Pablo Huneeus
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LA REINA GERTRUDIS
por Pablo Huneeus

En el reparto (Dramatis Personae) de la tragedia “Hamlet, prince of Denmark” de William Shakespeare (1564-1616), el vigésimo segundo lugar lo ocupa “Gertrudis, reina de Dinamarca y madre de Hamlet”, luego del rey Claudio, del propio Hamlet, y de todos cuantos se ven envueltos en las trancas por las cuales, sin querer queriendo, terminan matándose los unos a los otros.

Desde el punto de vista teatral, entonces, es un papel menor, en nada codiciado por las grandes actrices. Sus apariciones son pocas y sus parlamentos grises comparados con el “To be or not to be, that is the question...” del príncipe o la entrada de Fortinbras; “Algo huele a podrido en el Estado...”

Ella, en cambio, mueve por debajo los hilos de la trama y provoca, sin que los demás siquiera se den cuenta, el efecto dominó por el cual uno tras otro van cayendo en su red. Todo, en una obra donde el carácter de cada personaje se va delineando más por lo que hacen que por lo que dicen.

Representa, pues, el concepto del “movedor inmóvil” que desarrolla Aristóteles (384-322 a.C.) en su “Metafísica”: la causa primera del universo, perfecta e indivisible, que crea la vida sin ser la vida y mueve las cosas sin moverse. Cual rubia de ojos azules, seduce por presencia: un día es la desvalida víctima; al otro, la exigente patrona. No aporta ni paga nada, pero ante su hechizo todos le obedecen.

La acción comienza con el fantasma del viejo rey –el padre de Hamlet- que se suponía fallecido de muerte natural. Cuenta en la bruma nocturna que mientras dormía siesta, su hermano Claudio lo asesinó vertiéndole hébona en el oído.

El tío Claudio, entretanto, aparece como el fogoso pretendiente de la viuda Gertrudis, la reina que él quiere desposar para consolidar su corona. ¿O hay más? El parlamento en que Claudio le declara su pasión a la reina, indirectamente la sindica a ella, con su gracia y belleza, de haberlo enamorado. No queda claro –la reina Gertrudis es maestra de la ambigüedad- pero da entender, sin decirlo abiertamente, que de antes algo había entre ella y su cuñado, lo que lleva a sospechar de su complicidad en el crimen.

Ídem, con Hamlet, su único hijo cuya relación con mamacita reina suele interpretarse como incestuosa, sino animada por el complejo de Edipo, el legendario hijo de Laius, que mata a su padre y termina amancebado con Yocasta, su madre.

Cuando madre e hijo adolescente están recriminándose a gritos, aparece Polonius, el viejo secretario de su majestad, quien por discreción se esconde tras una cortina. Hamlet, enceguecido por los celos, lo toma por Claudio y lo atraviesa de una puñalada.

Una cosa lleva a la otra: Laertes, el hijo de Polonius (y hermano de Ofelia) se ve obligado a vengar a su padre. Sin reparar en nada el rol que tuvo la mano femenina en la desgracia, reta a duelo al hechor material, Hamlet.

En el duelo, el rey Claudio, a fin de deshacerse de una vez del hijastro maldito, unta en veneno la punta de la espada que le pasa a Laertes.

Cosas de la vida, y de la esgrima, en un mandoble ambos jóvenes largan sus espadas y al recogerlas, las toman cambiadas, quedando Hamlet con la de punta envenenada. Excelentes esgrimistas ambos nobles, sin sufrir mayor daño, Hamlet le inflige un rasguño menor a Laertes, con lo cual queda condenado a morir en un rato más, pase lo que pase.

El duelo “a primera sangre” como se dice, ha terminado. Hamlet, sin saber lo que espera a Laertes, agarra de la mesa de su madre una copa para brindar por la paz y la amistad. Mal que mal se conocen de muchos años y es por obra de terceros que se vieron obligados a batirse.

La copa contenía vino envenenado, no se sabe si de Gertrudis para Laertes si éste ganaba, dedicada por el rey Claudio a su sobrino con cariño o preparado por la propia reina para suicidarse si ultimaban al apuesto príncipe de sus desvelos. Tardíamente le implora que no beba.

Bajo los efectos de la fatal poción, ella exclama lindas palabras de amor eterno a su hijo adorado quien, al darse cuenta que su reina también muere, degüella a su padrastro, el rey.

De esta suerte, por la idiotez humana, es como perecen uno tras otro sin haber para qué. Por eso, en Tontilandia están prohibidos los duelos, mas no así los juicios.

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