Pablo Huneeus
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OREMUS
por Pablo Huneeus

Cuando a mi nieto Pedro Sánchez de Lozada, que vive Nueva York, le mandé un finísimo retrato profesional de mi madre a los diecisiete, agradecido y ciertamente mesmerizado por la belleza de su abuela, me preguntó ¿Cómo es que encuentras estas cosas?

Así es como encuentro estas cosas, querido Pedro: ordenando el cajón derecho del escritorio a fin de acomodar los nuevos lentes, que esta tarde me entregó el Cesfam de Vitacura, gentileza del GES. Al fondo, entre plumas sin tinta y linternas obsoletas, tanteo con la punta de los dedos un libro de rezos intitulado OREMUS*.

Pequeñito, de color gris marengo tapas blandas y dedicado por una tal Victoria “a mi compañera de pieza Virginia Huneeus” (mi hermana mayor) en el ancianato Ambar, donde la tenían recluida. Lo debo haber sacado de su velador al acudir en noviembre de 2019 a retirar su ropa, and in order to forget her, I simply shoved the booklet into the nearest drawer.

Y ahora, para hacerle espacio a los nuevos anteojos, tomo el librito y lo abro en la mitad. Caen de entre medio dos santitos; uno referido a Anita Huneeus Salas, la hermana mayor de mi padre, fallecida a los doce años de diabetes el 7 de Julio de 1913, o sea antes de que los investigadores Frederick G. Banting y Charles H. Best descubrieran la insulina. Toronto, Canadá, mayo de 1921.

El otro santito, seleccionado por la Virgo para tenerlo a mano hasta el final de sus días, es de un niño rubio con aureola, —para nada mi caso— menos la aureola. Pero al reverso, he ahí que resulta ser el confeccionado con motivo del sacramento que a los siete años me fue impuesto mientras aún vivíamos en los Estados Unidos.

En ese tiempo, ella a sus diecisiete se mandaba sola, cual típica hija mayor dominaba a mi padre, y sabía imponer sus gustos. Entonces, ¿quién, sino la futura pintora de cucos chilotes e infiernos de Dante Alighieri podía elegir esa tipografía gótica, como de castillo medioeval? Frente a la modernidad estampa mi nombre en letras propias de Ivanhoe o Maquiavelo. Y adivinó bien: me encantan.

Tú no tienes Pedro, que yo sepa al menos, una hermana mayor que venga y te ponga Peter. Como sea, ahora al contemplar ese papelito tirillento, tan bien conservado en un misal olvidado, entiendo mi primera comunión. Fue sacramento del espíritu liberador, el que nos saca del miedo y la ignorancia, y en el mismo Nueva York donde tú has sido consagrado de vacunas pediátricas hacedor.

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* Manual del Episcopado de Chile, 34ª Edición, Imprenta Gendarmería, Santiago, 1990.

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