Pablo Huneeus
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LA ELECCIÓN DE LOS MUERTOS
por Pablo Huneeus

No fue Piñera que ganó la elección de ayer (17–I–2010), fue Frei que la perdió. Y la perdió, no por ser indigente ni humilde de corazón, sino por obra de los muertos, empezando por su padre, que se lo llevó en vida al cementerio de los cadáveres políticos.

Desde su primera piedra como “democracia protegida”, el tinglado político del campo de flores bordado hiede a morgue. Si bien el admirador de la España franquista, Jaime Guzmán Errázuriz (1946-1991), fundador de la ultra derechista UDI, fue muerto a tiros frente al Campus Oriente de la Universidad Católica, su obra maestra, la Constitución de 1980, vive.

“Todo quedará bien atado y garantizado” había dicho Franco en 1973. Con la “nueva institucionalidad”, ningún peligro de que se restablezca la República.

Hasta el día de hoy, en plena era del Bicentenario, el rayado de cancha (“leyes de amarre”, como la del 10% del cobre para las FFAA, parlamento decorativo, sistema binominal, empoderamiento de los partidos convencionales, centralismo institucional, etc.), es el que Jaime ideó para la dictadura de Pinochet más de treinta años atrás, cuando sólo el rico comía carne, se escribía con pluma fuente, y el muro Berlín (1961—1989), dividía el pensamiento en comunismo y fascismo.

Tan oligárquica es la filosofía que la inspira (“nosotros, los mejores”), tan antidemocrática, que no recoge el concepto base de la constitución americana de “We the people” (1787), no parece tener noticia de la Revolución Francesa (1789–1799), ni de la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948, especialmente en lo que a libertad de expresión (Art. 19) se refiere.

En aquel tiempo, dos tercios de la ciudadanía de hoy no había nacido, o andaba en pañales. O sea, la mayoría de los chilenos, la República digamos, ve su vida regulada y constreñida por gente de otra época y que hace rato ya, se encuentran en el cielo, compartiendo la dicha de Dios padre.

Por su parte, la campaña, de prácticamente año y medio de extensión, fue como esos funerales que se hacen eternos de largos. Uno asiste por obligación, y con tanta cháchara de cura hueco y lenguaraz vacío, el único deseo para el amigo o pariente en el ataúd, es dejarlo en paz ¡qué paciencia tanto discurso!

Sinónimo de ataúd: urna. El ansiado veredicto de las urnas, lo que tanta encuesta busca adivinar se convierte así en el proceso de ver quien es condenado al descanso eterno. Miles de candidatos pujando por un nicho, ora en el senado, ora en la cámara de diputados, mientras la liga mayor se disputa un catafalco en el mausoleo presidencial. ¿Y dónde está el velorio?

En vez de la mínima atención a quienes les hicieron la cruz en el voto, del típico asado con un ponche gloriado que sirve la viuda negra a quienes la acompañan al sepelio, en vez de eso les brindan a los sufridos ciudadanos el matonaje de los brigadistas, la opresión de la propaganda y el despilfarro de cubrir la ciudad con caras pintadas.

A medida que se calentaba la melaza electorera, resucitaban los finados. Además del linajudo ideólogo, salieron a la palestra el presidente Salvador Allende Gossens, también muerto a tiros, pero 37 años atrás, su contraparte, Pinochet Ugarte (QEPD), el mirista Miguel Enríquez, padre de Marco, ultimado en octubre de 1974 y el dirigente gremial Tucapel Jiménez Alfaro ¿no andará por ahí el personaje que ordenó matarlo?

También fue visto el malogrado Ministro de Defensa José Tohá González en la persona de su hija Carolina, don Edmundo Pérez Zujovic, ametrallado en 1971, en el talante del Ministro del Interior, Edmundo, Pérez Yoma, y el torturado a muerte general de la Fuerza Aérea, Alberto Bachelet Martínez.

Los dibujos que hizo el general del aire en el calabozo, dicen, se exhiben en el Museo de la Memoria que días antes de la segunda vuelta inaugurara la primera adherente del “candidato oficialista”. ¿No le enseñaron, niña, que con las ánimas no se juega?

Verdadera sesión de espiritismo esta elección. “Que venga, que venga y nadie lo detenga” es el comienzo de la invocación que se hace pasado la medianoche, con luz de vela, mientras la amasandera del fundo, con los dedos humedecidos en agua bendita, hace aullar un vaso profundo de cristal Baccarat. “Que corra, que corra y nadie lo socorra.”

Fue así como al medio de la cancha apareció el presidente Eduardo Frei Montalva (1911—1982). Sin remecer ventanas ni anunciarse en puerta alguna, el lunes 7 de diciembre pasado, víspera de la multitudinaria procesión al santuario de Lo Vásquez, se levantó de la tumba para enrostrarle “urbi et orbi” a su presidencioso hijo que había muerto de mala manera, envenenado a fuego lento mientras se recuperaba de una simple operación al hiato.

Cualquiera haya sido la intención de dar a conocer seis días antes de la primera vuelta electoral el fallo del juez Alejandro Madrid según el cual se establece que Frei padre falleció por la "introducción paulatina de sustancias no convencionales", el resultado fue que el rey resucitara de entre los muertos y apuntara con el dedo acusador no sólo al criminal, sino también a su encubridor.

Abandonado por sus hijos, traicionado por sus amigos y vejado por sus acólitos, la conciencia de Chile se estremece al saber que un hombre de gran prestigio y ascendiente, elegido Presidente de la República (período 1964–70), padre de familia y autor de seis libros, fue sometido a una agonía denigrante, de perversa ejecución y que ni Satanás destina a sus enemigos.

Encima, fue colgado patas arriba de una escalera de tijera en una habitación del caro pensionado de la Clínica Santa María y destripado como animal, para sus restos ser diseminados en diversos basurales y frascos de la Universidad Católica, la misma donde él había estudiado derecho.

¿Podrías tú seguir haciendo campaña, bailando cueca y besando guaguas, si un día te enteras que tu progenitor no murió de cáncer, sino que fue ultimado a mansalva por facultativos de delantal blanco? ¿No buscarías a los autores para devolverles la mano? ¿Te daría igual?

¿O es que el hijo siempre supo que al viejo lo asesinaron y por acomodarse con el modelo económico se hizo tonto?

En un continente dominado por la religiosidad popular, el mal morir es cosa grave, tanto que desde la Sierra Madre a Tierra del Fuego, donde sea que alguien haya subido a la eternidad por muerte violenta, hay animitas en su memoria. El paso antinatural al vacío le confiere al espíritu herido especiales poderes para interceder a favor de quien le simpatice, o en su defecto, para vengarse atrozmente del conjuro que haya habido en su contra.

Desde la publicación del fríamente sistemático fallo judicial, todo fue distinto para Eduardo hijo, como distinto fue para Hamlet que una gélida noche se le apareciera en las afueras del castillo de Elsinore el fantasma de su viejo, el rey de igual nombre que todos daban por muerto y sepultado.

Con voz de ultratumba Hamlet padre le cuenta al hasta ahora príncipe feliz, que no expiró de muerte natural, como muchos por comodidad querían creer, sino que mientras dormía siesta en el jardín le echaron veneno por el oído.

“To be or not no be, that is the question” se plantea Hamlet, acaso es más noble para la mente soportar los desgarros de tan estrambótico destino o alzarse en armas contra un mar de problemas.

A pesar de su debilidad de carácter, –tenía apenas 17 años– Hamlet estuvo a la altura: acaba con la comedia, denuncia públicamente al rey Claudio, usurpador del trono, sablea de rabia al canciller Polonius y el mismo da su vida en el trágico duelo final contra su primo Laertes. Pero la historia lo perdona: es querido y respetado por haber actuado con nobleza ante designios que nadie se busca.

No así Eduardo Frei Ruiz-Tagle. Sin querer queriendo, el fallo lo deja a él como el principal inculpado. Sin nombrarlo siquiera, la historia apunta a una ausencia ¿dónde estuvo?

Cubierto de un velo de duda, al fondo de la mente empezó a ser visto como un aprovechador, como un hombre frío y calculador que eludió cuidar a su anciano padre cuando más lo necesitaba, y que teniendo todo para alzar la voz, como lo hiciera Carmen Frei de un comienzo, no abrió la boca.

Se dice que fue el desgaste de la concertación, el uso de la política como llave ganzúa para vaciar cajas fuertes (EFE, ChileDeportes, sobresueldos, Mop-Gate, etc., etc.) y la picantería de los asomados a cargos públicos. Pero esos son los pretextos, los síntomas visibles del malestar.

Debajo del cementerio, en el país profundo, se aprecia que no basta con que gane el otro millonario. La gente, en especial los jóvenes de población, no aguanta más el baile de máscaras.

Moraleja: Todos los muertos llegan a la playa.

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