Pablo Huneeus
Seguir a @HuneeusPablo

EL DERECHO DE PERNADA
por Pablo Huneeus

En el angosto mundillo de quienes viven en la parte superior del cono social, si María Ignacia, de doce años, quisiera saber qué significa "derecho de pernada", para una tarea por ejemplo, o porque el término le aparece en "Don Quijote", nunca lo sabrá. Su señora madre ha salido a clases de Ikebana y su padre, bueno con tanta reunión llega tarde de la oficina, si no anda en viaje de negocios. Entonces, ella baja al escritorio, busca en los estantes de la biblioteca y saca un ejemplar finamente empastado del Diccionario de la Real Academia Española donde se define como una inocente "Ceremonia de algunos feudos, que consistía en poner el señor o su delegado una pierna sobre el lecho de los vasallos el día en que se casaban."

En cambio Ramona, a la misma edad, pero situada en la base del cono, lo aprendió de otra manera. Ella es de una familia campesina de la provincia de Salta, Argentina, zona de latifundios azucareros explotados a la usanza feudal, con un amo absoluto e inquilinaje sometido a condiciones de virtual esclavitud. Gracias a la libertad de expresión que impera en Europa, un periodista del diario español "El Mundo", Ramy Wurgaft, pudo denunciar con nombre y apellidos la vigencia de la costumbre que tiene la casta superior de Latinoamérica de vejar tempranamente a la mujer de pueblo como medio psicológico de someter a la clase obrera.

En su crónica cuenta ella, ahora de quince años, que una bandada de pájaros echó a volar, dando graznidos, cuando don Eulalio Figueroa, el patrón del fundo, la tumbó en un claro del cañaveral para ejercer su prerrogativa de señor. "Sentí como si me clavaran un puñal en el vientre y perdí el conocimiento. Cuando desperté, el hombre se había ido y las hormigas se paseaban por la sangre que manchaba mis piernas".

Había regresado de la escuela y me encontré con que la casa estaba vacía. El zaguán donde mamá desgranaba las habas y el trapiche donde mi padre preparaba el licor para los estancieros estaban desiertos. Me sobresalté, pues era extraño que a esa hora no hubiera un alma." Ramona pensaba acudir donde sus tíos, cuando apareció la camioneta que todas las mañanas recogía a la gente para llevarla a la zafra. El vehículo venía describiendo zigzag y espantaba a las gallinas con sus bocinazos, pues el chofer era travieso y apestaba a alcohol. Cuando don Eulalio se apeó, Ramona clavó instintivamente los ojos en sus pies descalzos, asumiendo la actitud servil que los peones salteños se transmiten de generación en generación. Es una cuestión de supervivencia, pues todavía persisten enclaves donde el inquilino y su prole están sujetos a los caprichos del amo. Si abandonan el feudo se les considerará vagos o díscolos y ningún empleador les dará trabajo.

"Los Figueroa, que hace un año se establecieron en Miami, constituían una de las familias más respetadas de Salta por sus posesiones y su abolengo. Habían heredado de sus antepasados, los encomenderos españoles, grandes extensiones de tierra, donde cultivaban la caña de azúcar y la remolacha. Orgullosos de sus blasones, se empeñaban en mantener vivas las tradiciones. Las mujeres acudían a la iglesia, los niños se educaban en colegios religiosos y los varones ejercitaban el derecho de pernada, costumbre atávica que permite al patrón someter sexualmente a las niñas antes de que contraigan nupcias o cuando han tenido su primera menstruación. Al novio, a la familia y a los amigos no les queda más remedio que tragarse el veneno de la humillación, so pena de ser expulsados o de recibir un castigo corporal."

"Comencé a atar cabos. Mi familia se había esfumado para dejar libre el terreno al patrón", dice Ramona. También entendió por qué, un tiempo antes de la visita, su padre se había vuelto taciturno y le esquivaba la mirada. En cambio su hermana mayor, que siempre había sido arisca, comenzó a darle un trato cariñoso. "Una noche se metió en mi cama y me estuvo hablando de que las chinitas (indígenas pobres) tenemos que armarnos de resignación."

"La chica, que entonces tenía 12 años," prosigue la crónica, "no podía sospechar que su confidente, que probablemente había pasado por el mismo trance, la estaba preparando para su inmolación. Sólo tras muchas vacilaciones, Ramona (nombre ficticio para proteger su verdadera identidad) accedió a prestar testimonio. "Yo solita, sin la ayuda de los psicólogos -¿de dónde habría sacado dinero para tratarme?- salí adelante. Tengo un novio y logré trabajo en una tienda, lejos, muy lejos, de ese horrible cañaveral. Me complace saber que los Figueroa tuvieron que cerrar el ingenio azucarero y vender. Castigo divino, por abusadores."

LA DUPLA


El otro caso que remeció la conciencia trasandina fue el del también abogado y empresario Simón Hoyos, de 54, que fue sorprendido por los dependientes de un motel cuando copulaba con la hija de ocho años de una de sus empleadas. Alarmados por los llantos de la niña, abrieron la puerta y denunciaron el hecho a la policía. Pero los guardianes del orden ignoraron el caso hasta que, bajo la activa presión de la opinión pública, detuvieron al influyente tribuno cuando se aprestaba a tomar el avión.

La prensa informa que a la salida del Palacio de Tribunales, asediado por las pifias y escupitajos de la gente común que salió a expresar su indignación, él comentó: ¿Pero por qué hacen tanto escándalo por una chinita?

Era la tercera vez que acusaban a don Simón Hoyos de abuso sexual a menores.

"Toda su vida fue un explotador que necesitaba esclavos y no obreros. Se creía el dueño del mundo, y actuaba como si nunca le fuera a pasar nada. Me parece increíble que hoy esté entre rejas. Satanás ya lo había ayudado mucho, y ahora Hoyos debe pagar", afirmó Tomás Erazo, ex trabajador del fundo San Clemente, perteneciente al empresario. (Diario "La Opinión" 17 Feb 2003)

DOBLE MORAL


En una sociedad de doble moral como la nuestra, por cierto que el "Ius primae noctis" (derecho del patrón a la primera noche de la novia), no figura en el ordenamiento jurídico ni se le menciona en las escuelas de leyes. Así todo, el "droit du seigneur", como le decían entre susurros los caballeros, es una potestad consuetudinaria plenamente establecida al interior de la aristocracia terrateniente.

Por haber pasado mi infancia en una hacienda a la antigua -Leyda- quizás tendría algo que decir al respecto, pero ¡gracias suerte! un amigo de la familia, don Eduardo Barrios, Premio Nacional de Literatura 1946, lo narra sin peligro de líos en su novela "Gran Señor y Rajadiablos" (Ed. Nascimento,1948). Ocurre en el imaginario fundo "La Huerta" que "tendía sus valles, arrugaba sus lomas y erizaba sus montes a dos o tres leguas de Leyda o L’eida", o sea en otra parte, lejos, por lo que cualquier coincidencia con hechos o personajes que yo conozca de mi parentela Balmaceda, Cox, Cruzat o Zañartu, es mera casualidad.

Empieza el libro con el retrato del gran señor que Barrios bautiza con el nombre de José Pedro Valverde y Albán: "Bajo la encina centenaria, desdibujado dentro de la húmeda sombra, inmóvil como zorro al acecho, está el patrón... El poncho de vicuña cae desde su hombros fuertes a todo el largo de su talla empinada sobre los tacones huasos. Veo el destello de sus ojos claros, que pone reflejos en la barba rubia."

Cuesta establecer el dominio sobre la hacienda: bandoleros, indios alzados y campesinos independientes se resisten a que esa antigua "encomienda de indios" se incorpore al desarrollo agrícola de la República y continuamente perpetran salteos que merman el fino ganado importado de Europa, además de poner en jaque la propagación de la cristiandad. Durante el verano la familia se instala en las casas del fundo, pero en marzo su esposa, misía Marisabel, se traslada con los niños a Santiago para que prosigan su educación, dejando al patrón solo, justo durante los fríos meses de las noches largas.

Cuando vuelve, "Al fin misía Marisabel se sienta en el corredor solitario. Medir las faltas de la casa le conduce a calcular lo que puede influir también su ausencia en las personas. ¡Ah, su corazón suspicaz... francamente celoso."

"Nunca ignoró, por ejemplo, que su José Pedro engendrara en mujeres de la hacienda. Pero necesitó y sigue considerando indispensable descubrir todos esos hijos. Por fisonomía, por colores de pelo y pupilas, por aposturas, fácil le resulta la pesquisa. Ella quiere, no obstante, conocerlos a todos a ciencia cierta. Y padece por ello." (p.375)

Lo curioso es el motivo de su ansiedad. "A su marido le ha dicho ya en varias oportunidades: Bueno sería que Antuco (su hijo) supiera cuáles son sus hermanas dentro del inquilinaje. No sea que de repente caiga en incesto, el pobre.
Don José Pedro se ríe, la besa con ternura y se aleja en tales ocasiones...
"Ahí está para ti el peligro," le dice luego al muchacho. "Si alguna vez se te ocurre, como con la chiquilla de Cipriano, meterte con alguna detrás de la madreselva, y resulta hermana tuya... El incesto es pecado muy grave."

MACHISMO



O sea, con toda naturalidad la autoridad establecida, el poder señorial, manda, toma, y fornica a cuanta doncella encuentre en sus dominios, como quién hace uso de un derecho legítimo, siendo la única limitación evitar violar a sus hermanas de sangre y esto más que nada porque se trata de "mejorar la raza" y de las relaciones endogámicas pueden nacer imbunches. No es el rapto furtivo, el fogonazo de juna pasión, ni la infidelidad que es sólo condenable en ese medio cuando ocurre con una dama de su misma clase. Tampoco es la violación a fuerza bruta de la soldadesca sobre el pueblo vencido, ni la mera lujuria del señorito al ver que "tiene quince años Teodolinda, la hija de Luca el capataz, piel de durazno, ojos de guinda..." Menos, el enamoramiento de corazón que en las telenovelas, en un vano intento de ocultar el clasismo reinante, inventan entre pijes y plebeyas.

Es una coerción pública y notoria de sexo sin amor, una subordinación social que conlleva cierto grado de aceptación por parte del vasallaje (los padres de Ramona le despejan la pista a don Eulalio y su propia hermana le aconseja resignarse). Pero semejante humillación de clase, necesariamente ha de estar en la raíz de la animadversión anti señorial que gatilla las sucesivas rebeliones populares de Chile, factor que los historiadores han omitido, seguramente porque no deja huella escrita.

Denunciar al señor como violador es un acto temerario que desata su ira y aúna a sus colegas en un blindaje impenetrable, pues todo el ordenamiento de la dominación podría derrumbarse si algo tan esencial a la actual distribución del ingreso, como es el principio de obediencia, se cuestiona. A falta de justicia, la mujer y la familia humillada no tienen más que aceptar la opresión, o bien adelantarse en actitudes sumisas de ofrecer sus hijas para que sirvan en las casas.

Siempre, en el entendido de que es el hombre de clase alta, -patrón con aldeana o estudiante con la empleada- que usa a la mujer pobre como objeto sexual. Lo contrario, que la hija del patrón se acueste con el capataz o que la colegiala de barrio alto se divierta tirando con el jardinero, sería aberrante.

MODERNIDAD



Ahora bien, toda esta práctica de prestación corporal de la mujer a manos de la autoridad masculina, que parece tan campestre como histórica, se ha trasladado incólume a las instituciones urbanas -empresas, bancos, administración pública- donde el jefe a menudo se siente con derecho a abusar sexualmente del personal subalterno. Más aún, en la alta burguesía es frecuente considerar que para exhibir una familia ejemplar, aparte de agobiar a la esposa con embarazos, es bueno mantener alguna "amantucha" de tipo "mina", como le dicen a la nena de menor edad, "buen cuero" y bajos ingresos que cae ilusionada con el brillo y la perspectiva de ascender, pero que tarde o temprano termina despechada con un magro desahucio.

"Mucho, mucho te llevaste" dice la tonada, "mas por eso no te riño, que algo me dejaste, una pena y un cariño"

¿Y no era tan moderno el nuevo gerente? Téngase presente que según el sociólogo italiano Vilfredo Pareto (1848-1923) las elites que reemplazan a la vieja guardia, asimilan y hacen suyas las mismas taras de quienes suplantan. O sea, los asomados sociales, aunque sean primera generación con zapatos, remedan la peores lacras de sus antiguos amos.

El problema ahora, es que las cosas han cambiado y aunque el derecho de pernada se ejerza por medio de celulares y en lujosas residencias, se mira con otros ojos. La seguridad en si mismo que la ha dado educación a los estratos bajos, la creciente demanda de la mujer por manejar su propia vida, y en general el avance hacia la plena implantación de los derechos humanos, convierten lo que ayer era aceptado en conducta hoy deleznable.

De ahí en adelante, puede pasar cualquier cosa porque esto afecta la fibra más íntima del orden social: la mujer, la madre, los niños.

Contacto Pablo Huneeus