Pablo Huneeus
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Urbi et Orbi 90. Domingo 1 de octubre de 2000

EL COSTO DE LA DESIGUALDAD
por Pablo Huneeus

El revuelo causado por las millonarias indemnizaciones de ejecutivos revela lo tremendamente resentida que está la sociedad chilena con la malsana desigualdad que la caracteriza.
Malsana, porque una inicua distribución de la riqueza, como la que aflige a Chile, donde un dilecto 7,1% de la población acapara el 43% del ingreso, provoca estas aberraciones:
1.- Base moral de la delincuencia. Al existir una casta dorada, que encima provoca con su ostentación, la delincuencia actúa, cual Robin Hood, embebida de una cierta conciencia de actuar en justicia.
Atacar mansiones, secuestrar ejecutivos o robar autos de lujo pasa a ser, entonces, una forma de rebelión social. De ahí su agresividad con las víctimas: además de robarles se sienten llamados a castigarlos.
2.- Destrucción de la clase media. La desigualdad económica aniquila la clase media, el mayor factor de estabilidad. Sin ella, como en Perú, Ecuador, Colombia, la suerte oscila entre los extremos. El modelo bi–polar de sociedad con dos clases límite, lleva a la violencia, o sea a andar en la cuerda floja de ser regido por la ignorancia o la arrogancia.
3.- Concentración de la inversión. Al haber tanta riqueza en un puñado de contentos, los que a su vez se apelotonan en un barrio de la capital, la inversión social –clínicas, protección policial, teatros– tiende a confluir a ese epicentro del dinero, dejando el resto del país en el barro.
4.- Trabajo malo. El clima organizacional de la empresa en Chile, el ambiente digamos, está provocando sus caídas. Detrás de percances como la varazón de balsas jaula con medio millón de dólares en salmones, del incendio de la planta, o del hundimiento del pesquero en la bahía, siempre hay un gerente que estaba en Santiago, el perla. Su alto sueldo lo hace creerse demasiado importante para las veleidades de terreno, quedando así lo más delicado en manos del peor pagado.
El gerente general debiera vivir a no más de una cuadra de la fábrica y ganar no más que seis trabajadores.
El sólo hecho de saber que el gerente se echa lo de veinte y más trabajadores de a 400 mil cada uno, o lo de su centenar de obreros a sueldo mínimo, baja la productividad. Y el sabotaje sigue al mal ánimo como la carreta al buey.
5.- Miedo. La falta de equidad provoca inseguridad en los mismos beneficiados del sistema. Parlamentarios, gerentes y generales, duques de la administración pública, empresarios, o sea toda la clase dirigente se siente sitiada. Rejas, guardias, ventanas cerradas a machote y sobre todo, temor a la gente. ¿Se atreve el senador por Valparaíso a caminar (sin escolta) por el cerro Alegre? ¿Comparte el general con la tropa?
Son los primeros en sacar su plata del país y por algo será que justo a ese nivel hay mayor incidencia de suicidio y depresión juvenil.
Algo huele a podrido en el Estado de Dinamarca, dice Hamlet en una frase tan reveladora como su "to be or not to be…" Decir que el abuso es intrínseco a la empresa estatal es desconocer el altruismo y austeridad de los grandes gerentes del sector público, como Fernando Salas, Raúl Saez, o Juan Pedrals. En esa línea de argumentación oportunista, podríamos atribuir a la iniciativa privada el narcotráfico y la prostitución.
El mal olor viene más bien de la curiosa relación de la clase ejecutiva chilensis con el dinero. En la práctica no existe en nuestro medio sanción penal ni moral al crimen de cuello blanco. Una pasadita por Capuchinos y listo el bote.
Por su parte, las estafas urdidas por economistas chilenos a las bancas de Costa Rica, de Ecuador y de Perú, como las perpetradas a empresas extranjeras tipo "negocio del siglo", les han dado su fama. No sólo se han convertido en peligro hemisférico y en amenaza de saqueo para las empresas nacionales; han pasado a ser un impedimento a mayor inversión extranjera. Nadie se juega por la cueva de Alí Babá.
¿Qué hacer? Lo primero es transparencia, glasnost: que se sepa todo lo que ganan todos.

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