Pablo Huneeus
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LA REACCIÓN
por Pablo Huneeus

No es el pinchazo al animal caído lo que indica su estado, es su reacción. Si apenas da unos estertores es porque está a medio morir. Pero si al contrario, da un brinco y arremete brioso contra la adversidad, ahí tenemos una bestia sana.

Sístole y diástole, eso es vida, pues el corazón late en la medida que responde al estímulo.

Igual con un organismo social, como es éste alargado y enjuto jamelgo de 17 millones de células llamado Chile. Si estamos en estado de negación, sin ver la realidad ni reconocer lo qué ha pasado, vamos perdidos. Pero si recobramos la conciencia, capaz que haya recuperación.

Terremotos ha habido y seguirá habiendo en todo el mundo. Según el US Geological Survey, anualmente la Tierra protagoniza 1.319 sismos de magnitud 5 hacia arriba en la escala Richter, toda una seguidilla de pinchazos para testear el temple humano.

El 9,2 de Alaska el 28 de marzo de 1964, a pesar de ir acompañado de tsunami contra Oregon y California, en nada alteró el orden público de los Estados Unidos. En cambio el 7.0 del 12 de enero pasado en Haití, sin necesidad de tsunami causó 200 mil muertos, saqueos generalizados, corte de las comunicaciones, sustracción masiva de niños, dependencia total de la caridad internacional, evaporación del Estado y desesperación colectiva. Fue el tiro de gracia a una nación moribunda, sumida en la miseria y por tanto incapaz de reaccionar al remezón.

Por eso, mi interés en el infarto 8.8 al miocardio del país y posterior tsunami de Arauco a Matanzas, no es tanto el evento geológico, como su reacción sociológica. ¿Estaba Chile con muy alto colesterol? ¿Obesidad mórbida en la cabeza? ¿No habrá quedado con hemiplejía o ceguera parcial?

A los treinta días del sábado 27 de febrero de 2010, 03:34 AM, noche de luna llena, día de San Gabriel, arcángel de los anuncios, ya se perfilan ciertos rasgos de comportamiento que nos hablan mucho de cómo se ha ido estructurando nuestra sociedad.

Tras cientos de muertos, millares de heridos y dos millones de damnificados, además de innumerables edificios y puentes colapsados, lo más saliente es la solidez de los esquemas mentales que caracterizan a Chile. Nada cambia al poder central.

En la premonitoria novela “El Castillo” de Franz Kafka, (1883 – 1924), el protagonista, designado sólo con la letra K, trata a lo largo de todo el libro de sobrepasar las barreras burocráticas de la aldea, sus interminables formularios y eternas esperas, a fin de contactar al funcionario de palacio Klamm, el único que puede atender su solicitud.

Pero el 8.8 demostró que el castillo no estaba en Polonia, ni en la imaginación de Kafka, sino en Santiago de Chile, donde se siguen escribiendo capítulos de alienación burocrática, centralismo, abuso de poder y franca estupidez que llevan el surrealismo a niveles insospechados de absurdo.

El sistema interconectado en el suelo. Sin energía eléctrica, Tontilandia quedó sin más luz que la luna ni más comunicación que el grito pelado. Celulares, teléfonos, nada.

La jefa de Estado y generalísima de las Fuerzas Armadas cacareando en oficinas inservibles de emergencia, pero con menos criterio que el de una gallina, que sabe callar cuando viene el peuco.

Su anuncio de que no hay peligro de tsunami cuando la primera ola ya había arreciado y en camino venía la segunda y más devastadora, quedará en libro Guiness de la incompetencia gubernativa.

Ya que se había elegido un nuevo presidente correspondía hacer ese mismo día la transmisión del mando, pues lo lógico es que el equipo de relevo asuma de inmediato la tarea de timonear el buque. Sobre todo si va entre los escollos, en medio de un imprevisto temporal..

Acto seguido el nuevo gobierno tenía que asumir facultades extraordinarias por 180 días, cerrar el parlamento, darle las dietas de los honorables a los damnificados y constituir un gabinete de guerra en sesión permanente. Todo, en una sala de alto mando donde confluya la información sectorial para así decidir ahí mismo las cosas.

En lugar de eso, el poder político toma el cariz de un buque en que cada compartimiento marca distinto rumbo: a proa la reconstrucción, fuerza Chile, a popa la negación, no fue tanto, cuidar la imagen país, calma. A babor la presidenta saliente en campaña de turismo sísmico. A estribor, el presidente entrante en lo mismo, posando para las cámaras.

Rechazo de ayuda internacional, la soberbia del jaguar, mientras otros la piden por todo el mundo, los Hércules de la FACH listos a despegar temprano el sábado con ayuda a Concepción, pero nadie que indique qué ni a quien llevar, caminos cortados pero cobro de peajes prontamente restaurados, predecible quiebre del orden y la seguridad (saqueos) mientras las fuerzas de lo mismo permanecen inactivas, sin que nadie se adelante a tomar los resguardos básicos de todo cataclismo.

Y así, una total acefalía de mando en que se producen aberraciones como fue cerrar por cinco días los aeropuertos internaciones, cuyas canchas y torres de control quedaron perfectamente operacionales. ¿Motivo? Las acomodaciones de la burocracia aduanera, SAG, y policía internacional estaban inutilizadas. El Desgobierno de Chile prefirió atenerse al ritual del papeleo que dejar a la gente entrar y salir libremente, como manda la sensatez. Triunfo de la mentalidad funcionaria.

En circunstancias que en Maule y Bío Bío miles de personas permanecen con heridas abiertas, quebraduras y contusiones sin tratar, el hospital ruso de campaña, 60 profesionales especializados en traumatología de urgencia, totalmente equipado para operar en zonas siniestradas, lo mandan a ponerse en un patio del hospital Sótero del Río de Santiago.

Tras dos semanas atendiendo diarreas infantiles, optaron por volver a Europa. No estaba para eso, do svidaña (hasta luego).

Una emocionante Teletón, donde toda la gente linda luce su mejor actuación de desconsuelo y generosidad. Entre bombos y platillos recauda 30 mil millones de pesos, lo necesario para transferirle $150.000.- a cada damnificado. Pero ¿qué se hicieron?

Lo único real operando en la zona es la iniciativa independiente del navegante Felipe Cubillos de aunar la voluntad de yatistas del mundo para levantar varias escuelas modulares en comunidades costeras, y ayudar a pescaderos de Iloca a reparar sus botes.

Lo demás, son anuncios y más anuncios. Ciento de familias viviendo en carpas, muchas sin piso ni capacidad de resistir lluvia alguna. Los clavos subieron de 900 1600 pesos el kilo, la tabla básica de 320 a 600 pesos, el combustible en 10% y no se ha hecho nada por liberar los alimentos y materiales de construcción del impuesto al valor agregado IVA.

Concepción, la segunda ciudad de Chile sin luz ni agua. Talcahuano a oscuras. El comercio, la industria, todo detenido, los alcaldes reclamando que no les ha llegado plata ni para retirar escombros. Las mediaguas prometidas por la corporación jesuita “Un techo para Chile”, nada.

¿Y los containers? Se calcula en cerca de cien mil el número de contenedores marítimos de excelente fabricación que permanecen amontonados a la espera de oxidarse. Son mucho más dignas viviendas que las mediaguas, pero ahí siguen, sin que ministro alguno atine a liberarlos de arancel de internación e IVA para que luego camiones militares los diseminen ya.

El gobierno central, recordemos, le sonsaca a la gente pobre el 14,8% de sus ingresos en impuestos. Y sigue temblando.

¿Será que el hospital ruso lo chaquetearon para darle negocio a la Clínica Las Condes? ¿Qué las ollas comunes las cerraron para restablecer el comercio? ¿Y que las empresas constructoras ven en cada container una vivienda menos al bolsillo?

Entretanto, la clase dirigente le brinda orgullosa al país el espectáculo de un individuo, a su tiempo aficionado a las letras, recibiendo de una plumada el equivalente a mil premios Nóbel: 1.496 millones de dólares por uno de sus paquetes accionarios.

¿No se irá a llevar de Chile ese capital? Es lo necesario para construir 15.900 casas de 50 millones de pesos o darle US $ 750.- a cada uno de los dos millones de damnificados, harta falta que les hacen.

Otro ejemplo de solidaridad brindó la elite santiaguina al abalanzarse el mismo día del terremoto a apiñar de cuanto hay, a doble y triple carro de supermercado. Es el fenómeno conocido como el saqueo con tarjeta el que pronto había de ser seguido por el llamado tsunami de los despidos.

Al egoísmo que está demostrando la oligarquía, añádase la estrechez de miras de la clase política, que sigue dedicada a sus rencillas. Súmese la venalidad de la juventud dorada, que está mas bulliciosa que nunca en sus parrandas de alcohol y drogas en discotecas caras de Vitacura.

También el sismo evidenció una mala calidad de la construcción, era todo chanta. En el cielo azulado, los buitres de tribunal rondando al caído, “donde hay un cadáver, hay negocio” dicen los abogados.

Las lluvias que vienen sin que nadie prepare albergues ni desagües, y desde el magma profundo del planeta, ese que trata de salir por los volcanes, el miedo.

Estamos pasados de miedo, empapados de miedo.

A treinta días ¿estaba o no sana la bestia?

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