Pablo Huneeus
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LA DAMNACIÓN DE LA MEMORIA
por Pablo Huneeus

“Damnatio memoriae” le pusieron los romanos a la tenebrosa práctica de los pueblos bárbaros de ningunear al cacique muerto con la damnación, o condena, de su memoria.

Sin embargo, en el mundo “civilizado” de las intrigas de palacio, la damnación resultó ser tanto o más eficaz que la puñalada como medio para alcanzar el poder. A falta de la deificación, o apoteosis de la imagen de un sublime, solían aplicar por decreto el oprobio post mortem, como fue el caso del capitán general de las legiones armadas, Lucio Sejanus.

Tras imponer el terror en Roma y ejecutar a los senadores que lo criticaban, entre ellos a un hijo del Jefe de Estado, conspiró con los asomados de siempre contra la legítima autoridad del sucesor de César Augusto, el emperador Tiberio Claudius, vencedor de las campañas contra los germanos.

Estaba Tiberio en la isla de Capri sumido en una orgía de sexo y droga, cuando Sejanus en la capital intenta derrocarlo.

Gracias a la intercesión de Calígula, quien se alineó con el prefecto de policía Sutorio Macro, le falló el golpe. Los restos del militar traidor fueron desmembrados para que no hubiese tumba donde venerarlo. Para acabar con la estirpe, a su esposa embarazada la decapitaron y como traía mala suerte asesinar vírgenes, primero violaron a la hija de doce años que tenía, para luego atravesarla de un lanzazo. Las estatuas e inscripciones con su efigie desaparecieron, y el Estado confiscó todas sus propiedades.

Ya antes, cuando una jauría de politicastros envidiosos degüella a Julio César, éste, al ver a su hijo adoptivo entre los conspiradores, alcanza a exclamar el anatema de la traición: ¿y tú también Brutus?

A fin de mitigar la popularidad del César, el senado ordena en esa oportunidad la “abolitio nominus”, la abolición y erradicación de su nombre de todo documento o alocución pública.

De ahí, la solapada alabanza de Marco Antonio en el funeral: “Amigos, romanos, compatriotas, préstenme sus oídos, yo vine a sepultar a César, no a elogiarlo. El mal que hacen los hombres vive después de ellos; el bien, a menudo lo entierran junto a sus huesos; así sea con César. El noble Brutus os acaba de decir que César era ambicioso, si era así, fue una grave falta; y gravemente César ha pagado por ella…” (Shakespeare, acto 3º de “Julio César”.)

La historia registra muchos otros casos de damnación de la memoria. A medida que en la baja Edad Media se consolida el cristianismo sacerdotal basado en una burocracia de clérigos profesionales, el organismo central –la Iglesia– extiende la persecución de la disidencia al más allá.

El papa Esteban VI preside en febrero de 897 el “Synodus Horrenda” contra su predecesor, Formosus, muerto siete meses antes. Sacaron del ataúd el cadáver a medio descomponer de Su Santidad, lo evisceraron y aderezaron de pies a cabeza su esqueleto con los paramentos pontificios de su rango, mitra, estola, báculo, etc.

Seguidamente, acompañado por un diácono que hablaba por él, lo instalaron en un trono frente el altar mayor de la basílica de San Juan de Letrán en Roma para que escuchara de cuerpo presente los denuestos que la emperatriz Ageltrude habría querido hacerle en vida.

Fue destronado como papa, despojado de sus vestiduras y todos sus edictos y nombramientos, derogados. Le cortaron los tres dedos que portaban o rozaban el anillo papal, y sus restos fueron arrojados al río Tiber, desde donde los rescató un monje.

Más tarde los teólogos decidieron que juzgar a los muertos es tarea de Dios, no de los vivos.

Sin ir tan lejos, el padre de la patria fue exiliado al Perú y mientras seguía con vida se impuso en Chile un manto de censura al nombre de Bernardo O’Higgins, tal como el nombre de don Matías Cousiño ha sido borrado del parque que él obsequió al pueblo de Santiago.

En el bando del materialismo dialéctico, el principal activista de la revolución bolchevique de 1917, León Trotsky, fue eliminado del panteón comunista por el tirano Joseph Stalin al extremo de sacarlo de las fotografías.

El presidente Salvador Allende, las idas y venidas de sus restos ¿no son prueba de barbarie? Y la misma práctica de abatir, no sólo la vida de un mandatario como Eduardo Frei Montalva, sino además ensañarse con su cadáver, ¡qué imagen país!

Siempre el salvajismo de pisotear la memoria del predecesor, pero lo que no se había visto es que en vida un mismo rey condene al olvido su propio reinado, como lo ha hecho durante la campaña electoral Eduardo Frei Ruiz-Tagle, quien ha ninguneado su propio reinado de 1994 al 2000.

Piezas clave de nuestra historia, como el Acta de la Independencia promulgada el 12 de febrero de 1818, la batalla de Maipú el 5 de abril del mismo año que se selló la libertad de Chile, el vengativo bombardeo español a Valparaíso en 1866, la masacre de Ranquil en 1934 o la obra de Pablo de Rokha, han sido objeto de olvido deliberado.

¿Y quien dice que nosotros mismos, por diferir del modelo establecido, no seremos quitados del recuerdo?

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