Pablo Huneeus
Seguir a @HuneeusPablo

EN RECUERDO DE CHRISTIANE CASSEL
por Pablo Huneeus

En un día como hoy, pero de 1935, nace en Bruselas, Bélgica, la baronesa Christiane Bernardette Cassel van Doorn, quien a sus 44 años, –martes 11 de diciembre de 1979– se elevó a la eternidad desde Santiago de Chile.

Descrita por el novelista José Donoso como «La mujer más bella, más encantadora, más inteligente, más rica, más glamour, y más buena tipa…La estoy viendo, en una de esas exposiciones que organizaba Thiago De Melo en la Embajada de Brasil, una gloria de mujer, la recuerdo con dos pendientes largos que eran como lágrimas de azabache.»

Al tercer día de haberla encontrado muerta por inhalación de monóxido de carbono en su departamento de calle Coronel, Providencia, mientras sus familiares la velábamos en la parroquia San Ramón de avenida Los Leones, llaman de parte del Dr. Rafael Parada Allende, el facultativo que la medicaba. Hito supremo de la profesión, calificado por neurólogos y neurocirujanos como «el Gran Maestre de la Psiquiatría»; un hechicero de esa nombradía hoy, insertado en la tribu feliz, cobra sus buenos ciento veinte dólares la consulta ($90 mil pesos). Es su secretaria recaudadora quien, ante la respuesta de que no está, pide reprender a la señora Cassel por no haber concurrido a la hora agendada con su médico tratante.

Cuatro semanas antes, primeros días de noviembre 1979, por encargo de sus hijas, había ido en mi VW convertible a esperar a Christiane al aeropuerto de Pudahuel. Años de años que no la veía y ahí estaba regia, mejor que nunca diría, alta, delgada, y con ese «charme» que Balzac admira de la mujer que pasado los treinta años se las sabe todas.

Me extrañó, sí, que viniendo de la Amazonía sus ojos irradiaran una cierta tristeza y su piel, un dejo de palidez. ¿No es todo sol y alegría en Brasil? Luego, en el viaje de vuelta por el camino de Quilicura, con la cordillera recién nevada al frente, le venían unos accesos de llanto que de haber yo tenido mínimos conocimientos de enfermería, (primeros auxilios, torniquetes, intoxicación) habría altiro reconocido como efecto del Haldol u otra sustancia psicoactiva, lo que lleva a apagar el fuego yendo a la llama, no al humo.

A mi edad en ese momento, –treinta y nueve años– uno sabe cosas pero carece de experiencia, madre de la ciencia, dice Cervantes. Fue mucho tiempo después, al padecer sucesivos embates de parientes caídos en la simpleza de resolver un problema pasajero con la solución final, que empecé a entender las cápsulas de droga “retenida” que los adivinos de delantal blanco, en connivencia con la industria farmacéutica, recetan más por chupar plata que por brindar salud. Matan.

Empieza el embotamiento global con el concho de pisco sour que le dan al niño, que se pone tan divertido. Sigue con el Ritalin para el hiperactivo y el copete para la previa del jueves, y de ahí a la nicotina, la marihuana, el Aperol Spritz para envalentonar al directorio a cortar cabezas, y el vodka Stolichnaya mezclado con wiski Jack Daniel's (comprobado) para azuzar a los paracaidistas de élite rusos a fusilar lugareños en su retirada de Kiev.

Hemos llegado a ser una sociedad empapada en alcohol etílico, donde el que no jala es tonto, y en la cual los brujos que imparten pociones mágicas son los primeros en funcionar bajo sus efectos: medio distraídos, pero sintiéndose poderosos; cleptómanos irrefrenables, prestos a balearse los unos a los otros.

Muerto el perro, se acabó la rabia, dice un refrán. En términos de salud mental esto significa que si cesa la causa termina el efecto, que es exactamente lo contrario de lo que hacen los psiquiatras pastilleros al tratar la depresión endógena, clínica, post parto o bipolar, y demás trastornos mentales como la esquizofrenia (voces internas) y la psicosis demencial de impulsos asesinos, con pura química.

La conclusión es que si de la ecuación existencial retiramos la variable droga (alcohol, cannabis, fármacos con receta retenida, cocaína, u opiáceos), mejores personas, más sanas y productivas, habría aportado mi familia.

Hay mil motivos para andar depre: los genes, la carestía, dormir poco, comer demasiado, el gobierno, la sequía, el ruido ambiental y la falta de árboles, para nombrar algunos. Pero hay una sola manera de superarla, que es quererse a sí mismo, respetarse y escuchar su ángel de la guarda.

Y para eso, muévete. Camina, trota, sube a pie la escala y nada. Nada de nadar porque los humanos venimos tiburón, que quieto, así inmóvil, se ahoga, pues necesita avanzar para respirar.

¡Ah!, si yo hubiera tenido carácter, a Christiane le habría hecho masajes en los hombros, para luego prohibirle en seco las pastillas, ¡todas! y seguidamente, imponerle una hora diaria de natación con profesor. Jugar en el agua, que es el origen de la vida, da fuerza y confianza en sí mismo. Hoy habría cumplido ochenta y cinco. ¡Una niña!

Contacto Pablo Huneeus