Pablo Huneeus
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LA GRADUACIÓN DE PEDRO
por Pablo Huneeus

El viernes pasado, junto a 79 compañeros más, se graduó del Colegio Internacional Nido de Águilas, Pedro Tomás Sánchez de Lozada Huneeus, el mayor de mis nietos.

El colegio, fundado en 1934 en la precordillera de Peñalolén con la finalidad de dar una educación no sectaria a una docena de americanos de paso en Chile, hoy tiene 1.300 alumnos. Por estatuto, la mitad han de ser chilenos y entre los demás, de ser antes casi puros estadounidenses, ahora están presentes en abundancia otras nacionalidades del área Asia Pacífico como la de México, Canadá, China, Japón, Corea y Australia, junto niños de origen griego, sueco, israelí, egipcio e hindú, todos fraternizando y aprendiendo en la lengua de Thomas Jefferson, el principal autor de la Declaración de Independencia de 1776, que instauró la primera democracia del continente.

Del cobertizo de piedra en que una pareja de educadores gringos comenzó a impartir lecciones, se ha llegado a un conjunto arquitectónico de aulas, bibliotecas y pabellones esparcidos en 65 hectáreas de faldeos, siempre al pie del macizo andino, en la comuna de Lo Barnechea. Significativamente ubicado entre la brava población Cerro 18 y los puntudos condominios de La Dehesa, los edificios, de suaves curvaturas, se van integrando al lomaje hasta crear la sensación de ser todo un vasto parque en terrazas. Se respira buen aire y la vista, sobre la cordillera y el valle, expande la mente hacia valores universales de la humana sapiencia.

Es de los pocos colegios del país que no ocupan la vía pública para que los niños, con el consiguiente riesgo, aborden vehículos motorizados. Hay un vasto estacionamiento adentro, con barandas y muelles de embarque. Aunque la seguridad no es tema menor en un país donde se atropellan seis niños diarios, lo que nos llevó con Delia a colocar ahí a nuestros hijos es que ahí efectivamente aprenden inglés.

Está acreditado como colegio medio de los Estados Unidos y los niños pueden optar, como lo hiciera Pedro, por seguir el programa americano que habilita para entrar directo a universidades de USA y Canadá (Standard Aptitude Test). También pueden seguir el International Baccalaureate (IB) para universidades europeas o seguir sólo el programa chileno conducente a la PSU. Desde el disco Pare de la entrada, que dice Stop, hasta la última clase de física, se hace todo en inglés, salvo algunas clases del programa chileno que obligatoriamente deben ser en el idioma de Bernardo O'Higgins Riquelme, el responsable de que nosotros también nos liberáramos del despotismo.

La ceremonia fue en el gimnasio arriba, convertido para la ocasión en auditorio para unas mil personas, y decorado con tules y flores. Estaba muy calefaccionado y para asegurarse una corrida de asientos para la familia, la Vero se hizo presente dos horas antes. Al llegar, el ambiente estaba amenizado por la orquesta del colegio, una veintena de niños en tenida gris, muy formal, clarinetes, trompetas, flautas, piano, violines y timbales, todos bajo la batuta de la maestra de música Gwendolyn Anding.

Sobre un telón iban proyectando una a una, con el respectivo nombre, fotos de los que en esta ocasión dejaban en colegio, pero al momento de ingresar a los cuatro a siete años de edad. Es curioso el efecto, porque en el Pedro de hoy, por ejemplo, en ese hombre corpulento y decidido que vemos ahora, está de alguna manera el niño que fue.

Talvez todos, de tarde en tarde, debiéramos recordar que fuimos, y seguimos siendo, niños. O mejor, al reverso de la licencia de conducir debía ir una foto a los siete para que la autoridad vea al niño que uno lleva escondido en el portamaletas.

El papá de Pedro, que vive en Nueva York, no pudo venir, pero viajó especialmente su abuela, doña Ximena Iturralde. Afectuosos como son los bolivianos, su esposo Gonzalo, mi consuegro digamos, me mandó un libro fascinante: “The Hellenistic Age” del maestro en revivir el mundo antiguo, Peter Green, que enseña a los clásicos en la Universidad de Iowa. Narra, con la viveza de un cronista moderno, lo que va del ascenso de Alejandro Magno a la muerte de Cleopatra. “Hay que ir para atrás para entender lo que pasa ahora,” me dijo Goni al teléfono.

Luego de los discursos de rigor, vino la entrega del diploma a cada graduado, momento en que contaban brevemente hacia dónde seguía en la vida. Me llamó primero la atención Gonzalo Javier Allendes Iturriaga, quien acababa de brindarnos una rumba para piano solo que compuso. Buenísima. Además de llevarse el premio al mérito académico, se va a estudiar música al Berklee College of Music de Boston.

Los hombres se inclinaban más por “business administration” en universidades americanas o canadienses y las mujeres, por derecho y medicina, carreras supuestamente más del lado de la gente. Un rucio se va a estudiar "military sciences", mientras una graduada bien alta y de notable sentido premonitorio parte a Australia a estudiar ciencias equinas. Claro, la guerra tiene su futuro, pero así como vamos con la bencina, pronto habrá que ir a caballo a la pega y los domingo, habremos de uncir el coche para ir en familia a misa, como se hacía en Leyda.

¿Por qué tantos van a universidades de Canadá? Elemental, me soplaron al oído, la educación superior canadiense es mejor y más barata que la chilena.

Pedro, después de un viaje a vitrinear universidades con su papá, optó por ingeniería en la Universidad de Chicago, a donde va a instalarse en agosto próximo. El ensayo que escribió, en perfecto inglés, explicando sus motivos para preferir esa universidad, empieza contando que de niño le llamaba la atención la Enciclopaedia Britannica siempre abierta en algún volumen sobre el escritorio de su tata. Ese verdadero contenedor de información lo edita, precisamente, esa antigua universidad.

A la noche, cena de gala en casa de la madre del cordero, mi hija Andrea, donde recordamos, entre un champañazo y otro, cuando fuimos en el Poseidón a Caleta Porcelana (antes que la taparan de balsas jaulas salmoneras) y estando sumidos en las termas que hay entre unas nalcas, Ale le pregunta a Pedro, que tenía unos cuatro años, ¿y tú para qué sirves?

- Para abrazar –respondió.

El mejor abrazo, claro está, lo dio su propia madre cuando al sentarnos a la mesa, lee a su hijazo la siguiente proclama:

“Un día apareciste sin previo aviso, y ahora te vas sin que nadie te eche.
Llegaste revolucionando. Me sacaste de golpe la vida de joven egocéntrica y echaste a andar mi corazón y mi capacidad entrega incondicional convirtiéndome en una persona mejor y feliz.

De guagüita fuiste adelantado, a los nueve meses caminando, al año hablando como loro, a los tres leyendo y a los cuatro escribiendo de todo en el computador. Tu vida académica siempre ha sido sobresaliente y es mérito exclusivamente tuyo, no requeriste ni supervisión. Te admiro y te felicito.

Un ángel de día, no dormiste una noche entera hasta los tres años. Ese noctámbulo resucitó en la adolescencia, ahora la computadora y los amigotes te acompañan a esa hora en que los otros seres humanos dormimos.

Tu almita libre, te permitió amar y te dejarte amar por mucha gente, sin angustias, ni miedos te entregabas a los brazos de quién te quisiera. Cada vez que llega el momento de separarnos corres hacia tu nuevo destino sin mirar atrás. Como ahora, en que la vida te llama y te vas sin pedir permiso.

Gracias hijo por haber entrado a mi vida, y haberme exigido dulcemente darte esta vida, lo he hecho con cariño, con esfuerzo, de verdad tratando de darte lo mejor, y si he metido las patas fue de puro primeriza. Te deseo un futuro feliz y lleno de desafíos que te hagan ser una persona generosa con tus dones.

No me puedo despedir por que lo que nos une, no nos va a separar nunca, aunque estemos lejos. Te quiero mucho.”

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