Pablo Huneeus
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LA ÚLTIMA SIESTA DE ZULEMA DOLORES
por Pablo Huneeus Cox

— ¡Espera! que están arreglando a la güeli, —me gruñó Camilo Huneeus Guzmán, desde arriba de la escala de diez peldaños que precede la entrada principal de su casa, donde hay un pequeño porche con una mesa y dos asientos. Es entera de madera noble, con un torreón de tres pisos y techo de zinc-alum, mientras él, a sus 18 años, ya es un tipo maceteado, de tez clara y ojos azules.

Con voz de bulldog y ademanes de gaviota, me cuesta entenderlo, como si viniera de la galaxia Andrómeda y habláramos uno sánscrito y el otro, latín. Encima, ni de físico lo encuentro parecido. A su edad, yo era tan moreno y de ojos oscuros que me decían “el negro”, y nadie me toqueteó, que es lo correcto ante la infancia, sea uno monaguillo del San Ignacio o muchachillo de Colonia Dignidad. Él, en cambio fue criado como niño «maravilloso», trofeo de guerra e ícono de fecundidad que a mucho tío y tía le gusta alzar en brazos.

De carácter, combina el complejo de superioridad del hijo único, —vive rodeado de mujeres— con el síndrome de Alienación Parental en grado crítico.

Son las tres y dos minutos del domingo 24 de febrero de 2008, Fundo Chacayal, distante a doce km de Osorno por el camino a Trumao, junto a la estación de igual nombre, de la línea de ferrocarril que une la Estación Central (Alameda) con Puerto Montt.

Vine desde Calbuco, 160 km más al sur, manejando un Peugeot 307 que arrendé en el aeropuerto El Tepual a fin de visitar a este hijo que me tienen secuestrado en el ambiente pueblerino de una chata provincia, donde justicieros y timadores cazan juntos afuerinos adinerados. En vez de ayudar los lugareños a integrar al niño en el nivel socio cultural que le corresponde, larvas resentidas se aprovechan de él para mendigar, y gusanos de librea, para saciar sus bajos instintos.

Hasta ahora, ha sido puro pagar, sin compartir la tuición ni obtener que le dieran libertad provisional para llevarlo —sin chaperona— a veranear con mi familión en Chiloé.

Si desde Santiago me iba en bus-cama, a las seis lo botan a uno en Osorno, a medio dormir y sin tener dónde ir. Todo cerrado, y las visitas tempraneras complican, más si se dejan caer, como los mormones, a almorzar. Por eso, tratándose de una misión diplomática, a la madre del cordero le avisé diez días atrás que me estaría apersonando en su residencia a las tres; solo y por un rato no más. Y como se trataba de limar asperezas del diferendo familiar —esa amargura que dejan los tribunales— decidí llevarle un ramo de flores.

Es cosa grave el domingo tierra adentro: el día precioso, brisa sur y cielo azulado, pero no hay actividad alguna en las calles, y el mercado frente al mar donde llegan en coloridas lanchas pescadores y campesinos, vacío. La primera misa es de doce y la única florería abierta a las diez de la mañana está frente al Cementerio Municipal.

Acompañado por un atado de claveles blancos, y a pesar de haberme detenido a tomar desayuno en Frutillar, antes de las dos de la tarde estaba qué rato en Osorno y a las 14:20, me encontraba contemplando el abandono de la estación Chacayal: rieles desalineados, durmientes podridos y los andenes cubiertos de maleza.

Por eso, minutos antes de las tres enfilé por el callejón que lleva derecho a las casas del predio. Tan derecho, que desde la cocina se ve clarito cuando un vehículo se aproxima al portón ganadero, que hay a media cuadra. A las tres en punto de la tarde lo estaba abriendo: es, de los que van sobre una zanja cubierta de polines que evitan, en caso de quedar abierto, que el ganado escape, o se lo roben de a pie.

Freno, bajo a abrir la tranca, cruzo con el auto y vuelvo a bajarme, esta vez para dejar cerrada la reja. Nuevamente tomo el volante, ahora con la extraña sensación de ser observado, y con razón, ya que desde la cocina, ubicada en el torreón, a simple vista conocen a cualquiera, sobre todo si el intruso viene a plena luz del día en un 307 nuevo.

Lentamente avanzo, no hay otros vehículos, caballos, ni quiltro olfateador. No esperaba comité de recepción ni alfombra roja, pero la mínima hospitalidad sureña es salir a recibir al forastero; «pasen a acalorarse» dicen los chilotes cuando uno, empapado, de lejos huele el aroma del pan amasado siendo horneado en cocina a leña.

Dejo el carromato a la sombra de un árbol, junto a la escala que lleva a la entrada principal. Me bajo y espero. Silencio absoluto, no están parece; capaz que se hayan ido ya a Santiago por la entrada a clases. Y cuando abro la puerta a fin de estirar las piernas antes de reasumir mi vuelta, fracasado, a Calbuco, ahí recién aparece Camilo.

Subo la mentada escala, es harto empinada, y lo noto colorado, como si viniera de jugar tenis, y muy nervioso; que me siente en la silla derecha ordena. Entra a la casa, cierra la puerta, para que no se me ocurra seguirlo, y sin tardar reaparece con un plato de bakelita cubierto de tallarines embadurnados con Pomarola, la ubicua salsa de tomates, que él engulle sin cesar de proferir palabras de cortesía como: «Si tu trabajo no da para para darme los doce millones que necesito ¿por qué no te prostituyes en San Camilo?»

No es nada mandarme al barrio de prostíbulos de Santiago-Centro comparado con lo repulsivo de su boca llena de comida a medio masticar, y en la comisura de los labios, lucir el tinte de la anilina rojo escarlata con que colorean el mentado saborizante.

Criado por una mujer de fulgurantes ojos y llamativa figura, como fue su madre, Anita Zulema Guzmán Valdeavellano, de educación media y universitaria completas, uno esperaba una relación civilizada, empezando por librar al peque de su «erastés» germanófilo, cuyo criterio no coincidía para nada con el mío de ponerlo en el Colegio Salesianos de Osorno. Se le ha regalado cuanto libro, celular o computador quisiera, dos recientes viajes de estudio a España y Alemania, y todo para exhibir gustoso el estigma del mal educado. Si no sabe comer como la gente ¿sabrá servir la mesa, lavar platos, o soldar cañerías?

Entretanto, ¿qué es esto de “que están arreglando a la güeli”? Revelador, el término que blande su nieto, como si la patrona de fundo Zulema Dolores Valdeavellano Jones no fuera más que una lavadora mala, y andan gasfiteros cambiándole válvulas. ¿En día domingo y sin hacer ruido alguno? Las máquinas se arreglan, las personas se sanan, alimentan o ponen a dormir, según sea el caso. ¿Qué le estarán haciendo?

Frisando los noventa años, exigente y cara de mantener, en Chile ella califica para disfrutar de una muerte «natural», procedimiento gentil e indoloro realizado con medicamentos veterinarios, sobredosis de barbitúricos y dulzura. El inconveniente, sí, de parar un corazón humano, aunque la policía no sepa y los papeles estén en regla, es que constituye un crimen.

A los veinte o veinticinco minutos se abre la puerta y Anita me hace pasar. Porta un delantal de trabajo, y parece venir de una faena veterinaria, aunque no hay indicio alguno de gallinero o chanchera. También se le ve nerviosa, con el pulso acelerado.

En medio de tanta tensión, nada mejor que una humorada me dije, y haciendo un gesto de galán siútico, doblo la rodilla y bajando la cabeza le entrego el ramo de claveles.

— ¿Son para mí?, —pregunta con una leve sonrisa.
— Para ti, o tu mamá, como quieras, —respondo mirándola a los ojos.
— Serían las primeras flores para mi mamá, —frase que, conociendo el carácter de la vieja dama interpreto como la primera vez en su vida que alguien le obsequia flores.

Tanta rudeza le vino del gen Valdeavellano (gauchos de Neuquén) que a su propia y única hija la atormentaba con la cantinela de que su parto la había dejado rengueando de por vida. Y cuando Anita, estando yo en Rusia creo, dejó dicho en su casa que se había fugado conmigo a la isla, partió, la señora, acompañada de su marido, don Camilo Ignacio Guzmán Heughan, a la posada donde voy en verano. Cuenta Ricardo Soto Mansilla, el anfitrión mariscador, que Zulema Dolores extrajo de su cartera un revolver Smith & Wesson calibre.38, para cuando lo pille, dijo.

Entro, está también su íntima amiga, «la tía Elizabeth», (María Elizabeth Keller Rojas, profesora de inglés), quien ha venido a ayudarnos, dice Anita orgullosamente.

Avanzamos sin alboroto por la galería asoleada, frente a las dos habitaciones principales, una de Camilo parece, llena de artilugios psicodélicos, y la siguiente, quizás el antiguo comedor, ha de ser el dormitorio de misia Zulema.

Seguimos derecho a la cocina, donde Anita pone al fuego una cafetera sin tapa de la cual pronto borbotea un rico café para los cuatro ahí presentes.

Volvemos por la misma galería a sentarnos alrededor de una mesa a platicar del tiempo y de las uvas. Tengo a mis espaldas el dormitorio principal, que está con la puerta junta y totalmente oscuro. Ahí, entiendo, se encuentra durmiendo siesta la agricultora, madre, abuela y dueña absoluta de la casa. En cualquier momento despierta, pienso, por lo que bajé la voz.

Raro, siento a las tres otras personas en torno a la mesa (Anita, Camilo y Elizabeth) como un solo ente a la usanza de los tres mosqueteros; “todos para uno, uno para todos” era su lema. O bien, como un simple ménage à trois (hogar de a tres) para solitarios que unidos se potencian.

En cuanto terminé el café, Anita me pide que la acompañe afuera para hablarme a solas de un asunto. Pero, no bien me pongo de pie y la sigo en dirección al huerto de manzanos, Camilo, fuera de sí, se le atraviesa al frente gritándole ¡No, no puedes salir con él! ¡Te va a matar!

Pero ella, aunque de menor estatura, cual domadora de leones, serenamente lo contiene. Su dominio del brioso cachorro es absoluto, quedando Camilo paralizado, de modo que la acompañé al manzanar sin que tuviera nada especial que confidenciarme. Ahí recién, empecé a captar que la idea era alejarme del interior del castillo encantado.

Al rato, salen Camilo y la tía Elizabeth gritando no sé qué, que venga, no sé quá, por lo que opté por despedirme y dirigirme al auto rodeando la casa por fuera.

Entran raudas Anita y Elizabeth, debe haber despertado de su siesta la patrona, pienso y acompañado de Camilo, más bien vigilado por él, subo al acerado Peugeot (es gris platino, automático, de dos puertas y apesta a nuevo), momento que aprovecha para despedirse diciendo: «si tienes este auto es porque nadas en plata…gh».

Visitas, algún otro automóvil o caminante que hubiera llegado, nada. El sol sigue pesado, es pleno verano, hora de siesta todavía y al llegar al cruce, cuando el celular marca 17:23, dado que no sé hacer llamadas desde el auto en movimiento, me detengo en la berma a llamar a la Vero, mi esposa. Adelante, por el espejo, sobre el camino o en algún potrero, cero humanoide.

— ¡Uf!, salí con vida, —le cuento, ya voy de vuelta.

De regreso en Santiago, sumido en el tráfago de marzo, cuando llamo a Anita para peguntarle cómo le ha ido a Camilo en la universidad, antes de saludar siquiera me grita exasperada:

— ¡Murió después que tú te fuiste!

¿Quién? ah sí, por supuesto, tu mamá. A los nueve días de ir a verte, vino ella a penarme. Dos veces, al final del atardecer, estando yo en la terraza de la piscina, junto a la higuera, se hizo presente en la forma de una niebla, como una evaporación de madrugada.

Que te cuidara a ti, me hizo saber. Sí, que yo te protegiera de mi hijo, añadió. ¿Será que no se llevaban bien? Extrañado quedé, pues hasta ese momento creía que tú eras la intrigante y Camilo la víctima… ¿Aló? ¿Me oyes? No sé en qué parte de la conversación Anita cortó la comunicación dejándome, como se dice, metido.

A fin de esclarecer cuándo y cómo se había elevado a la eternidad doña Zulema Dolores, solicité del Registro Civil e Identificaciones su Certificado de Defunción.

Me atoré al leer la séptima línea del documento:
«Fecha defunción: 24 Febrero 2008 a las 15:00 horas» (justo al momento anunciado en que llegué a su casa).
«Causa de muerte: Paro cardiorespiratorio» (o sea "natural", el cuore, típico).
«Médico tratante; Sylvia C. Guarda Strobel», ginecóloga de Osorno, que me consta no estuvo ni cerca del lugar del deceso a la hora señalada.

¿Libreto del Asesinato Irreprochable? Perfecto a cada paso, pero aunque la policía no sospeche, el acto de quitarle la vida a un congénere de la especie humana, sea niño o anciano, moro o cristiano, tarde o temprano regurgita en sentido de culpa, karma fatídico o conductas anti sociales; matonaje y Odium.

Asimismo, solicité el “Registro de Defunción” de donde se desprende que al otro día, sin mediar extremaunción ni velorio, “Se otorga pase de sepultación N° 119 de fecha 25-02-2008 para el Cementerio Parque del Cedrón.”

Y del diario “El Austral de Osorno” del martes 26-02-2008, (ver Imagen) en cuyo obituario encontramos esta única referencia a la patrona de Chacayal:

† DEFUNCION Tenemos el sentimiento de comunicar el fallecimiento de nuestra querida madre y abuela, señora: ZULEMA DOLORES VALDEAVELLANO JONES (Q.E.P.D)

¿Se habrán acordado de dejarle los claveles blancos que le llevé el domingo?

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Cerro Manquehue, sábado 30 de agosto de 2008.