Pablo Huneeus
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LO COMIDO Y LO BAILADO...
por Pablo Huneeus

Cual capitán Araya que embarca su gente y se queda en la playa, en el artículo anterior recomendé para el verano “Libros buenos de leer”, y en vez me pasé enero leyendo uno propio. Esto, porque antiguamente, a fin de reeditar un título bastaba abrir la gaveta de las planchas y mandarlas a la imprenta para que tiñeran de palabras cuántos pliegos fuera necesario.

Ahora, en cambio, el proceso es tan moderno que el texto pasa directo de Word a la veloz prensa Heidelberg última generación, lo que implica en el caso de un escrito antediluviano, digitalizarlo, o sea tornar a lenguaje computacional la verba alguna vez machacada en máquina de escribir. Y seguidamente, lo peor: leerlo línea a línea en busca de errores de la digitadora, que no son nada al lado de los yerros del autor.

En el proceso, claro está, uno se va empapando del espíritu de la obra que no es más que el reflejo de la época donde se origina, una era en la cual todavía se actuaba por sentimientos, no por plata. Publicado originalmente en 1980 “Lo comido y lo bailado...” parece venir de otro mundo marcado por las opiniones fuertes, la compasión, y el afán de entender al otro. Lo raro es que las vivencias humanas de treinta años, más que exaltar el pasado, delatan el vacío moral de hoy.

¿Qué se hizo el remordimiento? La empatía y el freno de conciencia, ¿dónde están? ¿Por qué tanto odio? El calentamiento global es más bien el caldeamiento generalizado de los ánimos en todo orden de relaciones entre humanos, desde el cortejar, que se ha embrutecido, hasta el trato entre ricos y pobres, sean naciones o clases, que se ha vuelto tecnológicamente avanzado, pero éticamente huero.

Hacia 1980 había dictadura, pero hoy las cárceles de Chile rebosan con más de cincuenta mil presos –más del doble de entonces- mientras en la pura capital el año pasado se practicaron 68.000 detenciones, en su mayoría contra la juventud marginada de la educación elitista que reina ahora. Violencia no faltaba, pero nada como el holocausto palestino practicado por Israel semanas atrás, donde mataron a mansalva a más de 500 niños, sin que a la “comunidad internacional” le importe.

Criminales de cuello y corbata abundaban, ladrones callejeros también, pero el pillaje perpetrado por los finos especimenes que captan y administran ahorros de la gente común, sobrepasa lejos todo lo robado por la delincuencia de todo tipo. El puro consejero financiero y presidente de NASDAQ, Robert L. Madoff (70) alcanzó a amasar fraudulentamente 50 mil millones de dólares antes de ser denunciado por sus propios hijos Andrew y Mark. Entre sus victimas hay instituciones de caridad, la Iglesia Luterana, fondos de pensión, bancos de todo el mundo y mucha persona natural que perdió para siempre sus ahorros.

El mayor saqueo perpetrado por un individuo que registre la historia –ni el corsario Drake le anda cerca- se da en el marco de la defraudación global consumada por Wall Street en cuanto organización, fraude sistémico, fríamente calculado para que lo pague la humanidad toda en miseria y cesantía. No hay emociones hoy, sólo números.

Volviendo al viejo libro, he aquí las primeras páginas, una suerte de introducción llamada:

UNA NUEVA EDICIÓN

Tanto me han hablado de este libro que lo traje al sur para leerlo antes de publicar esta nueva edición. Bajo con él a la playa a orillas del lago Puyehue y la voz de una rucia embarazada asoleándose cerca, me empieza a recordar algo. Ella ha hecho una fogata para espantar los tábanos que asedian a los bañistas en enero. Me pregunta si acaso leo únicamente mis libros, le explico lo de la nueva edición, aún cuando le debí decir que no hay tal cosa como “mis libros” en plural porque cada persona es un sólo libro que va escribiendo con su vida y cada etapa es otro capítulo con distinto titulo quizás, pero siempre de esa misma obra: la humana vida.

–No sé si te acuerdas de mí, –pregunta.

¿Cómo no me voy a acordar de aquel domingo en la noche cuando llegaste a mi casa? Vivía entonces en El Arrayán y al oscurecer sentí unos gritos despavoridos en el río. Tenía visitas, pero igual salí al llamado de auxilio. Era un adolescente que gritaba desde una roca en medio del agua, ¡sáquenla, sáquenla por favor, sáquenla!

Unos hombres trataban de alcanzarle un lazo desde la ribera, pero estaba lejos la roca y súbitamente el joven se largó a nado al torrente. Lo sacamos más abajo y a borbotones explica que donde vieron el río tan bajo se le ocurrió atravesarlo de la mano con su polola, pero en la mitad ella resbaló y la corriente se la llevó. Son muy celosos los ríos en la cordillera.

Comenzamos a buscarla entre los rugidos del torbellino que se hincha en la tarde debido a los deshielos. Llegaron bomberos y carabineros, focos eléctricos y perros rastreadores. También llegaron los padres de la niña y sus hermanos, entre ellos Xavier y su novia Loreto, la misma que ahora se asolea a orillas del lago.

Al cabo de unas horas, muchos empapados y lacerados por la zarzamora, fuimos abandonando el rastreo. Ellos seguían llamando a la hija y hermana menor, pero las voces se perdían en los bramidos del río y las esperanzas de hallarla a salvo se ahogaban en la oscuridad. Uno a uno, de buscar encima, habíamos pasado a tantear el fondo con varillas.

Pero la familia seguía, no querían alejarse, entonces los convidé a pasar la noche en casa. De ahí, al despuntar la primera luz del alba podían recomenzar la búsqueda. Con Delia les mostramos donde estaban el café, la despensa, las llaves del auto y todo lo que pudieran necesitar. Los dejamos y como a la una nos fuimos a dormir.

Cuando desperté ya habían partido, después supe que a las dos de la tarde la encontraron aprisionada bajo una roca río abajo. Ni a Loreto ni a Xavier los había vuelto a ver, pero aquí nos volvía a juntar la vida.

¿Y qué tiene que ver esto con la nueva edición?

Nada.

O todo, porque este libro no es obra de la literatura, es producto de la vida. Como tal, ha servido de última lectura a enfermos terminales, de entretención en lanchas de buzo y de reflejo de la existencia que nos toca sobrellevar.

Pero la principal satisfacción que me ha dado este libro es haberme graduado de escritor. Ese título no me lo dio la universidad ni la Sociedad de Escritores al aceptarme como socio Nº 927. Me lo acaba de otorgar un niño de once años que llegó corriendo mientras yo meditaba con el agua hasta las rodillas si meterme o no meterme, that is the question.

–Señor ¿Vd. es escritor? –me consulta.

–Si.

–Ah, porque yo soy lector, –dijo sonriendo.

Eso es lo comido y lo bailado, lo que no nos quita nadie.

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