Pablo Huneeus
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LAGOS, EL GRAN ACOMODADOR
por Pablo Huneeus

Pasado el barullo de la transmisión del mando en la cual Ricardo Froilán Lagos Escobar entregó, al fin, la Presidencia de la República, surge la imagen del acomodador de cine, ese enano de linterna que en la sala oscura nos guía certero a las butacas libres.

Venimos encandilados por el sol, la película ya empezó, nos perdimos el reparto de actores y lo peor, no vemos ni dónde estamos parados. Surge, entonces, el acomodador, pregunta cuántos somos y sin chistar nos ubica.
No, señor esa fila de atrás está reservada (¿para algún palo grueso?) esa de la izquierda es para mis parientes, la de la derecha, para mis nuevos amigos, y esa al medio para los barristas, así que tomamos platea donde él nos dice no más.

Total, el filme promete ser buenísimo: democracia, equidad, reforma de la educación y la salud, autonomía para las regiones, desburocratización, aire limpio, fin a la tala de alerces, no más impuesto IVA al libro y sobre todo, decencia en la gestión pública.

Durante la función, este acomodaticio peón de la industria hollywoodiense nos trae bebidas y nos regala explicaciones. Pero a poco andar, en vez de proyectar el ascenso de un pueblo hacia la autodeterminación, presenciamos atónitos el consabido forcejeo de los pocos arriba contra los muchos abajo, siendo ese el mayor legado de la administración Lagos: reforzar el control autocrático del Estado y tratarnos a los ciudadanos cual espectadores del show, sin tomar para nada en cuenta al hombre común. Envuelto por su entelequia de hijo único y superdotada inteligencia, no conecta con la gente misma.

Señores guardias civiles:
aquí pasó lo de siempre.
Han muerto cuatro romanos
y cinco cartagineses. (Federico García Lorca, 1898—1936.)

Mucho tratado internacional de libre comercio, visitas protocolares a mandatarios extranjeros, crecimiento de grandes conglomerados empresariales, autopista concesionada, privatización de sanitarias, y sustento a la banca, pero ¿y los niños? Where do the children play?, se pregunta Cat Stevens en su memorable canción. Basta ver las nuevas urbanizaciones, los edificios y el peligro de las calles, para apreciar la absoluta ausencia de espacio para que los niños jueguen y los jóvenes conversen. A los muchachos que andan en patineta por la vereda, los corretean.

¿Y los vecinos? ¿Qué hemos podido hacer los habitantes del barrio para contener a las inmobiliarias? Viña, la otrora “ciudad jardín”, barrios históricos de Santiago, como Providencia con sus singulares palacetes, Concepción y Temuco, todo abajo mierda para levantar en su lugar las consabidas torres de cemento, cada cual más fea que la anterior. Es la manifestación arquitectónica de la desprotección en que cayó la ciudad, la “civitas” nuestra de cada día, que en plena república, como denunciara Cicerón en la antigua Roma, va sometiendo la “plebes” al dominio de los “patricii” (la elite imperial).

LA FEALDAD

Ante la propaganda de la prensa consolidada de que durante el gobierno de Lagos aumentaron en tanto las conexiones a Internet, los automóviles, las exportaciones y las viviendas sociales, cabe preguntarse por el estado general del país. ¿Está más bonito Chile?

Ciertamente no.

Lo primero que interesa de un país es su belleza. Si es lindo o feo lo dice todo, pues el sentido estético es el mejor indicador de cultura y calidad de vida. Desde esa perspectiva no vemos una sola obra pública del período que valga la pena mirar dos veces. Las plazas de peaje, compárense con las antiguas estaciones de ferrocarril. Las autopistas que cortan el paisaje con su acerado estilo nazi, muy prácticas sí, pero tanta reja, lo que más han hecho son rejas y barreras. ¿Hay algo más repulsivo a la vista y opresivo al ánimo que los barrotes y alambradas del campo de concentración? ¿Hacia allá va la vía segregada, hacia una sociedad regida por el apartheid?

Las salmoneras que plagan los canales de Chiloé con sus inmundicias, la ominosa planta de CELCO en San José de la Mariquina, la acusada de exterminar lo que Lagos despectivamente llama “los famosos cisnes” del río Cruces, los peladeros de barro suelto que dejan las forestales en la cordillera de Naheulbuta, la uniformidad simétrica de los conjuntos habitacionales, la cantidad de campos abandonados a causa de las importaciones agrícolas, los vertederos de basura insertos en comunidades pobres y la misma remodelación de la plaza de la Constitución, verdadera oda al cemento, todo apunta al desamor por la tierra.

La tierra y su gente es lo que cuenta ¿verdad? Endeudados hasta el yaco por un sistema financiero completamente fuera de control, esquilmados por impuestos expropiatorios, sometidos a una carencia sin precedentes de libertad de expresión, abatidos por economistas que hicieron de la salud un negociado, amontonados en urbes cada día más inhumanas, temiendo todos perder la pega, no podemos decir que haya más felicidad.

Menos, en el caso de la juventud que está más descontenta que nunca con el estado general de la educación, hoy mezcla de abandono público con lucro privado. En los demás, sea que trabajen o estén jubilados, prima la sensación de haber perdido bienestar, de encontrarse más tensionados y de que la relación con las empresas e instituciones se ha endurecido.

Síntoma visible del creciente estado de ansiedad y stress, es el fenomenal aumento de la ingesta alcohólica, sobre todo de los adolescentes que ya el día jueves se agolpan en los supermercados a comprar estupefacientes, sea pisco, whisky, vino o cerveza, para el “precal” con que se huasquean el seso antes de salir a carretear. Igual, los psicotrópicos legales que se venden en farmacia y las otras drogas exentas de IVA como la coca, la pasta base y la marihuana, cuyo explosivo consumo evidencia fastidio con el sistema.

EL PROGRESO SE MIDE EN TERMINOS DE LIBERTAD

El Estado, el gobierno, la clase política, están mejor que nunca. Mas no así el hombre común, que se ve por todos lados asediado por el control burocrático de la actividad. Permisos para esto y lo otro (hasta patente municipal debí pagar por hacer libros en mi propia casa), revisiones técnicas, inspectores, más y más gastos de notaría y de papeleos diversos, y siempre los variados trámites que impone el gobierno están animados por una misma filosofía de acentuar su autoridad sobre el individuo.

El resultado de la controlomanía en la actividad es una baja general de la productividad. La economía, sobre todo en el caso de las pequeñas y medianas empresas, anda frenada, debiendo gastarse tanta energía en trámites, que muchos, sobre todos quienes se inician, optan por la informalidad total.

Porque agazapado tras el aumento de las contribuciones que nos dejó de herencia el gobierno de Lagos, está el socialismo. Dicha ideología detesta la libre iniciativa personal y todo cuanto la fomente o sostenga, empezando por la propiedad.

La casa propia ejerce una fuerte influencia espiritual. Base de la familia, sin deuda ni hipoteca y hecha a la pinta de cada cual, es un semillero de hombres libres, llevados de su idea y que se mandan solos. Es, pues, la antípoda del hombre masa, del subsidiado y pobre sometido que requiere el Estado para engrandecer su burocracia.

Y los dos fenómenos que más han aumentado en el período son la burocracia y la concentración el poder económico, vale decir la falta de libertad y la consecuente pobreza de las mayorías.

EL TOQUE PERSONAL

Pero hay más. Lagos le impuso un tono de superioridad a la presidencia, un aire altanero, que fue marcando todo el aparato de gobierno con el dejo despótico que caracterizó a la pléyade de actores secundarios que nombrara para desempeñar “funciones críticas” en su estelar producción.

Funciones críticas, entiéndase, es la casta merecedora de millonarios sobresueldos a costa del contribuyente que creara Lagos en ministerios y empresas estatales. Promovidos de un aventón a la cúspide de la cadena alimenticia —medallón de langosta, filete al vino— a la segunda mascada olvidaron a la gente misma. De los pobres no quieren saber nada y como son bien educados, no hablan con la boca llena.

Es una tecnocracia silenciosa, de bajo perfil la que forma Lagos, los inefables “bigotitos negros” que comieron callados en sus escondrijos. Callados, tanto porque la gente educada no habla con la boca llena como por no gustarle al protagonista principal que le hagan sombra. Es así como su personalidad egocéntrica, al final con claros indicios de megalomanía, lo lleva a no conformar equipos propiamente tales. Son siempre los mismos leales apitutados que él va rotando de un papel a otro, sin dar lugar a la sangre nueva ni al talento. Mal ejemplo para la república, donde por definición, además de renovación periódica de la autoridad, debe haber participación y confrontación de ideas en el día a día de gobierno.

Corrupción e incompetencia van de la mano como el viento y la lluvia. Entonces, no se trata tanto de los millones esfumados del tesoro público, como de las decisiones tomadas bajo el influjo de la codicia, las que no siempre coinciden con el interés general de la nación. La gestión misma se malogra, pues se elije al más corrupto —no al mejor— proveedor, al más propenso a triangular pagos de modo que el ministro, en nombre del partido, agarre plata.

Esto deforma el leitmotiv de la administración, pues ya no se trata de cumplir el programa ni de hacer cosas necesarias o bien hechas, sino de proyectos que lucren el bolsillo personal del “servidor público”.

El legado de su estilo de gestión lo vemos en puentes que se caen solos, como el de Loncomilla; vacunas inservibles, como las traídas de la India; textos escolares comprados por el ministerio de educación al doble de su valor real; lanchas viejas en que se ahogan escolares del sur; conscriptos enviados a la alta cordillera sin ropa térmica; pistas de aviación, como la número 2 de Pudahuel, que se fragmentan antes de aterrizar el primer avión; una treintena de jóvenes incinerados a muerte por desidia en las cárceles de Temuco y Antofagasta; contratos que permiten a las concesionarias aumentar en cuanto quieran los peajes; nudos viales, como el de Costanera Norte con la Autopista Central, hechos a la diabla; despilfarros como fue la construcción de una nueva embajada en Berlín; cárceles que no se terminaron nunca y por las cuales ahora hay que pagarle al contratista un desahucio de 32 millones de dólares, etc. etc.

No les resulta fácil robarse ni privatizar lo que queda de la red ferroviaria del país, entonces para crear la imagen de que sí se preocupan por el medio básico de transporte, se comparan cuatro automotores dados de baja en España por 3.4 millones de dólares cada uno, —el precio de uno alemán nuevo— y vamos armando el tinglado de autopistas concesionadas, que sí permiten flexibilizar pagos irregulares. Así, justo cuando la bencina se va las nubes, la contaminación no se aguanta y la era del automóvil entra a su ocaso, tiran por el desvío el ferrocarril eléctrico sobre rieles continuos, que es el transporte ideal para un país de distancias medias (de cien a mil kilómetros) como el nuestro.

Coincidentemente, esto que nos dice la alta ingeniería, es justo el sentir popular que en su corazón anhela el ferrocarril sobre el bus y la mortal carretera, verdadero genocidio sobre ruedas que perpetran los conductores de vehículos motorizados ante la absoluta indolencia gubernamental.

MIEDO A LA ERUPCIÓN

Pero ni a la lógica ni al pueblo escucharon, en cambio alfombra roja para los aventureros del dólar. Los acólitos de la “nueva economía”, sí que tuvieron llegada al gobierno con Lagos, al punto que vieron en él en el más efectivo acomodador del modelo neoliberal. ¿Quién mejor podía apaciguar las fuerzas sociales mientras les inyectaban una medicina vencida, que nos deja a todos en los huesos?

Esto es fundamental para entender el rol de Lagos como agente acomodador, pues, tal como lo analizo en el libro “Nuestra Mentalidad Económica”, la elite chilensis le tiene un recelo congénito a la erupción social y por ello busca y agradece a quien le asegure “gobernabilidad”. De la página 32:

“No olvidemos que la sociedad chilena crece al fragor de la guerra de Arauco (1536-1882), y de las recurrentes asonadas populares, ora parciales, ora totales (años 1554, 1563, 1598, 1655, 1723, 1776, 1810, 1829, 1851, 1891, 1905, 1907, 1931, 1938, 1957, 1973, 1983, etc.), que mantienen siempre vivo el espectro de una revolución.

Las familias “fundadoras”, base de la actual clase político-ejecutiva, abrigaron por siglos actitudes de clan sitiado, actitud que se proyecta hoy en su inveterado compadrazgo, su fundamentalismo religioso, su miedo al pueblo, su devoción militar y su sospecha de que la educación pública no hace más que soliviantar a los de abajo.”

Por eso, corre el gobierno a ponerse del lado del grupo Matte Larraín en su conflicto con los mapuches, sin preguntarse siquiera si los usurpadores son las empresas forestales que a empujones sacaron a toda la gente, fuera o no indígena, de Mininco, Renaico y alrededores, o son los desplazados que recuperan su legítima propiedad. Las forestales ¿exhiben acaso los títulos de dominio por los cuales se han enseñoreado de miles y miles de hectáreas a su tiempo habitadas por gente de campo?

DIME A QUIEN EXPLOTAS, Y TE DIRÉ QUIEN ERES.

En esa línea, mantuvo Lagos el Decreto Ley 701 que instauró la Junta Militar para subsidiarle a las forestales sus plantíos de pino insigne, como también mantuvo, y esto es lo peor, el Decreto Ley 1606 que promulgara Pinochet en 1976, a los cien días de perpetrarse el asesinato de Orlando Letelier, para implantar el Impuesto al Valor Agregado, IVA.

Este verdadero impuesto a la pobreza, que lo paga mayoritariamente la clase media y trabajadora, provee más de la mitad de los gastos de viaje, limusinas, sobresueldos y banquetes de los burócratas, sean uniformados u encorbatados. La tiranía lo dejó en 16%, Aylwin en 18%, Eduardo II lo subió a 19%, ídem Lagos que no hizo nada por bajarlo.

El corte entre la oligarquía a sueldo fiscal —políticos, empresarios conectados al gobierno, generales, embajadores— y la sociedad civil, alcanza su máxima expresión en el banquete que le ofrece, siempre a cuenta del contribuyente, a José Miguel Insulza. Tras una ardua campaña en que el presidente y su séquito recorrieron hasta las islas más recónditas del mar Caribe para juntarle a votos a José Miguel en su aspiración a un puestazo en Washington, invita a lo más granado de la cosa nostra a regocijarse en el palacio de gobierno.

El día antes, se supo que 45 reclutas morían frío en Antuco, pero igual, siguieron con la fiesta en Santiago. En el nombre del padre de la patria, del hijo muerto en la nieve y del espíritu de Chile, malditos sean los doscientos políticos que asistieron al mentado banquete en el Palacio de la Moneda.

Que en la guata se les pudra la comida, y ¡qué comida!, como que el diario “La Segunda” la publicitó con júbilo en los siguientes términos:

“Una mousse de crustáceos con camarones y salsa de palta fue el primer plato que degustaron los invitados en La Moneda. Luego, se deleitaron con medallones de res gratinados con queso de cabra, jugo de tomillo, puré de garbanzos y espárragos a la mantequilla. Y de postre, acaramelado de quínoa con helado de damasco y salsa de frutilla.”

Pero aún tenemos patria ciudadanos: Soledad Alvear, Michelle Bachelet y el general Emilio Cheyre tuvieron la decencia de no asistir.

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