TODO VEHÍCULO PAGA PEAJE
por Pablo Huneeus
Empotrado en fierro, de severas letras blancas sobre fondo celeste, el ominoso letrero TODO VEHÍCULO PAGA PEAJE ha pasado a ser el distintivo de Chile.
De norte a sur, ida y vuelta, a babor y estribor, a cada hora de viaje (cien, ciento veinte kilómetros) aparece esta irritante sentencia que sin explicar motivo, nos deja detenidos ante una horrible armazón de ratoneras grises atravesadas en el camino. Hay que introducirse en una ¡rápido!, que tenga luz verde y cola corta. Están tapiadas por una barrera roja que se levanta para dar la pasada sólo a cambio de plata.
La fealdad de los peajes es apabullante, sobre todo si se les compara con la agraciada arquitectura de las antiguas, y hoy abandonadas, estaciones de ferrocarril.
Imposible volverse —ya se juntaron autos atrás— o tomar otro camino, como en Italia, donde uno puede viajar por estupendas carreteras interprovinciales si no quiere pagar la “autostrada” de cuatro pistas por lado que corta de norte a sur la península. Se retira un ticket a la entrada y se paga sólo una vez, a la salida, según los kilómetros recorridos.
Voy de Santiago a Calbuco (pasado Puerto Montt), es una tirada de 1.120 kilómetros de puerta a puerta, que normalmente tarda sus trece horas, siesta incluida. Pero no bien han transcurrido las primeras tres horas y por tercera vez debe todo el tráfico —buses, camiones, furgones escolares y ambulancias— detenerse sumisamente ante las ratoneras de cemento. Hemos cruzado con éxito, o sea a mil quinientos pesos (US $ 2.00) la pasada, las de Angostura y Quinta. Llegamos a la de Río Claro, en las proximidades de Talca. De la caseta se estira la infaltable mano, ora masculina ora femenina, en busca de nuestro magro dinero.
¿Y qué pasa si uno llega pato al peaje? ¿Se podrá pagar en besos, en libros autografiados o en lechugas escarolas? ¿Cuántos tomates o huevos habría que propinarle en la cara para que levante la barrera? ¿O habrá otros que ante este salteo caminero simplemente sacan pistola?
Ha surgido toda una burocracia en estas madrigueras de esquilmamiento, eufemísticamente llamadas “plazas de peaje”: casa del concesionario, oficinas, contadores, camiones blindados que vienen a retirar la millonada, permisos maternales, vendedores ambulantes, policías al acecho, en fin todo lo propio de administrar un negociado, además de las magnas oficinas de concesionarios que proliferan por el barrio alto de Santiago.
Por los costados de la singular autopista chilensis, están los peajes laterales para quienes, en lugar de seguir derecho, salen hacia otro camino. “Paso gratis por un peaje lateral este día” dice el ticket de Río Claro y Retiro. En cambio, en el de Quepe y el de Lanco dice que es solo por las próximas 12 horas y el que a la llegada a Puerto Montt indica “Chiloé, Aeropuerto” —justo el que debo tomar— no conlleva esta atención y obliga a desembolsar otros $400.- ($ US 0,53.-).
Encerrado en su tonelada de acero, vidrio y plástico, (1.700 Kg. en el caso de mi camioneta cargada) el automovilista queda completamente aislado de sus compañeros de ruta. Imposibilitado de tomar contacto con el otro, no tiene conciencia de su poder si actuara en grupo. Los demás vehículos, aunque estén pasando por las mismas, son “taco”, vale decir estorbo. Es así como al volante el “animal social” que define Aristóteles, retrocede a la etapa más primitiva de la sociabilidad humana que es la del cazador en familia o, lo más frecuente, del depredador en solitario.
Lo absurdo, entonces, es que al mando de mi mullida máquina de correr caminos, tan moderna que es, sufro una regresión antropológica que me deja por debajo de primates, como la gorila o el político, que atacan concertadamente. Con un pie en el acelerador estoy apenas a la altura del lobo marino (sea lion) que, a pesar de sus colmillos, agilidad y peso de hasta sus 300 kilos, es incapaz de salir en la ayuda de otro, por lo que una colonia de medio millar de magníficos ejemplares un par de loberos la exterminan uno a uno.
Al no poder unir fuerzas, al automovilista lo van reventando uno a uno con precios abusivos por las máquinas, impuestos del 50% al combustible y de 18% (Iva) a los repuestos, perversas trampas para sacar partes, fotoradares, costos cada vez más altos de licencias y permisos de circulación, trámites de revisión técnica, dos mil muertos en accidentes y ahora, peajes camineros. Encima, pronto ¡prepárate ciudadano!, tendrás que pagar por circular dentro de la ciudad.
Por la radio, dan las noticias: que el Ministro de Obras Públicas y Transportes, el protegido del Presidente Lagos y artífice mayor de las concesiones, Carlos Cruz, está preso por robarle al fisco junto al jefe de finanzas del ministerio. Cinco diputados desaforados por coimeros, a uno de ellos (Letelier) se le acusa de mandar matones a pegarle a una mujer, Tombolini, el yerno de Lagos hasta las masas en el desfalco de cien millones de dólares a CORFO, los sobresueldos que se asignan secretamente los padrinos de la “cosa nostra” de gobierno, la estafa de un PPD al Servicio de Aduanas...
Del maremagno de corrupción que empieza a reventar cual pústulas de mula muerta a pleno sol, se desprende que el principio orientador de la autoridad, es el enriquecimiento personal. El discurso oficial, que servir al país, que los pobres, que los tratados, es solo el maullido de encubrimiento para disimular la codicia que los anima.
Y en ese sentido, los caminos concesionados, “uniendo a la gente” como dice la propaganda, son tales no porque la gente los pida, (el pueblo prefiere el tren) sino porque permiten montar el andamiaje de consorcios extranjeros y contabilidades brujas que lleva al lucro.
Vamos, pues, por la autopista de la corrupción. Todo esto, con tanta reja y valla de contención es la materialización en asfalto de la voracidad socialista. Chile se merecía un camino así de bueno, rápido, seguro, pero si antes hicieron el ferrocarril como obra nacional, trayendo sí ingenieros ingleses y coches dormitorio alemanes, ¿por qué esta remodelación de la Panamericana no podía hacerla el Estado? ¿Cuánto han ganado con la venta de concesiones? Por último, podrían cobrar peaje solo hasta que se termine de pagar la obra.
En plena Araucanía, en las cercanías de Chamichaco, entre Collipulli y Ercilla se divisa un especie de pizarrón negro de tablas hechizas, que en letras blancas dice: “La carretera no une ¡Divide!” Es el clamor sin voz, de los expropiados para ampliar el camino, y de los campesinos que quedaron incomunicados a uno u otro lado del tráfago.
De tanto en tanto, se visualiza entre la maleza la línea del tren. Pasado Loncoche los postes del telégrafo que corría a orillas de la línea, de roble apellinado o alerce tienen que ser, siguen en pie, sin sus cables conductores, pero con sus crucetas a medio caer. Son verdaderas cruces, que recuerdan esas vías en las afuera de Roma donde fijaban a los crucificados hasta que expiraran.
¿Iremos a sucumbir en la cruz de la arrogancia santiaguina? Para llegar a Calbuco fuimos doce veces asaltados por los señores Lagos, Cruz & Co., (Angostura, Quinta, Río Claro, Retiro, Santa Clara, Las Maicas, Púa, Quepe, Lanco, La Unión, y Troncal a $ 1.500 la pasada, más el lateral a Chiloé a $ 400.-) Son $16.900.- $ US 22,80.- en puros peajes de ida.
Han hecho del país una larga y angosta caja registradora. Dura tarea para los tiempos que vienen, pues cada TODO VEHÍCULO PAGA PEAJE, hay que cambiarlo por un sonoro: CHILE PAIS LIBRE, NADIE PAGA PEAJE.