la política quebró la República, el arte la une.

Aparece el típico señor Corales (Salcedo) y con voz rimbombante anuncia los números: El equilibrista Ríos, el médico a palos, el verdugo imaginario, el trapecista Poli, el cesante fortuito y la malabarista Roxana, quien hará el show de la cuerda floja, entretenimiento que ahora gran cantidad de chilenos practica.

Con esa ironía, uno ve a la negrita Roxana con otros ojos. Ya no es la simple malabarista, es uno mismo en el circo pobre que es Chile, haciendo malabares para vivir.

En eso, aparece un caballero de cuello y corbata, muy elegante (Vadell) que pide suspender la función.
–¿Está loco? –dice señor Corales –¿Cree que vivo de bolitas de dulce?
–Es que se trata de la proclamación para mi campaña.
–Menos todavía, –replica Corales, –cuestiones políticas nica, ¿no sabe en qué país estamos?

El caballero ofrece buen billete, el borra escrúpulos, y la comparsa entera se pone a su servicio.

Resulta que él es Don Nadie, candidato a la Presidencia. Izan un lienzo, con el slogan de su campaña:

«LA IZQUIERDA Y LA DERECHA UNIDAS
JAMÁS SERÁN VENCIDAS»

Don Nadie, dueño de todo, expone su programa:

«Nadie le pondrá fin a la inflación.
Nadie reducirá los gastos públicos.
Nadie equilibrará la balanza de pagos.
Nadie respetará nuestros derechos.
¿Quién hará realidad nuestros sueños?
¡Nadie! (corean sus seguidores).
¿Quién sacará la cara por nosotros?
¡Nadie! (corea también el público).
¿Quién realmente dice lo que piensa? ¡Nadie!
¿Quién realmente piensa lo que dice? ¡Nadie! (risas)
¿Quién subirá los sueldos y salarios? ¡Nadie! (fuertes gritos)
¿Quién bajará los arriendos? ¡Nadie!
¿Quién le torcerá el cuello al cisne rubendariano? ¡Nadie!
¿Quién incrementará la producción? ¡Nadie!
¿Quién reestructurará la educación? ¡Nadie!
¿Quién acelerará la extremaunción? ¡Nadie!
¿Quién pondrá a Dios en el lugar que le corresponde? ¡Nadie!
¿Quién pintará de rojo los copihues? ¡Nadie!
¿Quién pintará los copihues de rojo? ¡Nadie!
Entonces todos a votar por Nadie.
Nadie al poder.
Nadie a la Primera Magistratura de la República.
Ambigüedad o muerte. ¡Venceremos! »

Entra un cortejo fúnebre. El señor Corales y su comparsa, ahora oficiando de llorones para entierros, despiden al difunto con rimas del poeta Gustavo Adolfo Bécquer: «Dios mío, qué solos se quedan los muertos.”

Siguen otros números de circo propiamente tal, payasos y trapecistas. A todo esto, desde el inicio de la función y sin explicación, entra un mozo al ruedo a poner cruces de cementerio. Termina de instalar una, y al rato otra más. ¿Es el circo de gobierno que se convierte en mortandad? ¿Los payasos eran asesinos?

Llega un contrabandista con su maleta. Cuando le preguntan que trae, se queja de la libre importación. Ahora se dedica a la mercadería prohibida: ¡productos chilenos! La comparsa se abalanza sobre las novedades.

¡Aprovechen!, que estas cuestiones van a desaparecer, agrega al abrir su maleta. Lentamente exhibe sus tesoros: ¡Medias «Labán»! ¡Jabón de tocador «Rococó»! ¡Un tarro de «Cocoa Peptonizada Raff»! ¡Una «Sindelita»!

Y para los niños, ¡un remolino de papel y trompos!

Es un sentido responso a la industria chilena, en medio de la batahola de importaciones que ha paralizado más industrias nacionales que huelgas y sismos juntos.

El número adquiere un aire emotivo cuando el contrabandista, siempre temeroso de ser sorprendido traficando cosas hechas en Chile, extrae de su maleta un disco de la cantautora Violeta Parra (1917–67).

Salta al ruedo el propio Nicanor Parra, su hermano mayor, a rendirle homenaje, «bailarina del agua transparente, árbol lleno de pájaros cantores.”

En la penumbra surge la comparsa, ahora en romería a “la tumba del poeta desconocido.” En tono de letanía cantan:

«Manuel Magallanes Moure ¡Presente!
Alonso de Ercilla y Zúñiga ¡Presente!
Carlos Ibáñez del Campo ¡Presente!
El que te dije
El que te jedi
Gabriela Mistral ¡Presente!
Pablo Neruda ¡Presente!
Lomito palta mayo ¡Que corra maestro!
Manuel Plaza ¡Que corra maestro!
Filete mignon champignon ¡Ausente!
Víctor Domingo Silva ¡Presente!
Constitución Política del Estado ¡En veremos!
Derechos humanos ¡Presente!
Humanos derechos ¡Ausente!
Anita Lizana, poeta de la raqueta ¡Presente! »

A todo esto, el ruedo se ha llenado de tantas cruces que hasta a los mismos payasos les queda poco espacio para actuar. El señor Corales le pide al candidato, señor Nadie, que por favor interceda ante para arreglar esto.

–Por supuesto, –contesta muy amable, –Nadie le va a solucionar su problema.
En otro número, el señor Corales y don Nadie cantan:

«Lo queramos o no, sólo tenemos tres alternativas. El ayer, el presente y el mañana. En resumen, sólo nos va quedando el mañana Yo levanto mi copa por ese día que no llega nunca. »

Pero el verdadero Nadie reacciona sin tardanza. Al día siguiente aparecieron inspectores municipales a notificar que no podía seguir dándose tal pieza porque la susodicha carpa carecía de urinarios acordes con el Código Sanitario.

Esa misma mañana la empresa constructora Edmundo Pérez instaló los WC requeridos. El funcionario de sanidad levantó la sanción, pero cuando Nadie quiere algo, se hace. Al comenzar la función, llegó un piquete de carabineros, premunido de una orden del alcalde de Providencia de suspender la obra.

–¡Debe ser un malentendido! –le reclama Salcedo al oficial, –el alcalde quedó de recibirnos mañana a las 11:30h.

Como la función ya había comenzado, para no crear alboroto –Nadie teme al alboroto– dejaron terminarla.

Esa misma noche, jueves 24 de marzo de 1977, en horas del toque de queda, cuando sólo agentes de gobierno pueden circular, Nadie, nunca se supo quién, le lanzó a la carpa dos granadas incendiarias. Ardió en minutos, antes de arribar los bomberos.

Ver para creer, a primera hora fui a mirar los estragos. Quedaban sólo unas varas mojadas, medio chamuscadas, y el ruedo del circo estaba intacto (era de tierra al fin). Los trapecios, el armado de la cuerda floja, los altoparlantes, las gradas, todo en el suelo. El fuego había consumido el tabique de los baños, dejando los flamantes excusados a pleno sol, cual sepulcros blanqueados. Al salir, noté las miradas gélidas de dos agentes. Nadie me vigilaba.

Temeroso, al terminar de hacer clases, enfilé hacia la casa quinta de Nicanor a los pies de la cordillera. Toco la campana de iglesia que tiene a la entrada y sale el poeta en bata. No, no ha venido persona alguna a verme. Supe por la radio, no tengo idea. ¿Qué sabes tú?

Estaba solo, con sus canas más electrizadas que nunca, aterrado de que vinieran a llevárselo preso. No quería que me fuera. Preparó té, calentó pan y mientras oscurecía, me entretuvo hablando del poeta germano Rainer María Rilke.

Pero no era el simbolismo de sus versos el problema, era el significado de lo sucedido.

El mensaje era claro. Estaba prohibido usar la cabeza para algo más que pegarle a la pelota. Ingenio, sátira, o arte vivo, ¡no! Habían dado la partida al apagón cultural.

Guardé el programa en recuerdo del último suspiro de la primera libertad con que nacemos, la de expresión. Al final dice, como cerrando el telón de aquel tiempo:

«Anda risa con llanto
Se acabó el canto.»

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