Pablo Huneeus
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CREER PARA VER
por Pablo Huneeus

A la hora del lobo, tipo cinco o seis de la madrugada, cuando volvía de caminar por los faldeos del Manquehue, dando bostezos que preconizan el segundo sueño de la noche, ¡WAAW!, un tremendo fogonazo celeste claro ilumina la cordillera frente mío.

De sur a norte, cayendo en picada a unos 40 grados de inclinación, avanza raudo el meteorito más colorinche que jamás haya visto. De cabeza rojo fuego y cola de espermio, delgada y aguzada pero de un color azul básico (Pantone Process Cyan), tiene de fondo, no el cielo estrellado, ni la blanca montaña, sino el cordón de cerros resecos que hay al final del barrio alto de la zona oriente de Santiago.

Clarito sí, cual chispazo del soldador al arco, pero muy amplio y sin obligar a torcer la cabeza hacia atrás, como si el Altísimo hubiera bajado al nivel del peatón.

Todo, en no más de lo que tarda uno en decir “instante” Fue un flash, silencioso y muy potente que a las seis veinte alumbró el valle y encendió el espíritu. Tanto, que al rato llamé a la radio Bío Bío para compartir la experiencia con otros congéneres, pues a solas los humanos no creemos en lo que tenemos a ojos vista.

No, nadie caballero, lo ha visto. ¿Se encuentra bien usted?

Algo le balbuceé al amable reportero que sí, que estaba en estado normal de temperancia, o sea sin molécula alguna de alcohol en la sangre ni de cannabis en el cerebro. Muchas gracias, lo llamamos para sacarlo al aire si hay novedades.

Pero me sentí distinto al entrar de vuelta la casa. No estaba bien, pero tampoco mal, sino entre confundido y exaltado. Despertados a las diez, hicimos para el desayuno dominguero un guacamole de palta con trozos de ajo salteados en aceite de oliva, exquisito. Así y todo, ¿cómo asimilar que tamaño espectáculo, más estremecedor que cualquier despilfarro de fuegos artificiales haya sido sólo para mí?

A las once estaba tomando demarcaciones parado justo sobre el tramo de pavimento donde había presenciado al misterio afincarse en la Tierra. Y no allá en Palestina o Roma, sino entre el cerro Provincia, de 2.879 m y el de Ramón (Subercaseaux) de 3.253 m.

Fue descendiendo e inflamándose en lateral, cual flecha entrando a la atmósfera en dirección de Paine a Farellones, a unos 1.600 a 1.800 m de altura, o sea a unos 200 a 300 m sobre la cota en que me encontraba. Final de Camino del Alba hacia arriba, Salto de Apoquindo, Alto del Naranjo (1.863 m) todo eso fue iluminado en un momento mágico, que nadie más percibió.

Tal como nadie más notó la llamarada del matorral que dejó ciego, y de espaldas en el suelo, a mi tocayo de Tarso. Ni los integrantes de su comitiva (iba en misión de arrestar a los sediciosos radicalizados por un cierto Nazareno), quienes tampoco oyeron la voz diciendo: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? (Hechos 9, 1-20)

Pero bajo la influencia de un Señor cuyo papá se las trae, Ananías acude por tincada divina al lugar del accidente y se lleva al alicaído persecutor de la fe a su comunidad de creyentes en pleno Damasco. Reposando entre ellos, sus otrora enemigos, a punta de miel y hierbas le curan las escaras de sus ojos. Y así fue cómo de un simple chispazo, Pablo se viró de paco a predicador, convirtiéndose en el promotor máximo del hijo de un carpintero nacido en Belén.

¿Estaré a su altura?

De todos los meteoritos que busqué en Internet, ninguno corresponde en forma y colorido al que vi. La estrella Sirio (Alfa Canis Majoris) la más brillante del firmamento, a 8.611 años luz, captada por el telescopio espacial Hubble, tiene sí el mismo azul intenso de la aureola que rodeaba al núcleo incandescente.

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