Pablo Huneeus
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CHRISTIANE CASSEL, CUARENTA Y CUATRO AÑOS DESPUÉS.
por Pablo Huneeus Cox

A sus cuarenta y cuatro años, Christane Cassel van Doorn, se elevó a la eternidad un día como hoy, lunes 11 de diciembre 2023, pero del año 1979. O sea, tan dotada, culta y bella mujer se nos fue justo cuarenta y cuatro años atrás, lapso en que sus “fans” no hemos dejado de cavilar por qué, y si acaso no debió uno lanzarse al río a rescatarla, aún contra su voluntad.

Inicio del capítulo «Te acuerdas de ella», páginas 141 a 172 del libro «FAMILIA», Editora Documenta, 2020:

«La otra tumba es muy reciente: un cuadrado de piedras en la tierra, el cuadrado cubierto con conchilla molida, una cruz de palo, un tarrito de Nescafé con agua terrosa y una sola flor completamente seca, quebrada y caída. Es la tumba de la pobre Christiane Cassel, que se suicidó hace unos meses. La mujer más bella, más encantadora, más inteligente, más rica, más glamour, y más buena tipa. ¿Te acuerdas qué luz era?

La estoy viendo, en una de esas exposiciones que organizaba Thiago De Melo en la Embajada de Brasil, una gloria de mujer, la recuerdo con dos pendientes largos que eran como lágrimas de azabache. ¿Te acuerdas de ella? Y estaba allí, bajo la tierra, al lado de la tumba de mis padres.» José Donoso, Zapallar, Viernes Santo de 1980.*

También yo me acuerdo de ella, Donoso, no en una de las exposiciones que organizaba el poeta De Melo en la Embajada de Brasil, sino en mi casa de avenida Ricardo Lyon 1177, al subir la escala y encontrármela de sopetón una tarde de semana, al volver del colegio en el trole Bilbao Nº 7, que me dejaba a siete cuadras, hambreado y cabizbajo.

La escala termina en un hall de distribución presidido por un reloj cucú, de esos con pajarraco que pía la hora día y noche, y que mi padre —ingeniero— le daba cuerda antes de ir a acostarse, para que ni durmiendo olvidásemos que todo tiene su tiempo. A la derecha estaba el departamento de mis padres –hoy rectoría de la Universidad Gabriela Mistral– a la izquierda el de María Virginia y los hombres, y al frente el de Cecilia y Tessie, con su balcón, sobre la entrada principal, mirando al norte, ideal para leer.

Venía subiendo con mi bolsón a la rastra, cuando una mujer alba marfil y vestido verde aparece de la alcoba de mi hermana Tessie, quien por haberse casado se había ido ya de la casa, y me saluda: very nice to meet you, Pablo!

Fue ver algo entre Cinderela, la princesa encantada, y Marilyn Monroe, la fusión perfecta entre sencillez y sensualidad, belleza total. Pero, ¿qué hacía ahí?

Una casa grande, de familia numerosa, es como una residencial con variados pensionistas. Cada cual hace su vida: los papás tienen sus amigos; las hermanitas, sus moscardones, como le decían a los pretendientes que venían a fumar con ellas en el living; los hermanos grandes, sus movidas; y los conchos, como yo, que se las arreglen pues ahí tienen piscina, biblioteca, bici, de todo, sí, menos enlace de los unos con los otros.

Con mis hermanos mayores, ni siquiera compartía el mismo colegio. Para ellos, el Saint George’s College, a dos cuadras de la casa, yo en el vetusto San Ignacio de calle Alonso Ovalle 1492, a seis kilómetros de distancia y medio siglo de lejanía.

* Carta publicada por su hija Pilar Donoso en la obra «Correr el tupido velo». Alfaguara, 2011, pp. 240-241.

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Dicha narración prosigue por otras 30 páginas del mentado libro. Incluyen fotos de Christiane en su mejor momento, además de escritos de su puño letra.

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