Pablo Huneeus
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LA EXCAVACION
por Pablo Huneeus

Acabo de ver “La excavación” (The Dig, Netflix, 1h 52min) película que lleva a esa parte olvidada del corazón que a los doce latía descontrolado en la matiné del teatro Las Lilas, al rozarle los dedos a la niña de la casa del frente, cuando fuimos caminando, acompañados por su nana, a ver “Love Story”.

Trata de la excavación de una piragua del siglo VI, preservada como rito funerario bajo lo que es hoy un simple pastizal con raros túmulos, que a nadie interesan, pero que un cava zanjas de campo sospecha ser un vasto cementerio olvidado. Está en la estancia de una viuda tristona, lady Edith Pretty, interpretada por Carey Mulligan, quien siempre ha sentido un raro magnetismo en ese potrero salobre, a pasos de su mansión estilo Tudor antiguo, que bordea la entrada del río al mar del Norte.

Así, lo que empieza como un mero saqueo de piezas arqueológicas, pronto revela la añoranza por encontrar el tesoro perdido, no en la forma de collares de oro o piezas de museo, sino al interior de uno mismo. Fuimos hechos por gente del pasado, dice la película, y nuestros ancestros viven en nosotros, sin que lo reconozcamos, pues la condición humana es mitad glorias navales, mitad caídas de porquería.

En general vemos actores dedicados a lucir su ego, sin adentrarse en el “ethos” del personaje y producciones que lanzan artilugios deslumbrantes, pero que nada aportan a la melodía central, si la hay. Aquí en cambio, sentimos la unidad de propósito que anima este filme desde las bandadas de sombrías aves que cruzan el cielo hasta el desganado nudo de la corbata, pasando, claro está, por la dirección actoral. El elenco completo, aunque cada cual a su manera, denota padecer el “spleen” inglés, esa suerte de escepticismo socarrón, típico del carácter británico.

Marca al personaje de Carey Mulligan (36), hasta borrarle su personalidad real, reconocidamente alegre, para que ella absorba la arrogancia y melancolía de su personaje, mucho mayor, y pueda desde adentro proyectar de modo convincente sus trancas.

Igual, Ralph Fiennes (58), nacido en el condado de Suffolk, donde ocurre el drama; con su vieja chaqueta de tweed da la idea de nunca haber sido otra cosa que el avejentado hijo de un labrador venido a menos. Y la adorable Lily James (32) que la hemos visto de dicharachera condesa en la serie “Dowton Abbey”, aquí es la estudiante en práctica, cuya reprimida sensualidad aviva transgresiones al VI mandamiento.

Es el menú de una cena de ensueño, en que el chef (el director Simone Stone) amablemente nos ofrece delicados guisos de ternura, suavidad e insinuación, servidos en loza de tía abuela. Sin apuro ni bulla, vamos rumiando cada plato servido con cariño sobre el mantel del espíritu.

La música, muy discreta, genial… ¡bah! y al final, como si siguiéramos en la matiné del teatro demolido, la Vero y yo estábamos tomados de la mano.

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