EL DOLOR Y LA MUERTE
Por Pablo Huneeus
El 9 de julio 2003 en el aula magna del Estadio Manquehue, ante un medio millar de médicos, di una conferencia sobre la belleza. La idea de enrolarme para disertar sobre tan luminoso tema fue de Juan E. Vildósola, gerente de Grunenthal, empresa productora de farmacéuticos. Si había hablado del amor, de las toninas de Perhue y de la amistad ¿podría decir unas palabras sobre la belleza? Todo para el lanzamiento del anticonceptivo Belara que “embellece a la mujer” (evitando la formación de tejido adiposo parece)
El evento ¡wow!, aparte de las disertaciones médicas sobre las virtudes de esta nueva píldora, y de la charla del sociólogo, había una presentación del diaporama “Cuerpos Pintados” de Roberto Edwards seguida de una ofrenda de modelos desnudas para que los distinguidos miembros del cuerpo médico hicieran con ellas lo de Leonardo con los pinceles.
Curiosamente, siendo en su mayoría ginecólogos, demostraban timidez al momento de ponerle color a senos y pubis. Pero así como el día y la noche están entrelazados, esta fiesta de colores y alegría me llevó al tema del dolor y la muerte. Una doctora ahí presente, de la Asociación Chilena del Dolor me pidió ir a filosofar un rato con ellos en su reunión mensual. Son los médicos, enfermeras y paramédicos que están en los hospitales a cargo de las llamadas unidades de dolor.
Me sumergí en el tema. Compré, –un hallazgo en la Feria del Disco de La Florida– La Pasión según San Mateo de JS. Bach en versión de Karl Richter (2 CD) para así ambientar el espíritu con la música más solemne y grave de todos los tiempos. En esa onda, me puse a estudiar desde el Génesis a Anatole France, pasando, por Platón, el maestro, los estoicos y Virgilio, siempre en busca de saber qué se ha pensado del dolor y qué pasa al morir.
En septiembre fue la charla, que se repitió en la Universidad Diego Portales. Entretanto, se agotó el libro “Filosofía Clásica” por lo que decidí, para la cuarta edición, que acaba de salir, incluir un capítulo sobre El Dolor y la Muerte.
Aunque es de apenas diez páginas, fue largo hacerlo, pues se trata de un trabajo de decantación, de dejar lo mejor. Encima, dicha investigación fue interrumpida por otras preocupaciones que tuve en noviembre.
A continuación, algunas parrafadas sueltas:
Cuando Yahvé se entera de que el ser humano ha aprendido a razonar se enfurece, primero con la serpiente, condenándola a que “Te arrastrarás sobre tu vientre” y seguidamente con la mujer, a quien le inflige como castigo el dolor físico en su más cruda esencia: “Te multiplicaré las penurias del embarazo y parirás tus hijos con dolor.” (Gn. 3-16)
O sea, el más influyente libro de Occidente, plantea de un comienzo que el dolor es un castigo divino, noción que lleva a considerar enaltecedor padecer malestar físico, base metafísica de prácticas religiosas en las cuales el creyente se auto infiere silicios, azotaínas y trotes de rodillas.
Distinto es el caso del enfermo terminal, que se retuerce de dolor incontrolado, como mi primo Cristián. Muy querido amigo de sus amigos, buen padre de familia, eximio artista de las letras, su cáncer pulmonar le provocó una metástasis en el cerebro que le bloqueó el efecto de la morfina. Nada, absolutamente nada que haya hecho en su vida, lo hacía merecedor de esos tormentos que llevan a mirar la muerte como un alivio. ¿Para qué, entonces?
La tradición judeocristiana tiende a considerarlo una fatalidad de la condición humana, un castigo por la libertad robada, y que debemos sobrellevar con resignación. De ahí que el tema central de su ascetismo sea desasirse del mundo, —antro de pecado que habría sufrido una caída— y aislarse de la realidad cual monje de convento. En cambio, la filosofía clásica tiende a integrarnos a la realidad, siendo el tema de fondo del humanismo helénico equiparnos con una base moral que permita vivir la vida de manera ética y racional.
El diálogo "Phaedo (o Fedón) sobre la inmortalidad del alma" escrito 350 años antes de Cristo, decanta en forma brillante, y a toda lógica, las ideas clásicas sobre el enigma, ideas que aparecen hasta en “El Libro Tibetano de los Muertos,” un breviario para ser leído a los moribundos, puesto en tinta por Padma Sambhava unos mil años más tarde (siglo VIII d.C).
En éste, su más dramático diálogo, Platón narra la conversación sostenida por Sócrates en su último día. El maestro está en prisión, engrillado, a la espera de que vuelva el buque que llevó a Delfos la ofrenda de Teseo.
♦La ciencia, no es más que una reminiscencia, dice Sócrates, es de toda necesidad que hayamos aprendido en otro tiempo las cosas que nos acordamos ahora y esto sería imposible si nuestra alma no hubiera existido antes de aparecer bajo esta forma humana, lo que constituye otra prueba de la inmortalidad del alma.
Comprendo, dijo, entonces sólo resta pedirle a Dios que bendiga mi viaje de este mundo al otro y que se me permita ésta, mi última oración. Luego, llevándose la copa a los labios, con finura y decisión, bebió todo su contenido.
Hasta ahora habíamos logrado controlar la pena, pero cuando lo vimos beber y vimos asimismo que había terminado la poción, no pudimos mantenernos firmes, y saltaron mis lágrimas; porque no era la desgracia de Sócrates lo que yo lloraba, sino la mía propia pensando en el amigo que iba a perder.
Entonces, siguiendo las instrucciones, se recostó. El gendarme que le había dado la cicuta le examinó las piernas, al rato presionó duro su pie y le preguntó si sentía algo y él dijo que no. Luego lo fue palpando hacia arriba y nos mostró que su vientre ya estaba frío. Dijo que cuando el veneno llegase al corazón, ese sería el fin.
Debido al frío que recorría su cuerpo, Sócrates se había tapado, pero entonces descubrió su rostro y dijo éstas, sus últimas palabras: Critón, le debemos un gallo a Asclepio (dios de la salud) ¿te acordarás de pagar esa manda?
Y así fue el fin de nuestro gran amigo, a quien verdaderamente considero el más sabio, justo y mejor de los hombres que jamás haya conocido.”