Pablo Huneeus
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EL DIECIOCHO CHINO
por Pablo Huneeus

Hasta la banderita chilena que para estos días de Fiestas Patrias enarbola el taxista viene ahora de la República Popular China.

El volantín encumbrado en las brisas de Septiembre —tanto el tricolor como el cada vez más frecuente pajarraco de estilo oriental—, el carrete con hilo de seda, las varillas de repuesto, el sombrero huaso con faja y polainas que en la Estación Central un carpintero le compraba ayer a su hijo para el acto folklórico de su escuela en Lo Espejo, los colorinches vestidos de Carmela de San Rosendo en todas sus tallas, las jarras para empinar chicha de Curavaví, los platos para servirse el cauceo (con tomate híbrido sí), la parrilla del asado, el cuchillo y tenedor para llevárselo a la boca, las guitarras de las cantoras, el equipo de amplificación por el cual “La Consentida” llega a nuestros oídos, los trompos y emboques para rememorar los juegos tradicionales, los pantalones de quien baila cueca y su pañuelo blanco también, las guirnaldas que adornan la fondas, los zapatos nuevos que para esta fecha acostumbra a comprar la gente, los trajes pascuenses y chilotes que ofrece el comercio, los uniformes y galones de la parada militar y las banderas chilenas, chicas y grandes, que plantamos arriba de la casa, mi alma, es todo hecho en China.

Barco tras barco atiborrando los puertos, container tras container sobre los camiones, son miles y miles de ominosas cajas de cartón, las típicas con letras negras, que llegan diariamente a cada tienda, supermercado y negocio callejero del país. De un cuanto hay viene, menos libros de autores chilenos por ahora, y quien visite negocios, ya a comienzos de Agosto habrá advertido cómo las camionetas de reparto estaban entregando la flamante mercadería dieciochera, toda de procedencia asiática.

Barato sí, como barato es exportar el trabajo que conlleva fabricar todo eso. Porque al importar un producto que normalmente hacen manos chilenas, se exporta empleo al extranjero, en este caso al insaciable régimen totalitario de China comunista, con sus 600 millones de campesinos hambreados que todavía esperan ansiosos trabajar en la ciudad por un pocillo de arroz que sea.

Los operarios de las fábricas de juguetes Disney en China, se ha denunciado, ganan apenas 400 yuans mensuales, ($26.000.-) sin sobretiempo y trabajan en condiciones inhumanas de mugre, accidentabilidad y calor. Entre dos y cuatro millones de prisioneros están en campos de trabajo forzado, dedicados principalmente a la fabricación de equipos ópticos.

Y barato por hoy no más, porque con milenaria paciencia el Politburó Mandarín espera que se desmantele la industria de otros países, como ocurrió con la textil y del calzado chilenas, para luego, al tener el dominio total del mercado, cobrar lo que quieran.

¿Se extraña alguien que haya cesantía? Globalización, libre comercio, le llaman a eso. Sin embargo, para que haya comercio justo, a igual que en el fútbol, la cancha debe estar pareja. Iguales condiciones de trabajo, nada de dumping con apoyo estatal, como practica China, aquí y en la quebrada del ají igual crédito para bienes de capital y reciprocidad de intercambio: cada país le vende a otro tanto como le compra.

O reinstaurar la esclavitud o perecer, manda el patrón. Bajar, pues, el salario mínimo, desmantelar el movimiento obrero, cañón de agua y gases tóxicos contra los estudiantes. Tiananmen 1989, cuando los carabineros pekineses masacraron a cientos de estudiantes que reclamaban reformas, es el modelo.

Por eso, cuando veas bailar cueca este dieciocho mira como el bravo, metido en un zapato chino, taconea como puede mientras agita tristemente su pañuelo: es la bandera blanca del producto chileno.

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