Pablo Huneeus
Seguir a @HuneeusPablo

EL PAPELITO QUE ESTREMECIÓ AL MUNDO
por Pablo Huneeus

El mensaje que desde el recién terremoteado Chile del 2010 iluminó al mundo, vino de tierra adentro: mina San José, Copiapó, Región de Atacama. El jueves cinco de agosto un bloque de material estéril aplastó la única rampa de acceso, dejando a un turno completo de trabajadores —unos treinta hombres de distintos oficios y nacionalidades— atrapados en la zona de explotación, que va desde los 400 metros de profundidad hacia abajo, donde hay infinidad de galerías, algunas olvidadas en tiempos de la Independencia.

Dicha mina, apodada «la criminal» por la cantidad de accidentes fatales que registra su historia, hacia 1840 destacaba por su abundante producción de plata, llegando en 1869, justo cuando Pío IX (Giovanni Mastai Ferretti) convoca al Concilio Vaticano I que consagra la infalibilidad del papa, a ofertar 88. 742 kg de plata fina. Fue cambiando de minerales —cobre, oro, molibdeno— y de propietarios, uno de los cuales, de tanto recorrer sus túneles para sacar fotos, murió de cáncer pulmonar.

A comienzos del presente siglo, se la adueña una nueva empresa denominada, seguramente en honor al primer mártir de la cristiandad: «Compañía Minera San Esteban S.A». Dicho santo, recuerda el Evangelio (Hch. 6.5—8.2), fue un predicador de Jerusalén, iluminado por el Nazareno nacido en Belén, que fue ejecutado por lapidación, vale decir a peñascazos de la turbamulta azuzada por los rabinos, evento que al fariseo Saulo de Tarso le trabaja al punto de llegar a convertirse en el más ferviente partidario del sujeto que él mismo perseguía.

Sus dueños, Alejandro Bohn Berenguer (45) y Marcelo Kemeny Fulle (45), de fe judía ortodoxa, son típicos caciques de la tribu feliz que desde el barrio alto de Santiago acapara el 30% del ingreso nacional. Ambos, de padres adinerados, y desde su niñez amigos en el Colegio Nido de Águilas, el más caro y extranjerizante del país. Ubicado dicho centro de adoctrinamiento sobre la cota mil de La Dehesa, no lejos de donde abusaba de menores el cura irlandés John O'Reilly, se esmera en inculcarle a sus a alumnos ese desprecio al pobre y audacia financiera que habilita a chorear en grande. «Todo para mí, nada para los demás» es la actitud.

A raíz de nuevas fatalidades, en 2007 el Servicio Nacional de Geología y Minería (Sernageomin) le exige a la empresa poner un refugio fortificado de 50 m², dotado de aire comprimido, oxígeno, conservas, agua, frazadas y comunicación alámbrica, elemento que si lo hubo, fue dañado por el colapso de la rampa.

Uno de muestra no más, porque en la mina Totten de Canadá, también productora de cobre, oro y níquel, cuando colapsó el elevador central (29-sep-2021), los 39 mineros atrapados entre los 548 y 1.200 metros de profundidad se guarecieron en el refugio propio de cada nivel, o piso, de explotación, todos con ventilación independiente y escaleras de acero. Algunos mineros tardaron dos días en la repechada de botas puestas a la superficie, tres veces el Empire State Building, cosa seria. Pero de ahí calabaza, calabaza, cada uno a su casa, como debe ser en un país libre.

Mismo continente, igual negocio en dólares, similar empresa mediana de sus buenas doscientas almas entre trabajadores y proveedores, pero distinta mentalidad. De la diferencia de salarios, ni hablar porque el empresariado chileno, en su servilismo al capital foráneo, ha renegado de sus orígenes, mayoritariamente de papás que supieron pelar el ajo, para adoptar la siutiquería de Martín Rivas: vacío moral; carencia de cultura e idiomas (ni inglés saben); pasión por la plata; adicción al juego (ludopatía); heavy drinking (alcoholismo inveterado); racismo y virginidad sociológica, o sea no entender para nada que la segmentación en vías exclusivas —gettos, clanes o pandillas— lleva al taco sin salida.

La minería es demoler el sustrato geológico del planeta para extraer de entre los escombros piedras preciosas, labor que antes se hacía a pala y picota, con la ayuda de pólvora negra y mulas de carga. Gracias al invento del químico sueco Alfred Nobel (1833-1896) el subsuelo se convirtió en una sucesión de atentados dinamiteros que no cesan de aumentar en potencia y frecuencia, siendo ahora usual que causen sismos de magnitud 3 a 4 en la escala Richter.

En ese contexto, el «cargador de tiro» o sea el percusionista de la banda es quien le da su ritmo a faena, trabajo altamente calificado de barrenos, señales escritas, detonadores, y taponeo de perforaciones con explosivos muy superiores a la dinamita de Nobel.

Quien lleva la batuta en la mina San José el día en que colapsó la rampa de acceso, es un perito de contextura maciza y carácter introvertido llamado José Ricardo Ojeda Vidal. Nacido el 11 de Octubre de 1964 en Puerto Varas, región de Los Lagos, estudió en la Escuela Superior de Hombres N° 2, donde la profesora de Estado en la asignatura de Castellano, doña Rosbita Cárdenas, además del idioma, le enseña caligrafía, arte de escribir a mano en letra legible.

Trabaja en Sewell, mina El Teniente, Rancagua, donde a raíz de la «Tragedia del Humo» (19 de junio de 1945), en que murieron asfixiados 355 mineros, se implementaron rutinas de comunicación con cada grupo laboral en faena por medio de una red de citófonos. Al sonar la campanilla, el encargado inmediatamente debía coger el auricular y gritar en lenguaje telegráfico cómo, dónde y cuántas personas hay cerca.

¡Atentos niños!, anuncia el perito en explosivos al comienzo del turno, hoy toca poner tiro de voladura en tal galería a las diez, y de rotura en el frente X a las once precisas, por lo que a la hora señalada, paleros, electricistas y aventureros deben guarecerse unos minutos bajo cualquier espalda —cabina de camión, recodo enfierrado o refugio— que proteja si el ¡boom! se desmadra.

Temprano ese día el día, más de un «viejo» le advirtió al Jefe de Turno, Luis Sepúlveda, un tipo aquejado de verborrea, que «la mina se está sentando», pues de antes había señales de derrumbe: hilos de polvo, gemidos de ánimas y caídas de guijarros. Pero el típico capataz chileno lleva en sus cromosomas la huasca del patrón de fundo, no el tino de escuchar al peón.

VOLADURA

Acaecido el colapso, el minero Ojeda opta dar señales de vida por medio de tronaduras livianas. Las va percutando cada sesenta minutos a la hora exacta, indicio de sapiencia humana que en medio de la batahola de máquinas perforadoras que las mineras grandes estaban instalando en la superficie, puede haber sido considerado indicio de nuevos derrumbes.

El mecánico Luis Beltrán, experto en posicionar las barras con que la perforadora extiende su garra hacia el centro de la Tierra, toma la precaución no prevista en los manuales, de apoyar una llave de torque en la barra y apretar el oído; lo mismo que hacíamos en la estación Leyda para saber si viene el tren. El hierro trasmite a kilómetros el tiqui taca del convoy.

Alguien a cien, doscientos metros golpea la barra al momento de detener la máquina. Señal de vida sí, que alienta a los rescatistas, pero a fin de no crear falsas expectativas a los familiares que se han ido agolpando cerca de la entrada, mantienen en secreto. Bien podía tratarse de un solo sobreviviente, y sepa Dios en qué estado.

Al día diecisiete de confinamiento, escaseando ya las provisiones —22 de agosto 2010—y sumidos en las tinieblas de la noche perpetua, Ojeda ve aparecer no lejos del refugio la broca de prospección que mandan de arriba para tantear el terreno. Antes que se devuelva a la superficie con la pura muestra de rigor, se apoya sobre un cajón de Anfomax, «Agente de voladura de alta calidad,» que servía de mesa, garrapatea con un plumón rojo en un cuaderno de matemáticas la frase cumbre de la literatura chilena y la adhiere con un plástico al «martillo» (cluster o naríz guía de la broca, con bit de 24”) que, junto a un par de cartas íntimas de los condenados, pronto sube raudo con la nueva.

Arriba, recibe el mensaje el ingeniero Eduardo Hurtado, quien sin fanfarria y sumo respeto, como presintiendo un nacimiento, se saca los guantes para retirarlo suavemente de la broca en que vio la luz. Lo de los guantes, lo evidencian sus dedos, aún cubiertos de arcilla, en la foto, gentileza de terraservice.cl, fechada 2, October 2021, que aparece en —Los 33— de su portal, donde leemos:

«Con paciencia y precisión, cerca de las 6:00 am del día 22 de agosto de 2010 el equipo de Terraservice junto a la sonda P10 lograron el primer contacto con los mineros atrapados.

Eduardo Hurtado, Jefe de área de Terraservice, recuerda ese momento: "Estaba mirando cómo salía polvo de la chimenea de ciclón de la máquina cuando de repente ya no salió nada más y el cabezal se encontraba a la mitad de la barra. A los 688 metros de profundidad rompimos, y luego escuchamos un golpe fuerte en las barras que venía desde el pozo".

Llamaron a las autoridades y comenzaron a levantar las barras, la última venía pintada de rojo. Ese fue el primer indicio real de que había vida en las honduras. Finalmente el martillo venía envuelto en un plástico con tres cartas y en una de esas venía el mensaje "Estamos bien en el refugio los 33".

La alegría, los abrazos y las lágrimas se tomaron ese momento. Todos estaban felices de saber que los mineros atrapados se encontraban en buenas condiciones. Esta fue la luz de esperanza para continuar trabajando por un rescate que tenía mucho por delante, pero que buscaba traer a 33 personas vivas desde casi 700 metros de profundidad.»

Pero entonces, en avión fiscal, y sin pagar pasaje ni tasa de embarque, llegó el multimillonario Sebastián Piñera Echenique, con su esposa Cecilia Morel, y comitiva de cancerberos, a robarse la película.

FARÁNDULA

De cómo una faena de rescate se transformó montaje de televisión, y los recién liberados fueron aprisionados, en una próxima entrega.

Contacto Pablo Huneeus