Pablo Huneeus
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LA BUROCRACIA PEAJERA
por Pablo Huneeus

Viajar en auto por Chile es hoy más que nada un fenómeno burocrático, un proceso de someterse a funcionarios para intercambiar dinero por derechos de pasada. En el caso del trayecto Santiago a Calbuco (pasado Puerto Montt), son trece peajes distintos que se van sucediendo inexorablemente cada 45 a 50 minutos, unos troncales, otros laterales, todos con su correspondiente aparato administrativo de empleados, oficinas, planillas, permisos maternales, salas cunas, jefes, inspectores, reemplazos, impresoras, sistemas prestos a caerse y papelitos.

Mucho papelito, el auto se va llenando de papelitos y el paisaje, de esas horribles casetas que hoy presiden la entrada a cada pueblo. Compárense con las agraciadas estaciones de Ferrocarriles del Estado. ¿Y si se acaban los papelitos? ¿O falla la impresora? ¿Qué hace un burócrata sin papelitos? Unos alargados, otros timbrados, los de más allá notariados, o bien refrendados y en triplicado, siempre papeles y más papeles.

Encima, por cada funcionario peajero que estira la mano en pos del billete, tiene que haber otro para el turno siguiente, otro más de vacaciones y quizás cuántos en capacitación, siendo despedidos o arreglándose los bigotes para jubilar. Director general, gerente, secretaria privada, informes y alfombras, asesores mirando a la secretaria y mucho, pero mucho escritorio con otras tantas sillas que calentar.

No hay burocracia sin colas. Largas filas de vehículos esperando ser atendidos por las tres o cuatro cajas abiertas cuando debieran haber seis o siete. Falta personal, es el santo y seña del burócrata convencido, sea privado o estatal. Creced y multiplicaos, dijo el Señor. Sin contar con la burocracia policial que ya está tomando posiciones para causar otras detenciones en su camino, debe haber ya más de mil come papeles desplegados en la ruta al sur, al menos uno por kilómetro de ruta concesionada.

Y en el trámite mismo, en el procedimiento de pasar el billete y esperar la boleta (exenta de IVA parece) uno necesariamente siente la humanidad del cajero. El ruido, la humareda de los camiones y el peso de la radiación electromagnética (prueba de acercarte al peaje con la radio en banda AM) han ido marcando lo que al comienzo deben haber sido rostros juveniles, alegres. Se ven cansados, anémicos, con ese típico hastío del oficinista.

Hay sólo una concesionaria, en la Araucanía, de Collipulli a Gorbea, que recibe tarjeta de crédito. Así no hay que hacer cola ni tratar con funcionario alguno, nada de falsas sonrisas ni de miradas de su jaula a la mía, al grano mierda. Entro mi tarjeta, se levanta la barrera y rajo.

¿Cuánto de los $18.400.- ( US$ 30.-) que cuesta en puros peajes llegar a Calbuco se va en burocracia? ¿Cuánto para sobresueldos? (Caso coimas, MOP-CIADE, etc.) ¿Cuánto para los consorcios extranjeros que se hicieron de nuestros caminos?

Un buen fin de semana, sólo con los 150 mil autos que salen de Santiago a razón de un gasto promedio en peajes de $6.000.- por nuca (cuatro peajes) deja $900.000.000.- (Su millón y medio de dólares) a las concesionarias. Y encima se permiten demandar judicialmente al Estado chileno porque el negocio, a pesar del “ingreso mínimo” que se les garantiza, no rinde lo esperado.

Curiosamente, todo este tinglado se basa, no tanto en la arrogancia del oficinista ante el hombre de trabajo, sino en esa filigrana tan etérea llamada obediencia social. ¿Has pensado cuánto dura el sistema si muchos se niegan a pagar?

Moraleja: paciencia piojo, que la noche es larga.





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