Pablo Huneeus
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SER MUJER ¿QUÉ ES?
por Pablo Huneeus

«¡Aquí sí que se necesita lucidez! Que el hombre sabio, calcule el número de la Bestia, es una cifra de hombre: 666.» (Santa Biblia, Apocalipsis, cap.13, n° 18.)

Mientras el aparataje milico-financiero de los Estados Unidos, entrega en bandeja Afganistán a los Talibanes sin exigirles a cambio ni la mínima protección a la mujer, el estado de Texas, (29,2 millones de habitantes), promulga un paquete de 666 leyes, entre las cuales viene la SB 8, que ofrece «$10,000 (dólares) plus legal fees» a quien denuncie a una joven con seis semanas de embarazo, que por cualquier motivo pretenda abortar.

Descrita como sueño de los caza recompensa y pesadilla para los demás, el estímulo a la traición corre tanto para el taxista que lleva a la niña a la clínica, como para su hermana, o el vecino, aun cuando a las seis semanas a menudo ni la misma afectada se ha enterado de su gravidez.

No sólo es volver a mediados del siglo XX en lo que a derechos de la mujer respecta, es hacer del aborto un crimen netamente femenino, sin que se persiga al varón causante del feto indeseado, aunque sea el papá, un sacerdote, o una banda de pandilleros.

Más que salvar vidas, el leitmotiv del rebrote antiaborto es penalizar mujeres, verdadera construcción ideológica, enraizada en desviaciones de infancia, y que se expande a matacaballos por variados ámbitos de la sociedad, llegando la nueva misoginia a constituir una suerte de Gestapo con bendición apostólica.

La escritora inglesa Laura Bates (35) describe en el diario The Guardian, a los «Incels, Involuntary celibates» nombre referido a la condición de célibe o solterón a la fuerza, que se dan ellos mismos. Son una forma de extremismo y no puede por más tiempo ignorarse, dice en su artículo del 19 de agosto de 2021.

«Los Incels suscriben una ideología transnacional caracterizada por la supremacía masculina de raza blanca, opresión de la mujer y la glorificación y apoyo de la violencia machista. Viéndose a sí mismos como perpetuamente oprimidos por la “ginocracia feminista”, creen que el sexo es su derecho inherente de nacimiento por ser machos, y que la violación y el asesinato son castigos merecidos para una sociedad que según ellos los priva de tener sexo.»

Por su parte, un escritor chileno sostiene en su libro «El Íntimo Femenino», que para entender lo absurdo de sindicar al género femenino como una especie aparte debemos volver la mirada hacia el instante, en que en medio del vaporoso mar que cubría la Tierra juvenil, la molécula inerte (agua, cadmio, lo que sea) se transforma en célula viviente.

¡Vida!, vida sobre el tercer planeta del sistema solar, intercalado entre Venus y Marte, pero en condiciones de retener agua y dotado de elementos, (carbono, azufre, sodio e hidrógeno) aptos para la química orgánica. De ahí en adelante, el fenómeno vida, el llamado vitalismo, no cesa de pujar por cubrir cuanto espacio las condiciones de luz, oxígeno y temperatura le permitan.

Todo, apuntando a desarrollar organismos de mayor espíritu y más sociables, o sea mejor comunicados los unos con los otros, como es el caso de los delfines y los humanoides, quienes desde el primer al último suspiro se lo pasan en continua cháchara entre ellos.

En dicho proceso de perfeccionar el animal, la naturaleza, luego de probar que ni el lobo estepario sirve en solitario, opta por aunar especialistas en un mismo proyecto. Mejor en pareja, es la idea por la cual empieza a encomendarles a distintos consignatarios los componentes requeridos para elaborar modelos avanzados.

Es el método de fabricación que adopta la compañía Boeing a fin de construir el «787 Dreamliner», su más sofisticado avión de pasajeros. En vez de manufacturarlo de pies a cabeza en su madriguera de Seattle, le encarga sus motores (con aspas de titanio y una potencia de 1.500 autos) a la empresa Rolls-Royce de Inglaterra, y sus esbeltas alas flexibles, hechas de fibra de carbono prensado, a la Mitsubishi de Japón.

De igual modo, para fabricar el bípedo pensante, que es harto más complejo que un 787, la Pachamama recurre a la asociación creativa inter pares, encargándole a unos los espermatozoides y a otros, los óvulos. Como hacer motores es una especialidad que requiere forjas y metales muy superiores a los que una tribu conozca, los encarga, no a la Rolls-Royce de la campiña británica, sino al par de testículos que sitúa en las afueras de la cabina.

Ídem, con las alas que sustentan el fuselaje central de la existencia humana: útero, ovarios, glándulas mamarias, e instinto maternal. Son tan esenciales, y delicadas, como las de la cigüeña que nos trae desde París.

De nada, pues, sirven los recios motores sin la firmeza de las alas. O sea, somos lo que somos gracias a venir de un organismo dual de reproducción capaz de sustentar el espíritu, y que, tal como el pie derecho con el izquierdo, se vale del sistema binario (0 y 1) para enaltecer la especie.

Tienen mucho en común ambos socios de la empresa Sobrevivencia Humana Ltda. Macho y hembra ostentan similar esqueleto, e idéntico cerebro, sistema nervioso y aparato digestivo. Al igual que en otras especies, existe sí en la nuestra, cierto dimorfismo sexual, la melena del león para apasionar a la leona, por el cual quien nace varón, junto con roncar más fuerte luce espalda y bíceps más robustos que su dama de compañía.

Pero es la pinta, no más. El ansia de procrear se manifiesta de modo inconsciente en los penachos, mitras y entorchados que clérigos y militares gustan exhibir, pues dichos adminículos realzadores del físico, cumplen la misma función de la fulgurante cola del pavo real: seducir por miedo reverencial.

La diferencia significativa entre ellos y ellas yace en la porción del aparato reproductivo que le toca a cada cual. Al primer socio, el del cero a la izquierda, el supremo hacedor le instaló de partida las ganas (testosterona) en la forma de erecciones irrefrenables, seguidas de sueños fantasiosos que la mente infantil no entiende, menos cuando vienen con exóticos placeres que dejan el piyama encharcado de espermatozoides ansiosos por realizarse.

Al socio del uno positivo, en cambio, sin aviso ni compasión le instaló en su vientre un par de ovarios que periódicamente elaboran gametos femeninos. Estos, también llamados óvulos u ovocitos, son unas células cargadas de cromosomas que, al ser alcanzadas por algún espermio, se amalgaman con el intruso a fin de abocarse en los próximos nueve meses a formar un bebé.

Unos y otros son de corta vida motivo por el cual, desde la pubertad hasta la menopausia, la mujer cada veintiocho días produce óvulos que al no encontrar pareja, se retiran de circulación por medio de un sangramiento perfectamente natural, en nada insalubre ni contagioso, pero que al ocurrir en la ignorancia añade al dolor de ovarios la sanción social del misógino.

A mi hermana Cecilia su primera regla le llegó en «The Marist Convent», de Ascot, Inglaterra, mientras el capellán de dicho colegio de monjas sermoneaba desde el púlpito. Porqué cuando emigramos a Londres a ambos hijos menores del septeto nos mandaron a estudiar lejos, misterio.

Pero sí me consta, pues en esa época, años 1950, —plenas penurias de postguerra— el que habla fue a parar a un internado jesuita en Yorkshire, y el único papel higiénico disponible en las academias del reino era el «Izal Medicated Toilet Tissue», una suerte de papel celofán tieso que servía más en el ramo de Geography, para calcar mapas de la «Encyclopaedia Britannica», que en el WC para limpiar partes sensibles. Y cuando Cecilia le contó a la mamá, doña Virginia Cox se limitó a comentarle: ¡Bah!, no tenía idea que nada sabías de eso.

De igual modo, a mi madre también debió acaecerle su primer período ante el sagrario, en el colegio Sagrado Corazón Monjas Inglesas, de Alameda con San Martín, donde la pusieron interna cuando el tata Ricardo volvió viudo de su estadía en Ginebra, Suiza.

Fue siendo abuelo ya, que me enteré de los sobresaltos de Cecilia, pero lo que sí capté altiro al volver a la casa de Londres para las vacaciones de invierno fue que «la chica» trataba a mi madre de tú, confianza a la cual nunca sus hijos accedimos; le decíamos usted, como al papá y él al suyo, con respeto.

Cual piso recién encerado, había un aroma distinto en el aire. No éramos más los dos menores contra los viejos; la Ceci, la de las pataletas que yo reprimía a coscachos, y mi mami habían entablado una relación especial, una mezcla de afinidad y complicidad propia de las tías cuando se quieren.

Me sentí un poco tocando el violín. ¡Lógico! Durante la prédica en el convento, sin ayuda de nadie, y no antes ni después, Cecilia había pasado a ser mujer.

Moraleja: El alma es unisex; del mismo tamaño y potencial para los nacidos con útero o con falo. Ergo, dad al seso lo que es del seso, y no más fiestas de hombres solos, ni regimientos o conventos segregados, pues unidos los unos con las otras, es mejor.

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