MODELO SOVIÉTICO DE CULTURA
por Pablo Huneeus
(Artículo aparecido en la página A2 del diario "El Mercurio", del 26 de julio 2002)
MODELO SOVIÉTICO DE CULTURA
El virtual Comisariato Nacional de la Cultura que propugna el gobierno viene de la fenecida URSS y aplastará el alma de Chile
PABLO HUNEEUS
Sociólogo disidente
El modelo liberal de cultura, que anima a nuestra civilización, le asigna al individuo las manifestaciones del espíritu y al Estado, mantener la infraestructura cultural (bibliotecas, universidades, museos, teatros etc.). La base filosófica de esta división de tareas se remonta a la Apología de Sócrates, donde Platón establece que la conciencia de la persona es un valor supremo, anterior a la autoridad y que el primer deber del ciudadano es expresar la verdad, aunque duela.
Es así como el saber y el pensar crecen gracias a que un Cicerón es libre de sacar la voz, un Beethoven puede componer como quiera y una Violeta Parra le canta a la vida sin hacerle venias a burócrata alguno. “Y los funcionarios” dice ella, “se pasan el día contando las hojas del calendario”.
En cambio, el modelo soviético de cultura parte del principio comunista de que el hombre existe para servir al Estado y de que el gobierno, por tanto, debe dirigir la creación intelectual. En ese ambiente, dominado por la propaganda política, el arte es sólo comparsa de la autoridad y la ciencia, un artilugio para reafirmar el dogma. Por eso, la nueva cultura pregonada por Lenin, empieza por amigables donaciones a quienes tienen “partiinost” (espíritu de partido) y pronto llega a convertirse en un comisariato de las artes, controlado siempre por el PCUS, que trata de encauzar la creatividad del pueblo ruso en los cánones de la ortodoxia marxiana.
Todo lo que viene después, la persecución religiosa, la represión a escritores y cineastas disidentes, la chatura sin remedio de la literatura subvencionada y ese sofoco mental que termina ahogando a la URSS, no es casualidad histórica ni torpeza de los mandos medios. Es la consecuencia lógica de ese plan maestro, delineado en el libro de V. Afanásiev: “Fundamentos del Comunismo Científico”, (Ed. Progreso, Moscú) que hoy parece guiar al socialismo chilensis.
Ahí leemos que “El capitalismo es una sociedad en desarrollo espontáneo; el socialismo, una sociedad dirigida conscientemente. La revolución cultural es una ley importante del tránsito del capitalismo al socialismo.”
Por eso, afirma, “El Estado socialista expropia, convirtiendo en patrimonio del pueblo, todas las instituciones de la cultura, todos los medios de influencia espiritual sobre las gentes, como teatros, radioemisoras, televisión y periódicos, para luego construir instituciones culturales nuevas.”
¿No es acaso el leitmotiv del actual gobierno? El deporte regido por una subsecretaría, la educación tutelada por una tiránica prueba única nacional, la censura legal a la televisión, una ley del libro que asfixia a los editores independientes, la instauración de una clase intelectual amamantada por el fisco, y el impuesto IVA a la cultura espontánea, todo sigue la misma obsesión burocrática por restringir la libre iniciativa.
Y así como la existencia de un Consejo Nacional de Televisión va aparejada a la peor televisión de que tenga memoria, la implantación de un verdadero Comisariato Nacional de la Cultura, como el propuesto en la nueva ley, necesariamente aplastará el alma de Chile.
Esto porque el Estado atleta, el Estado mecenas o consolador de quienes no tienen dedos para el piano, provoca una suerte de “dumping” al talento natural. Por ejemplo, la competencia desleal practicada por editoriales subvencionadas, saca del mercado a editores creativos y termina plagando la oferta con libros caros y malos.
¿Mercado dijo? Sí, en lugar de tratar la cultura como aderezo del poder, es mejor considerarla una industria regida por las leyes de oferta y demanda. Así como el vino chileno dio el gran salto sin mediar una viña estatal que aplastara el negocio, el libro tiene que salir adelante sin esas subvenciones a contenidos, que lo empantanan en mediocridad. Ídem, el teatro.
Lo que hace falta, sí, es infraestructura. Bibliotecas de barrio para que la gente lea, salas de teatro y de concierto para que florezcan las artes de la representación. Guitarras si quieren, arpas y pianos para las escuelas, pero la tonada que la ponga una Violeta, no un comisario de partido.