Pablo Huneeus
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EL TERRORISMO DE CLASE ALTA
por Pablo Huneeus

Así como el Cabildo Abierto del 18 de septiembre de 1810 lleva a la Batalla de Maipú que finalmente en 1818 consolida la Independencia, el atentado terrorista del jueves 22 de octubre de 1970 contra el Comandante en Jefe del Ejército, azuza el garrotazo militar de 1973 que, junto con ocasionarle la muerte al Presidente de la República, finiquita la Democracia.

Fue en aquel primaveral día –justo 40 años atrás– que unos señoritos de comunión diaria, en concomitancia con el gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica, estrenan al sur del mundo el crimen de sangre como medio de amedrentar a la ciudadanía. Además de volar torres de alta tensión eléctrica y depósitos de gasolina aérea, cometen el primer magnicidio del siglo.

Antes ¡vaya que ha habido masacres! Santa María de Iquique en 1907, la matanza de Ranquil, Malleco 1934 o la del Seguro Obrero en pleno centro de Santiago, 1938. Así todo, dichos exterminios se enmarcan en la violencia organizada del Estado contra gente de bajos ingresos: mineros del salitre, campesinos mapuches o estudiantes universitarios.

En cambio el día señalado, con el asesinato del general Schneider nace un fenómeno distinto: el terrorismo de iniciativa privada y respaldo foráneo que apunta no a movimientos disidentes, sino a la propia dirigencia del sistema. Con mucho alarde y faramalla esta variante política del crimen de cuello blanco interviene símbolos públicos, sean figuras nacionales, calles o edificios significativos. Cual manifiesto de poderío, ambiciona tanto remover personalidades insignes como infundirle miedo a la gente común.

Sus creadores, en su mayoría provenientes de la aristocracia conservadora, son demasiado refinados para ensuciarse las manos. Como quien recluta peones del fundo para un trabajito sucio, se valen de sicarios a contrata, los que luego ofician de chivos expiatorios para cargar con todas las culpas.

Cuando el senador Marco Junio Brutus lideró la conspiración para ultimar a su padrastro y protector Julio César, obligó a cada honorable a clavar su daga en el cuerpo todavía palpitante del emperador. Al involucrar a la corporación toda, pretendía cubrir con un manto de impunidad la autoría intelectual del crimen.

Mientras la justicia de Roma de inmediato persiguió a Brutus hasta darle castigo, quienes urdieron la muerte de Schneider y seguidamente la de otros prohombres de Chile, como Edmundo Pérez Zujovic, Salvador Allende, Carlos Prats, Oscar Bonilla, Eduardo Frei Montalva, Tucapel Jiménez Alfaro, y Jaime Guzmán Errázuriz, nada.

Capítulo III de la 13ª edición, actualmente en prensa, del libro “En Aquel Tiempo”:

¿QUIEN CONOCE A UN MILICO?

22 de octubre 1970

Seis semanas después de la elección (del 4-sep-70 en que triunfó Allende), habiendo vuelto a mi ganapán en la apacible sede de las Naciones Unidas en Santiago, salgo al pasillo en busca de un café, cuando se escucha a una secretaria chillar: ¡Mataron a Schneider!

El general René Schneider Chereau, (57) es un buen exponente del funcionario estatal. Oriundo de Concepción, de carácter serio, intachable hoja de servicio, tras la asonada de 1969 que lideró el general Roberto Viaux a partir del Regimiento de Artillería Tacna –el Tacnazo– el presidente Frei lo nombra comandante del Ejército. Dijo hace poco:

“La intervención en política está fuera de todas nuestras doctrinas. Somos garantes de un proceso legal en el que se funda toda la vida constitucional del país. No debemos tener preferencia por ninguna tendencia, candidatura o partido.” (El Mercurio, 8-V-1970)

Su apego a la idea clásica de que las Fuerzas Armadas son para la defensa externa y no para trifulcas internas, le ha valido cierta desconfianza de la oligarquía. Desde sus más íntimos círculos la fronda lanza jovencitos, muchos de comunión diaria, para que hagan del Ejército de Chile una guardia pretoriana de uso personal. Como los privilegios se sustentan en violencia, nada mejor, piensan los ricos, que usar la del Estado.

La conspiración la encabeza un compañero de armas del propio Schneider, y el informe de sus rutinas lo da un compañero de curso y amigo de su hijo mayor. O sea, desde Caín en adelante que el asesino está entre tus hermanos.

A las 08:10 el general sale de su casa en calle Sebastián Elcano 551, comuna de Las Condes, y camina hacia el auto oficial que lo espera frente al antejardín para ir al Ministerio de Defensa. El auto, un Mercedes-Benz 280 figura como “carro comando perteneciente al cargo de Material de Guerra del Ejército”, pero no tiene blindaje alguno.

El Mercedes estaba esperándolo desde antes de las ocho con la prensa del día. Su chofer, el sargento y mecánico Leopoldo Mauna, en cuanto ve aparecer al general, salta a abrir la puerta trasera del auto, se cuadra en posición firme y se lleva la mano a la gorra a la usanza militar.

Schneider trae un maletín, se acomoda en el lado derecho del asiento trasero y toma los periódicos para hojearlos en el trayecto. En el ma¬letín, junto a dos carpetas con informes del Servicio de Inteligencia Militar (SIM), lleva una pistola Star calibre 6.35, cargada.

Mauna echa a andar el motor y arranca hacia la calle Martín de Zamora. Es una ruta habitual, la de todos los días para ir a la misma hora al centro, la mismísima que hace dos semanas viene siendo estudiada por quienes esperan cerca. En la guantera del auto, al alcance del chofer, va una pistola Colt calibre 45, también cargada.

Va tan sumido en el tráfico, intenso a esa hora en que mucho papá va a dejar niños al colegio, que no se percata de un joven que en la esquina de Martín de Zamora agita un pañuelo blanco.

El general tampoco mira hacia afuera, se ha enfrascado en las noticias. Faltan apenas dos días para la sesión del Congreso Pleno (senadores y diputados) que ha zanjar si Alessandri, Allende o Tomic accede a la jefatura del Estado.

El ambiento no puede estar más tensionado, se respira en el aire, pero, la editorial del diario de gobierno La Nación informa del feliz término de la huelga en Chuquicamata. Cumplía ya 21 días paralizada, lo que encima dejaba al fisco sin plata. Su editorial versa sobre “La Petroquímica, símbolo del futuro”. Es sobre la nueva planta de Dow-Chemical en Concepción.

El matutino El Siglo, del Partido Comunista, denuncia un plan terrorista fraguado por la CIA, la derecha y el general Lanusse de Argentina, “que quedó en evidencia al descubrirse un arsenal en casa del Mayor de Carabineros José Cabrera.”

El diario El Mercurio, de la familia Edwards Eastman, da cuenta de una turba de unas mil personas de la población Violeta Parra que atacó con bombas incendiarias el terminal de buses Tropezón-Carrascal.

El diario La Tercera, de la familia Picó Cañas, informa profusamente de la captura del mayor de Ejército Arturo Marshall efectuada dos días atrás. Fue sorprendido complotando y la Fiscalía Militar ordenó arrestarlo. Llegaron a su casa al amanecer y se resistió a balazo limpio, pero al rato se entregó. Una vez preso declaró que tenía como misión asesinar a Salvador Allende para evitar así que fuera Presidente. Nadie, por cierto, cree mucho el cuento porque las cosas tienen que ocurrir primero para reaccionar después.

Es el caso de la señal con pañuelo blanco dada por el joven en la esquina de Martín de Zamora. A la fecha, el único antecedente de asesinato político en Chile databa de 133 años atrás, 1837, cuando el lisonjero y muy traicionero coronel Vidaurre le hace una emboscada a su entonces superior jerárquico, el ministro Diego Portales y lo hace fusilar a fin de ocasionar un golpe militar.

Por eso, aunque el chofer o el general hubieran visto la seña del pañuelo, habrían continuado por la ruta acostumbrada al centro.

El joven que agitó el pañuelo, Jorge Medina Arriaza, merodeaba el lugar desde las 7:30 de la mañana. Su misión era avisar a los que estaban apostados a lo largo de calle Martín de Zamora la partida del Mercedes con su presa.

Al ver la señal, obstaculizaron el tráfico que venía de arriba y otros jóvenes pusieron vallas en las esquinas de La Reconquista y Luis Zegers para impedir que más autos ingresaran a la calle por donde ahora corría rauda la limusina oficial.

El grupo de hombres jóvenes que espera al general Schneider a lo largo de la mentada calle es de lo más conspicuo. Salvo el par de matones poblacionales que contrataron para darle peso al operativo y luego servir de chivos expiatorios, provienen todos de la elite santiaguina.*

Pero de ese conglomerado social, vienen más que nada de su raigambre más conservadora: la vieja aristocracia castellano-vasca, monárquica y reacia a la Independencia nacional. Embebida de una religiosidad absolutista, ve la educación pública, el sufragio universal y el cementerio laico como afrentas al orden divino.

Con su pareja de maridaje forzado -la burguesía liberal- que es más propensa a la industria y al Estado laico, no se lleva bien. Su más bullada pelotera conyugal fue la Guerra Civil de 1891, cuando a sangre y fuego la beatería conservadora derrocó al gobierno liberal de Balmaceda.

Entre ellos destacan Juan Luis Bulnes Cerda, descendiente del presidente Bulnes y sobrino del número uno de la derecha religiosa, el marqués Francisco Bulnes Sanfuentes; su compadre Allan Leslie Cooper; Guillermo Carey Tagle, delfín de la dinastía “Carey y Compañía”; Raúl León Cosmelli, hijo de don Atilio, el connotado terrateniente que fuera intendente de Aysén durante Alessandri; los hermanos Julio y Diego Izquierdo Menéndez, descendientes del pionero de la Patagonia y a su tiempo uno de los hombres más ricos de Chile y Argentina, José Menéndez Behety; el abogado Gustavo Valenzuela Salas; Carlos Silva Donoso; Luis Hurtado; Julio Fontecilla; Fernando Cruzat y el distinguido viñatero Julio Bouchón.

Lo que no les viene por familia lo absorben de colegios privados, universidades confesionales y de sectas de clase alta como el “Opus Dei”, fundada por el clérigo español Josemaría Escrivá de Balaguer; los “Legionarios (y millonarios) de Cristo”, obra del pederasta mexicano Marcial Maciel, o de la cofradía “Sagrado Corazón de Jesús” regentada por Fernando Karadima en la parroquia El Bosque, un enclave de fina iglesia y estilizado convento en medio del barrio más opulento de la capital.

La intención, dirán después sus influyentes encubridores, era secuestrar por unas horas a Schneider a fin de provocar un golpe militar que impidiera al Congreso investir a Allende.

Pero si la mera retención de un ciudadano era la intención de los conjurados ¿para qué habían invertido 30 millones en comprarle al traficante Díaz Pacheco 26 pistolas y revólveres de diverso calibre, un rifle Winchester y tres carabinas Garand, todo con municiones? Si se las daban de ser ellos tan decentes ¿por qué habían perpetrado las últimas semanas al menos nueve atentados de conmoción pública? ¿No es eso terrorismo?

Dinamitaron una sucursal del banco Crédito e Inversiones, la caseta de transmisión del canal de televisión de la Universidad de Chile, los supermercados Almac, la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile, un muro del Instituto Geográfico Militar, una firma distribuidora de automóviles Ford, los laboratorios Sydney Ross y un estanque de combustible del aeropuerto Pudahuel ocasionando la pérdida de 14.500 litros de jet fuel que ¡wow! se escurrieron sin inflamarse.

Dando la pauta a la orquestación que vendría de encapuchados y “agents provocateurs” infiltrados por la policía para enlodar la demanda social, dejan siempre en la escena del crimen volantes de una inexistente Brigada Obrero Campesina.

El operativo, generosamente regado con plata proveniente de los Estados Unidos, lo organiza el ex general Viaux, el del Tacnazo, con su suegro, el coronel Raúl Igualt.

De amable intercesor con la civilidad actúa, el infaltable leguleyo de empresas foráneas.

“Infierno americano, pan nuestro empapado en veneno, hay otra lengua en tu pérfida fogata: es el abogado criollo de la compañía extranjera.

Es el que remacha los grillos de la esclavitud en su patria, y desdeñoso se pasea con la casta de los gerentes mirando con aire supremo nuestras banderas harapientas.

Cuando llegan de Nueva York las avanzadas imperiales ingenieros, calculadores agrimensores, expertos y miden la tierra conquistada, estaño, petróleo, bananas, nitrato, cobre, manganeso, azúcar, hierro, caucho, tierra, se adelanta un enano oscuro con una sonrisa amarilla, y aconseja con suavidad a los invasores recientes: “No es necesario pagar tanto a estos nativos, sería torpe, señores, elevar estos salarios. No conviene. Estos rotos, estos cholitos no sabrían sino embriagarse con tanta plata. No por Dios…”
(Pablo Neruda: “Los abogados del dólar”)

¿Quién conoce a un milico? pregunta la elite. En una clase alta centrada en sí misma, por supuesto nadie tiene idea qué es clase media, apego a la tierra, pueblos originarios ni mundo obrero. A lo sumo, le interesan otros grupos en cuánto mano de obra o clientela para sus bancos y financieras.

Menos, entonces, saben que bajo el uniforme hay hombres de carne y hueso, pensantes unos, chilenos todos. En cenas de gala, restoranes de moda y abrevaderos caros la “beautiful people” habla tanto de temas castrenses como de astronomía.

Sin embargo, de ser la nada misma, lo militar es ahora tema de rigor donde sea que se reúnan hacendados y gerentes.

En esta erupción de conjeturas que desató la elección, se ha esparcido la noción de que la democracia va contra el orden, entendiéndose por orden la vida regalada de unos pocos.

“Estamos sufriendo una revolución antidemocrática iniciada por una clase social centralizada y poco numerosa, y que se cree llamada por sus relaciones personales y su fortuna a ser agrupación directiva y predilecta en el Gobierno.”
(Presidente José Manuel Balmaceda, 1891)

A diez metros del cruce con avenida Américo Vespucio, donde había estacionado un Taunus verde con dos ocupantes al acecho, los automóviles que precedían al Mercedes de Schneider se detuvieron bruscamente. Mauna frenó en seco y otro auto se le puso al lado, cerrándole el paso.

Inmediatamente, el Jeep que tripulaba Carlos Labarca y Jaime Requena le dio un espolonazo por atrás, abollando el parachoques del Mercedes y lanzando al general hacia adelante.

La idea, alegarían más tarde, era obligar a Mauna a bajar para verificar los daños, situación que uno de los matones arrendados aprovecharía para reducirlo de un puñete. De los autos que rodean el Mercedes y alrededores convergen los señoritos empuñando sus armas de fuego.

Del Taunus bajaron tres: Carlos Silva Donoso con un chaquetón para cubrir los distintivos militares del general y un rollo de tela adhesiva para vendarle la vista, Juan Luis Bulnes con un combo de hierro en la mano para romper los vidrios del Mercedes y un revólver calibre 38, con balas tipo “Wadcutter” en la otra, y Diego Izquierdo Menéndez con similar adminículo.

Son balas hechas para maximizar en una corta distancia la cisura. Con cabezal de plomo ahuecado, al impactar se expanden de modo que, en vez de atravesar un órgano lo destroza, además de traumatizar el resto del cuerpo.

Viéndose asaltado, el sargento Mauna, lejos de bajarse a mirar los daños ocasionados por el Jeep, se inclina para retirar de la guantera su Colt. Fue entonces cuando Melgoza, a fin de intimidarlo, le dispara un balazo. Esa bala, de plomo recubierto de acero, pega en el anillo del general, le fractura el dedo a la altura del tercer metacarpo, le roza el brazo derecho y termina alojada en la hombrera de su chaqueta.

En esos años los autos no tenían respaldo de nuca, por lo que el choque por alcance dejó al general medio aturdido sobre el piso. Estaba apoyado en el respaldo del asiento delantero, de espaldas a Juan Luis e Izquierdo, cuando éstos empezaron a dispararle. Entre ambos, sin mediar provocación alguna, le aforraron uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete y ocho plomazos. Todos contra un servidor público que no tenía nada contra ellos. “Si se muere que Dios me perdone, era una causa justa”, dijo uno de sus finos pistoleros.

Lo llevaron de inmediato al Hospital Militar, donde ha debido llegar sin vida. Si el gobierno demoró en dar el resultado de la elección ¿no iba a hacer otro tanto con el de esta conspiración?

Por órdenes superiores, impiden a la familia, esposa, hijos, ver al general. La noticia oficial es que “sufrió un atentado”.

(Ministro del Interior del entonces Presidente Frei Montalva era su “médico de cabecera” el Dr. Patricio Rojas Saavedra, el mismo que más tarde negaría con vehemencia que hubiese sido asesinado. Pero el más cercano al orden castrense era su Subsecretario de Salud, el médico militar Patricio Silva Garín, quien fuera procesado el 7-dic-2009 en Sentencia Rol Nº 7.981-B por colaborar en dicho homicidio por envenenamiento.)

Vinieron a anunciar que Schneider había fallecido dos días más tarde, después de haberse efectuado la sesión del Congreso Pleno en que se designó a Allende Presidente por el período 1970-1976.

Aunque de inmediato se supo quienes fueron los hechores, no fueron muy arduos los esfuerzos por atraparlos. Por el correo de las viejas se supo que estaban escondidos, ora en el laberinto de la parroquia El Bosque, ora en una casa amurallada del Opus Dei. Eran intocables.

En un gesto muy comprensible, doña Elena Cerda Echeverría, acompañada por Teruca Langlois de Matte, visitó a Hernán Santa Cruz Barceló, de la ONU, para pedirle que intercediera a favor de su hijo ante Allende. Él mandó decir que el caso seguiría su trámite regular y que el gobierno popular no haría nada especial por ajusticiar a Juan Luis. Lo mismo le aseguró días más tarde a su papá, don Manuel Bulnes Sanfuentes, cuando concurrió, como de director de banco, al típico besamanos en que felicitan al nuevo mandatario.

Cuarenta años más tarde, 22-oct-2010, en uno de los escasos homenajes oficiales jamás hechos a tan decente general, su hijo René Schneider Arce, dijo: “Este homicidio quedó en la nada. Entre unos que fueron condenados por “intento de secuestro con daño grave” a dos, tres años y otros que se acogieron a la “Ley de Amnistía”** y todo quedó en nada. Nadie pagó por este crimen.”


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* Las personas aquí nombradas son las sindicadas por la Segunda Fiscalía Militar en la “Causa 2446-70 por el delito de homicidio en la persona del general de Ejército René Schneider Chereau, y de los delitos de daño y hurto de material de guerra.”

** DL 2190, 1978 de la Junta Militar, cuyo primer considerando resalta “La tranquilidad general, la paz y el orden de que disfruta actualmente todo el país,” por lo que deben “dejarse atrás odiosidades hoy carentes de sentido.”

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