Pablo Huneeus
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DE OBAMA A ORREGO
por Pablo Huneeus (jubilado de 68 años)

Una consecuencia insólita de que el pueblo norteamericano haya elegido Presidente al senador del remoto estado de Illinois, de 47 años, es que al sur del mundo haya arrancado el movimiento para que el alcalde de la populosa comuna de Peñalolén, Claudio Orrego, de 42, sea el mandamás de un país aquejado de artrosis senil.

Es un hombre de carisma, ese don de entusiasmar multitudes que Dios concede a algunas personas señaladas para liderar.

Tal como en el bosque la descomposición del árbol caído es el abono que aviva al renoval, el reblandecimiento de la vieja guardia de la política chilensis es el humus que nutre al cogollo de buena cepa.

¡Y de qué buena cepa es el hijo de Valentina Larraín Bunster y mi amigo sociólogo y escritor Claudio Orrego Vicuña (1939-1982), descendiente, por añadidura, de don Benjamín Vicuña Mackenna (1836-1886), el mejor alcalde, urbanista e historiador de la República!

Suena anticuado ¿verdad? fijarse, cual aficionado a la hípica, en la estirpe del caballo al que apostamos, como si todo viniera por familia. ¿Por qué no contar del fervor con que los maestros de una construcción cercana, me hablan de Orrego? ¿O de su idealismo y energía? Es que ahí, precisamente, está el nudo del asunto: los viejos sentimos de otra manera la vida.

Nos volvemos hacia adentro, hacia la reflexión y como si una fuerza inexorable arrastrara la mente hacia otro horizonte, más íntimo y trascendente a la vez, pasada la madurez nos vamos desconectando del bate bate chocolate que mueve al mundo.

Ya el padre de la ciencia –Aristóteles (384-322 a.C.) – plantea que a los cincuenta el hombre alcanza su plenitud, que es la edad en que el espadachín Miguel de Cervantes, se sienta a escribir “Don Quijote” y el escultor en piedra Michelangelo, deja el combo y el cincel para diseñar la basílica de San Pedro en Roma, una de las maravillas de la arquitectura universal. Pero, después ¿qué viene?

Por cierto, a los sesenta, setenta y noventa, el hombre sabio está llamado a realizar importantes aportes. La historia y la vida misma nos muestran miles de casos de ancianos que aprovechan productivamente su experiencia para crear obras valiosísimas, dar cátedra, ayudar con los nietos y aconsejar a las nuevas generaciones. Pero es siempre en otro rol, más profundo si se quiere, y en la medida en que uno asuma que ya no sirve para jugar en la selección.

Entonces, un mal transversal de la esfera pública –partidos políticos, gobierno, poder judicial, defensa, educación, Iglesia– es el anquilosamiento por edad. Por todos lados el quehacer nacional se encuentra abultado por una plana mayor sobre madura, desganada, que no hace ni deja hacer, pues su norte no es otro que su propia y personalísima comodidad.

La misma Independencia de 1810 y formación de la República a lo largo del siglo XIX, se puede interpretar como el desplazamiento de una gerontocracia realista llevada a cabo por una nueva generación, enraizada al terruño y con ganas de jugarse de cuerpo y alma por Chile. Bernardo O’Higgins, aún no cumplía 39 años de edad al momento de asumir, en 1817, el mando supremo de la nación. 37 tenía Diego Portales cuando deja sus negocios, para hacerse cargo, en calidad de Ministro del Interior y de Guerra, de poner fin a la anarquía militar y organizar la administración pública. 42 años, Manuel Montt al ser nombrado Presidente de la Corte Suprema de Justicia y ese mismo año, elegido Presidente para encabezar el más fructuoso gobierno de todos los tiempos.

Al acercarnos al bicentenario de la Independencia en condiciones de crisis por la incompetencia de la senectud que mantenemos en la cancha, es natural, sano e impostergable, renovar el plantel.

Habida cuenta de la propensión al apernamiento vitalicio, junto con hacer el cambio generacional por medio de figuras como Orrego, urge instaurar mecanismos de renovación continua, como sería fijar en los cincuenta la edad máxima para postular a la jefatura del Estado y en la edad de jubilación (65), el tope para desempeñar cargos ejecutivos del aparato público, tipo ministro o director de hospital.

¡Viva Chile!

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