Pablo Huneeus
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DE INES SUAREZ A LUCIA HIRIART
por Pablo Huneeus

La historia la hacen mujeres y la escriben hombres. Entonces, va quedando en la memoria el testimonio puramente masculino, —peleas de gallos, líos de sacristanes, reyertas de gorilas— sin sopesar la mano femenina en el devenir.

Es el caso de las biografías de Pinochet Ugarte escritas antes de destaparse la olla que, junto a su esposa, tenía a fuego lento en el banco Riggs de Washington. Toda su gestión cambia a luz del peculio que juntaron los dos mientras detentaban el poder, tanto que en términos de racionalidad económica se puede pensar que su afán por mantenerse en la jefatura del Estado más allá de 1974, responde a la natural tentación de arrasar con pata y caldo.

¿De dónde si no, sacar tanta enjundia para la cazuela? Si a los tres meses del golpe de 1973 dice el capitán general, a igual que San Martín luego de la batalla de Maipú, “misión cumplida” y se va a casa para permitir así el normal desenvolvimiento de las instituciones ¿tendría, Lucía Hiriart Rodríguez 27.9 millones de dólares en 128 cuentas de trece países?

Dicho saldo disponible, en contante y sonante, es lo necesario para comprar sus buenos 3.000 autos ó 1.500 viviendas básicas. Añádase al recocido la cantidad de fundos, departamentos, y parcelas de agrado, junto al exclusivo station BMW de $51.857.800.- y demás super autos, que el ministro de fuero Sergio Muñoz Gajardo detectó como de su propiedad. Todo, hasta la fecha, libre de impuestos.

Es en la batalla de Maipú —5 de abril de 1818— que Chile alcanza su independencia, pues es ahí que el ejército patriota, venido de Argentina al mando del general José de San Martín, derrota al ejército realista comandado por el español Mariano Osorio y que contaba para la ocasión con los regimientos Burgos e Infante, de alta tecnología bélica, fogueados en las guerras napoleónicas. La estrategia desplegada por San Martín, avezado en guerras europeas, sumada, por cierto, a la valentía del soldado criollo, resultó ganadora. En agradecimiento por ayudar a liberarnos del dominio extranjero los chilenos, encabezados por el propio O’Higgins, le ofrecieron el mando supremo de la nación.

Aunque se la estaban dando en bandeja, —nada le impedía armarse de alguna hacienda expropiada a los realistas— San Martín rehusó. Era un hombre decente. También era decente O’Higgins, quien, en lugar de apernarse a rajatabla, supo abdicar a tiempo de dar paso a la democracia.

Y en esta búsqueda de precedentes al caso Riggs, recorremos nuestra historia sin encontrar ningún gobernante o “primera dama” que haya dejado La Moneda millonario en dólares. Hay una fibra moral, sin duda, que mantiene las manos del mandatario lejos del erario nacional, pero también ocurre que dadas las instituciones de la república —libertad de opinión, elecciones, renovación periódica de la autoridad, etc. — no hay la ocasión que hace al ladrón. “El poder corrompe, el poder total corrompe totalmente,” dijo el historiador Lord Acton (1834—1902).

LOS CARAPALIDAS

Ni los gobernadores coloniales, que se sepa, amasaron fortuna en el ejercicio del cargo, hasta que llegamos en ese recorrido a otro momento donde se combina el poder absoluto de un mandamás con el aura de una mujer impetuosa.

Allá en el siglo XVI, luego de que el mozárabe Al Magreb (Almagro) fracasara en su intento de sojuzgar el país, el hidalgo castellano Pedro de Valdivia (1500—53) es la cabeza visible de la expedición que en enero de 1540 sale de Cuzco hacia “un valle que se dice Chile”. Cabeza visible decimos porque en ausencia de su legítima esposa, Marina de Gaete, a la sazón en España, él engancha a una costurera remendona, Inés Juárez o Suárez (1507—80), que andaba por ahí tentando suerte.

Es la única mujer de la expedición, la primera de raza blanca en pisar Chile. Es ella quien organiza la intendencia, como se llama a la logística que no tuvo Almagro ni hubo en Antuco: mantas para cruzar la cordillera, charqui para todos, yodo para las heridas, además de pollos, cerdos y semillas de maíz y trigo para tener a futuro qué comer.

Su intuición femenina la lleva a aconsejar, en base a datos de las machis aymará, una ruta a través del desierto de Atacama en función de las norias existentes. Su sentido práctico, en cambio, la impulsa a entronizar a su amado Valdivia en el poder absoluto. Su socio, Sancho de la Hoz, al exilio, Michimalongo encadenado, garrote para los rebeldes y nada de elecciones ni democracia de ningún tipo.

Fámula de armas tomar, el 11 de septiembre de 1541, mientras el conquistador se encontraba en Con- Cón, ella, con un hacha para despostar chanchos decapita a siete insurgentes, salvando con ello Santiago de la sublevación general desatada contra el régimen.

"—Si yo fuera jefa de gobierno, sería mucho más dura que mi marido, —declaró en 1984 la entonces primera dama de la nación, Lucía Hiriart de Pinochet, cuando su esposo, el gobernante de facto Augusto Pinochet, detentaba el máximo poder en Chile.” (BBC Mundo)

Pero es en la reconstrucción, donde resalta el papel de la primera “primera dama”. Santiago entero ha sido incendiado, los pocos caballos se los robaron los indios, los cultivos fueron arrasados, las casas en el suelo, el ambiente hostil, son todos militares, con poca o nula experiencia en economía doméstica. Es ella quien “junta un pollito con otro pollito”, da de comer en una olla común, salva un puñado de trigo de los escombros y aprovecha el verano para tejer frazadas. De otro modo, mueren todos de hambre.

O sea, al puñado de carapálidas que vino del norte a la miel, ella les infunde la bravura que sólo Dulcinea despierta en el ingenioso hidalgo. En reconocimiento por su inspiradora labor, Valdivia le concede varias encomiendas de indios (ganaderías) que la habían de convertir en la dama más rica del hemisferio sur.

Por cierto, malagradecida cómo es la gente, pronto el Cabildo la denuncia a la justicia de ejercer una influencia perniciosa en el gobierno, de perpetrar apropiaciones indebidas de oro y de consolidar feudos a su nombre.

De hecho, la “Acta de Acusación” que Pedro de Villagra le entregara al Virrey de Lima el 12 de octubre de 1548 empieza por reclamar que: “En Atacama, llevando la jornada de Chile, el Gobernador (Valdivia) dio muerte a un soldado que se llamaba Escobar porque Inés Suárez se quejó de él.”

Más adelante: “que todo el tiempo que ha estado en esta tierra, ninguno tenía cosa propia, porque el oro que en todas las demoras (minas) se ha sacado, lo ha tomado…que de tres partes de tierra tiene el Gobernador las dos, e Inés Suárez y Alderete la otra.”

LA NUEVA CLASE

“— ¡Maricón, maricón!, —gritaban voces femeninas.
—Carlos, hay unas trescientas mujeres allí abajo. Le han dicho al conserje que quieren entregarme una carta— dijo Sofía. Estaba sorprendida por la presencia de sus amigas. Eran las esposas de generales de primera línea del Ejército.
—¡Gallina, Gallina! —vociferaban fuera. En la acera se oyó un repiqueteo seco. Como granizo. Eran perdigones de maíz que las mujeres arrojaban contra la casa.”

Eso fue el 21 de agosto de 1973, durante una manifestación que perpetraron mujeres de militares frente a la residencia del Comandante en Jefe del Ejército, general Carlos Prats y su esposa Sofía Culbert, según testimonio recogido por Javier Maravall Llagues en “El ideario de mujer bajo la dictadura militar (1973-1990)”. (www.pensamientocritico.cl)

Prats, era un férreo defensor del orden constitucional y ya había controlado anteriores asonadas castrenses como el “tanquetazo” del 29 de junio. Pero a los tres días del “mujerazo”, ante la incontenible presión del fascismo en faldas, el viernes 24 de agosto debió renunciar. El presidente Salvador Allende nombra en su lugar a Pinochet Ugarte Comandante en Jefe, quien a las dos semanas, el martes 11 de septiembre de 1973, desata el golpe militar por el cual asume, en reemplazo de la república, el poder total.

Al comienzo, el rol de su cónyuge fue discreto, no se notó mucho su presencia en los asuntos de Estado ni se supo de ella. Hasta se dijo que para el golpe la familia de Pinochet se había refugiado fuera del país. Pero a poco andar su aguda voz en la tele, su ubicua presencia en actos oficiales, sus ampliamente reportadas giras por el país y su control de organizaciones de base, la van convirtiendo en el quinto, sino el primer, integrante de la Junta Militar de Gobierno (Ejército, Armada, Fuerza Aérea, Carabineros y el poder femenino).

Marca hasta el estilo del período. Sus lujosos abrigos, elaborados peinados y blusas de seda van dando la pauta de una moda, basada en la boutique “Click” de Providencia, que pronto reemplaza la onda “artesa” de tiempos de la Unidad Popular y se expande como reguero de pólvora por la comunidad militar.

La nueva clase de mujeres, promovida por los aumentos de sueldos de sus maridos, está de fiesta. Toque de queda para que vuelvan temprano al redil, discurso pro familia, proscripción del que ose separarse, orden. Fiesta entonces por inauguración, aniversario, o cumpleaños. Actos por la primera piedra, cocktails por esto o lo otro, banquetes, te de señoras y cenas de gala proliferan en el barrio alto de la capital. Son fiestas triunfales, de mucho vestido brilloso y collar de perlas, siendo siempre el momento culmine del champagne en copa de Baccarat, la llegada de Su Majestad.

Nueva moda y nueva arquitectura también. Con los salvadores de la patria llega la modernidad, y del estilo acogedor tipo casa colonial, se pasa a la estética “funcional” de líneas rectas y superficies marmóreas tipo “Casa de los Presidentes” en Lo Curro (hoy Club Militar).

Merecida penitencia por un sueño popular desbordado, restauración del orden público innecesariamente cruel o de dudoso gusto en su estética, son temas que hasta sus más leales partidarios consideran conversables. Pero saber del dineral acumulado por la comparsa del show ha provocado el efecto de la luz solar sobre el escenario de anoche: se ve todo distinto. ¿Cuál era entonces su verdadero leitmotiv? ¿La patria, el bien común? ¿Fue por eso que mandaron matar a doscientas cinco personas al año? ¿Actuaron solos?

La investigación del juez Muñoz apunta a la complicidad flagrante del Citibank y el Banco de Chile ¡otra vez las huellas del sistema financiero en el lugar del crimen! Pero, ¿y toda la red de colaboradores de la ocupación militar?

Habiéndose descubierto que doña Lucía es una de las mujeres más ricas del país, historiadores y novelistas han de investigar su rol en empujar a Pinochet más allá del sentido común, en endurecer su régimen hasta el rigor mortis y sobre todo, en secuestrar por tantos años nuestra libertad.

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