Pablo Huneeus
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BACHELET, PRIMERA MUERTA DEL TSUNAMI
por Pablo Huneeus

Hay que admitirlo, lo estaba haciendo bien, en imagen al menos. Era querida, su grado de aceptación en las encuestas llegó a niveles jamás antes alcanzado por un mandatario, nos emocionaba su dedicación y ñeque. Una santa de altar.

Si bien ante las exquisiteces –canapés de langosta, ponche a la romana– de tanta recepción oficial, puede haber caído en la tentación, y engrosado su talle, no parece ser el caso ante las platas. Se agradece y respeta querida Michelle, que no haya Vd. metido las manos. Para sus devotos sería muy duro enterarnos que se echó la alcancía a la cartera.

Ahora bien, a fin de entender qué le pasó a la mamita de Chile, debemos remontarnos al espíritu de su presidencia. Al mando supremo de la nación ha habido personalidades de apellido francés, socialistas, de profesión médica, exiliados, políglotas, ateos y divorciados.

Sin embargo, fue por obra de otro atributo suyo –ser mujer– que en 2006 Michelle Bachelet Jeria (58), ocupa el sillón de O’Higgins. “Esa carrera culminó hoy, al transformarse en la primera mujer en la historia de Chile que llevará la banda presidencial” dice la biografía oficial difundida el día su asunción al reino de los cielos.

Y en forma inequívoca, desde el primer día ella hizo sentir que no ambicionaba hacer un gobierno de hombre, vale decir duro, castigador o revolucionario. Nada de transformar el sistema ni corregir el Estado. Se propuso, en cambio, ser esa “primera mujer en la historia”, pero ¡atención! “de Chile”, país marcado por la ética católica.

Perceptiva como es, supo desde el inicio de su escalada al poder, que debía revirginarse, pues la religión oficial, monopolizada por un clero masculino, tolera la deificación y eventual canonización de una mujer siempre y cuando ella no ejerza el erotismo propio de su feminidad. La sola idea de que un gentilhombre poseyera a la Jefa de Estado bastaba para que perdiese toda legitimidad y seguidamente se derrumbara el orden institucional. Caos, guerra civil y hoguera contra la herejía.

Mejor, coma de lo lindo señora presidenta, –choros zapato, locos en salsa verde, filete a la pimienta–, pero de lo otro, por razones de seguridad nacional ¡nada!, absolutamente nada. Never my lady.

Entonces, hizo de La Moneda un convento y se dedicó de lleno a su congregación de dolidas hermanas ¡Ah!, la discriminación de género: exiliar de la familia al padre (siempre que pague), subvencionar moralmente a las minorías sexuales, por raras que fueran, y rendirle culto a la mujer política fue el verdadero programa de gobierno.

De ahí, una suerte de hembrismo que marcó la agenda. Las leyes de familia, los nuevos órganos persecutorios del Estado, y los nombramientos estuvieron orientados por la doctrina del feminismo.

Hasta el ascenso por mérito –principio básico de la república– fue supeditado a su celo en catapultar fámulas hacia altos cargos directivos, aunque fueran incompetentes.

¿Recuerda alguien a Catalina Depassier, la “filósofa” del deporte; a Yasna Provoste, cuya pataleta por aferrarse al cargo minó la educación; a Marigen Hornkohl, la ministra y embajadora que no dejó más huella que una sonrisa; o a Elinett Wolf, la subsecretaria de transportes que vendía frambuesas en la limusina del ministerio? Entre todas, no hacen uno elegido por mérito, cualquiera fuera su sexo.

Bachelet cumplió con lo que quería hacer y el país había escuchado y acatado su mensaje. La mujer, sin duda, merecía su lugar en la historia y ahí estábamos sus hijos para levantarle un merecido monumento. Pero entonces se movió el piso.

De haber permanecido la mañana del sábado 27 de febrero en su casa, o si ante la ira de Dios hubiera sabido callar, más que fuera por una hora, habría quedado como reina.

Aunque todavía no encuentran su cuerpo (dicen que flota en dirección a algún organismo internacional) su nombre será para siempre recordado en las querellas “contra quienes resulten responsables” de haber negado el tsumani, “hombrazo de mar” en buen castellano.

“Entonces Moisés extendió su mano sobre el mar, y cuando amanecía, el mar se volvió con toda su fuerza…” (Éxodo 14. 27)

Desde que el patriarca de los patriarcas ordenara al pueblo elegido internarse en las aguas, que Jehová había aplacado para la ocasión ¿recuerda la historia algún un rey, emperatriz, jefe tribal, machi o presidenta que desafiara a viva voz al mar?

Moraleja: no se habla con la boca llena.

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