Pablo Huneeus
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LOS SILENCIOS DE LA HISTORIA
por Pablo Huneeus

El chasquido que hace el cuerpo de Saddam Hussein al caer del patíbulo con la soga al cuello fue un huascazo a la conciencia. Un gendarme anónimo, arriesgando su propia vida, filmó la ejecución para que el mundo viera ese linchamiento llamado “pena de muerte”. Lo inusual, es que el micrófono de su celular registró el tétrico zumbido de la cuerda al cortar el espinazo del hombre.

Fue un tirón, un instante nada más, donde se mezcló el crujido del madero que aguanta la caída del condenado con el correazo de sangre que emite la médula de un novillo al desnucarse cerro abajo. No, no quiero volver a oírlo. Una vez no más me bastó (está en Google) para sentir uno de los tantos silencios que impone la opresión.

¡Ah!, si todos vieran y escucharan lo que es matar, la humanidad aprendería a respetar el quinto mandamiento: thou shall not kill. En inglés, porque de yanquilandia proviene la mayor cantidad de bombas, misiles crucero, aviones de combate, ametralladoras, cañones, portaviones, fusiles de asalto, granadas de fósforo blanco y demás artefactos que diseminan muerte y destrucción en Medio Oriente.

Por otro lado, en el acallado libro de Sergio Grez Toro “De la ‘Regeneración del Pueblo’ a la Huelga General. Génesis y evolución del movimiento popular en Chile (1810—1890)”, aparece una frase muy decidora del francés Marc Ferro: “Los silencios que la sociedad le impone a la historia, son la historia, del mismo modo que la historia.”

Eso es: lo que no se habla ni se dice es historia, la historia nuestra de cada día, lo que nos toca presenciar como un espectáculo periodístico y pagar como precio abusivo del crédito, del agua, de la electricidad y de la bencina, insumos todos en manos de “holdings” euro americanos ligados a la expoliación de Irak.

Al matar a Saddam quedó silenciado que era el presidente constitucional de Irak, que dicho país no tuvo participación alguna en los atentados a las torres gemelas (17 de los 19 terroristas que perpetraron el evento venían de Arabia Saudita), que Irak no tenía las armas de destrucción masiva en virtud de las cuales Bush y Blair justificaron la invasión de marzo 2003, que Estados Unidos apoyó a Saddam con armas e inteligencia en su guerra (1980 — 88) contra la República Islámica de Irán y que las masacres, torturas y devastación ocasionada por la ocupación anglo americana de Mesopotamia (Irak) supera en cientos de miles de vidas la represión ejercida por Saddam.

Más aún, en Bagdad, la de las mil y una noches, tres mil civiles al mes mueren por la guerra, sus tesoros arqueológicos —marfiles asirios, cuneiformes sumerios—han sido saqueados y el leitmotiv de la ocupación estadounidense es asegurarse la segunda mayor reserva de petróleo del mundo luego de la península arábiga, vale decir los yacimientos de Mosul al norte de Bagdad y los de Basora, donde antes estuvo el Jardín de Edén, por el flanco sur para Inglaterra.

Es tal el negocio para los consorcios petroleros, que de los 80 yacimientos conocidos quedan apenas 17 bajo control Iraquí. Un informe al Consejo de Seguridad de Noviembre 2005 señala que con los nuevos contratos PSA (Production Sharing Agreement), “A un precio de 40 dólares el barril, Irak ha de perder entre 74 y 194 billones de dólares sólo en los 12 primeros campos petrolíferos desarrollados con esta nueva modalidad, lo que representa entre dos y siete veces el total del actual presupuesto del gobierno Iraquí.”

Entretanto, las utilidades de los consorcios que nos surten de crudo y bencina andan por los billones de dólares anuales y nunca antes en Medio Oriente había habido tal cantidad de desplazados. Cerca de medio millón de iraquíes han debido huir con lo puesto hacia Jordania y Siria, a refugiarse en campamentos sin luz ni educación alguna para los niños.

Que el petróleo corre por sus venas, americanos e ingleses lo saben de sobra, pero ni los opositores a la guerra lo dicen jamás porque también saben que el combustible —ayer carbón, hoy petróleo, mañana uranio— es fundamental para mantener su forma de vida, Por ende, con más alegatos sobre la forma de ejercer el imperialismo que sobre si procede o no invadir territorios ajenos, aceptan que la gasolina constituya un objetivo estratégico de su aparato militar.

Así las cosas, no hay que ir tan lejos para encontrar silencios. Por todo alrededor nuestro hay temas tabú, prohibiciones de informar, ignorancias programadas y otras restricciones a sacar la voz. Someramente, a manera de ejemplo:

Que Estados Unidos lleva más tiempo en guerra contra Afganistán e Irak que contra Alemania y Japón durante la Segunda Guerra Mundial.

Que la guerra de Bush & Co., ha tenido el efecto de amedrentar el pensamiento crítico en Latinoamérica. Con ello, se facilita la entrega de patrimonio nacional —puertos, recursos pesqueros, fondos de pensiones, bosques y minas—a capitales foráneos.

Que en 1842 los afganos hicieron bolsa las fuerzas de ocupación del Imperio Británico apostadas en Kabul. Pobres, como son los afganos, más que matar gringos por matarlos, prefirieron valerse del escarpado terreno para robarles a gusto caballos, chaquetones, fusiles, botas y pantalones hasta dejarlos en pelotas sobre la nieve. De toda una división de ejército, unas cinco mil almas incluyendo el personal diplomático, quedó un único sobreviviente: el trompeta del regimiento que fue dejado en la frontera para contar el cuento.

Que Santiago hasta 1950 tenía una red de tranvías eléctricos, basados en rieles de acero alemán firmemente empotrados y que hoy en día, de no haberlos sacado para venderlos al kilo, brindarían un transporte urbano de superficie muy superior a los malolientes buses a petróleo del Transantiago.

Que para dar paso a las autopistas urbanas de la capital, que aumentan la dependencia en la gasolina, fueron arrancados de cuajo unos 40.000 árboles de sus calles y plazas, incluyendo muchos centenarios como los cedros y jacarandas de la rotonda Quilín.

Que el bombardeo de Valparaíso perpetrado por España en 1866, con la anuencia de Estados Unidos e Inglaterra, fue por el derecho inalienable de las potencias a disponer de combustible: el carbón de Lota que don Matías Cousiño, ni nadie en Chile, quería entregar por bolitas de dulce.

Que la Guerra del Pacífico de 1879 fue más que nada por el salitre, entonces materia prima de la pólvora que usaban las potencias imperiales contra los países pobres.

Que las pampas salitreras ganadas con sudor y sangre por el soldado chileno les fueron entregadas en propiedad a financistas ingleses, en particular al especulador londinense John Thomas North, el prodigioso “rey del salitre” que, 1889 visitara Chile en un trasatlántico especialmente fletado para la ocasión.

Que el sistema financiero está completamente fuera de control, tiene a la gente acogotada y significa para la banca extranjera operando en Chile las mayores utilidades jamás alcanzadas.

Que Chile, por obra del FMI, de los TLC y de las “piratizaciones” de empresas estatales, se maneja desde el extranjero. Hasta las leyes laborales deben concordarse con lo que manda el patrón.

Que en los accidentes automovilísticos de jóvenes en fin de semana, incluyendo la reciente muerte de un sobrino mío, está siempre presente el alcohol, droga que nadie hace nada por refrenar su consumo u aceptación social.

Que a nivel personal la única medicina que sirve es la preventiva. Lo demás son paliativos, morfina para soportar el cáncer declarado. Así todo, ¿por qué uno no se hace todos los exámenes que debiera, incluyendo el de conciencia?

O sea, cuando silencian la verdad, que es hija del tiempo y madre de la justicia, relincha la idiotez.

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