Pablo Huneeus
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INDEX LIBRORUM CHILENSIS
por Pablo Huneeus

Se supone que la Sagrada Congregación del Santo Oficio, como se le llamó a la Inquisición, en 1966 suprimió el fatídico “Index Librorum Prohibitorum”. Publicado por primera vez en 1559 bajo el pontificado de papa Pablo IV, alcanzó a incluir en su listado de autores vetados al genial Quevedo “Érase un hombre a una nariz pegado..., Poderoso caballero es don Dinero...”etc.; a Víctor Hugo, el de “Los Miserables”; a Pierre Larousse con su “Diccionario Universal”; a La Fafontaine con sus “Fábulas”campestres; a Montesquieu, el inventor de los tres poderes del Estado; a Jonathan Swift, creador de “Gulliver en el país de las maravillas” y a Jean Paul Sartre, por citar a algunos que así todo sobrevivieron.

Pero las noticias tardan en llegar a la “fértil provincia y señalada” y cuando los vivos vienen de vuelta, nosotros recién vamos de ida. Al tiempo que otras ciudades se esmeran en aumentar sus áreas verdes, en Santiago están arrasando con sus arboledas para echar cemento y mientras la censura en Occidente ya no corre, en Chile resucita la misteriosa mano negra. Oculta bajo tantos factores –IVA, precio del papel o recomendación ministerial– opera en forma tanto o más efectiva que un catálogo pontificio de libros proscritos.

Es así como al cruzar la cordillera, de Mendoza en adelante podrás encontrar una variada literatura de crítica social, ensayos, denuncias y biografías hostiles de famosos. Pero en Chile no queda nada que tenga enjundia. Ni siquiera obras recientes, de palpitante actualidad como “Los Dueños de Chile”, de Ernesto Carmona, encuentra uno en la sucesión de librerías, ferias de libros y supermercados que ayer recorrimos con tal propósito.

Tampoco pudimos dar con “Manos Limpias” de Maura Brescia sobre la corrupción de Pinochet a Lagos, con “El Saqueo de los Grupos Económicos al Estado Chileno”, de Maria Olivia Monckeberg, con el tratado de Derecho Humanos de José Galeano, ni con “El Libro Negro del Metal Rojo” del abogado Julián Alcayaga (¿quién lo tiene please?).

Menos, encuentra uno obras de la memoria colectiva, como “Balmaceda, varón de una sola agua” de Virginia Vidal, “La Torre Habla” de Virginia Cox, las novelas adultas de Marcela Paz, como“La Vuelta de Sebastián”, ni la genial “Epopeya de las Comidas y Bebidas de Chile” de Pablo de Rokha, nuestro mayor poeta.

De la noble estirpe de ensayistas nacionales, junto a Francisco Bilbao y J. V. Lastarria, ha sido fondeado “El Carácter Chileno” de Hernán Godoy, “Nuestra Inferioridad Económica” de F. A. Encina y el “bestseller” de los ’60, “La Concentración del Poder Económico” de Ricardo Lagos Escobar, obra que denuncia cómo los grupos económicos y el capital extranjero, en su insaciable canibalismo financiero, hacen más ricos a los ricos a los ricos y más pobres a los pobres. (¿Alguien tiene una idea de por qué su autor ahora no lo reedita?)

Y en narrativa pura, “Hombres y Caballos” de Olegario Laso Baeza, aquí fue tirado al río Leteo, el del olvido, en circunstancias que una reciente película japonesa parece calcada de un cuento suyo. “Vidas Mínimas” de José Santos González Vera, mi escritor favorito, “Humo de Pipa” del divertido maestro del sarcasmo, Jenaro Prieto,... ¿para qué seguir?

¿Qué hay entonces? La oferta está cubierta de fondos de bodega de la industria editorial española: comics, esoterismo, autoayuda “light” del tipo “¿Quién come mi queso?”, fascículos llegados a huevo y diccionarios. Mucho diccionario, como si la gente quisiera, ante nada, entender la palabra. Por cierto, hay excepciones, pero ¡vaya que cuesta encontrar clásicos! Cervantes, Balzac, Víctor Hugo, Platón, Aristóteles, Tolstoy o Stefan Zweig ¿dónde están?

Y los autores nacionales que se ven, son los publicados por el monopolio transnacional que se ha ido fagocitando una tras otra las editoriales independientes.

Al fin, en la librería J.M. Carrera hallamos “El Imperio del Opus Dei en Chile”, de María Olivia Monckeberg, excelente libro que ya había leído. Me impresionó tanto que se lo regalé a Isabel Allende cuando vino. Pero al reponerlo entre mis tesoros, aparece la vigencia de otra forma de censura: la económica. Vale $14.000.-, o sea el pan de un mes en una familia media.

Así todo, ¿sigues creyendo que Chile hoy es un país de ciudadanos libres, donde puedes decir lo que quieras y leer lo que estimes?

Pues bien, entonces, busca, a ver si la encuentras, la Declaración de la Independencia, la verdadera, la aprobada en Talca el 2 de febrero de 1818 y proclamada a nivel nacional con gran algarabía de fuegos artificiales y cuecas pata en quincha el día 12 de febrero de ese año en conmemoración de la batalla de Chacabuco.

Búscala, ¿no te suena? Reza su portada: “MANIFIESTO que hace a las Naciones el Director Supremo de Chile (O’Higgins) de los motivos que justifican su revolución y la declaración de su INDEPENDENCIA. Impreso en Santiago de Chile por los ciudadanos A. Jara y E. Molinare, año de 1818”

¿No la conoces ni en pelea de perros? Es la que dice que Chile y sus islas adyacentes “quedan para siempre separados de la monarquía de España...” ¿Será pura casualidad que ya no se enseña? ¿Irá contra el TLC? Mal que mal, notifica al mundo que “¿Aún seremos deudores después de los millones que se han exportado a Madrid. No; la revolución y la indocilidad de nuestros verdugos han puesto en nuestras manos la palanca para separar el peso insoportable...”

Esto de desconocer la deuda y proclamarnos dueños de las riquezas nacionales ¿molestará a quienes barren con el cobre? ¿Afectará el tratado con la Unión Europea por el cual pesqueros gallegos, a cambio de espejitos, arrasan con el pez espada de nuestro mar? ¿O será que molesta a los “Dueños de Chile”, los que no quieren verse en libro alguno?

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