ESPAÑA: AUTORIDAD CONTRA INDIVIDUO
por Pablo Huneeus
“allegados son iguales,
los que viven por sus manos
y los ricos.” (Jorge Manrique, 1440—1479)
Más repulsivo que el atentado terrorista de Madrid, causante de 192 muertos y 1.500 heridos, fue el aprovechamiento político que hicieron de esa tragedia los poderes fácticos de la capital, encabezados por José María Aznar y su banda de extrema derecha, paradójicamente llamada “Partido Popular”.
No bien han recogido las manos y cabezas esparcidas por la vía férrea, cuando aparece en la tele ese monigote haciendo campaña, luciéndose junto al rey, al Papa, a Bush y demás almidonados que no podían desperdiciar la ocasión de reiterarnos a los simples mortales, cuán buenos son.
Hombre común, confía en nosotros, es el mensaje. Lloraremos por ti, culparemos a los malditos vascos y no volverá a ocurrir mientras, claro está, votes por nuestra Santa Mafia.
¡Ah y mira qué telegénicos somos! Qué bien nos queda el pelo teñido, el luto perfecto y la frase exacta para ventear el prejuicio nuestro de cada día. Hasta contento se veía Aznar pues, contrario a lo que decía su propaganda, había indicios de que el socialismo ganaría la elección y la masacre servía para justificar un auto golpe de Estado, o en su defecto, para manipular el evento a favor suyo. Cual Nerón culpando a los cristianos del incendio de Roma, inmediatamente cargó contra la ETA, el desesperado movimiento regionalista vasco que la elite madrileña fomenta con su intransigencia. Se sentían los dueños de España.
Pero a los primeros indicios de que podría haber sido una réplica al obsecuente envío de tropas a Irak, todo cambió. El pueblo español sintió que le hicieron pagar en sangre por un genocidio que nunca quiso, y al cual fue arrastrado por los samurais del aznarismo.
Por debajo apareció, puño en alto, lo que el nuevo primer ministro, José Luis Rodríguez Zapatero, denomina la “España social”. Es el país profundo de “los que viven por su manos”, de las regiones, de la diversidad cultural y de la clase media, país que por siglos ha sido avasallado por la España jerárquica y fundamentalista de los ricos.
Recordemos que decenios antes de que los barones de Inglaterra hicieran al rey Juan firmar la Magna Carta de 1215, considerada piedra fundacional de la democracia, ya los burgos de Aragón habían obtenido “Las Cartas Pueblas” por las cuales los emancipados de los feudos adquirían derechos ciudadanos antes no tolerados por el absolutismo medieval, como libertad de culto, derecho a la educación y licencia para emprender negocios.
Se va formando así una burguesía modernizante, enriquecida por la diversidad cultural de comunidades que, contrario a la historia que nos enseñan, se potenciaban una a otra: la morisca, lejos la más educada, que aporta arquitectura, ingeniería y matemáticas a un nivel muy superior al conocido hasta entonces en Europa; la judía, sumamente culta, que desarrolla el sistema financiero empresarial con el cual el mundo había de superar el modelo feudal de economía y la cristiana de base, que irradia su humanismo primigenio.
Pero esa civilización multifacética, comparable sólo a la que alcanzaría Estados Unidos siglos después, es diezmada por la intolerancia. A la usanza de las hordas visigodas, caporales de Castilla y León se alzan en armas contra todo lo que resentían por ser demasiado evolucionado para sus encasquetadas molleras. Buenos para blandir el sable, pero incapaces de empuñar la pluma ni para estampar su firma (hubo reyes que no sabían leer ni escribir) las emprenden contra el tejido social construido hasta entonces por los distintos componentes del pueblo español. La guerra, el militarismo, reemplaza al diálogo como factor de unidad. Viene el régimen teocrático de los “Reyes Católicos”, la Inquisición a manos del cura dominico Tomás de Torquemada, la destrucción de la cultura arábiga y el frenazo de la economía ocasionado por el control ideológico de la actividad.
Ya no se trata de que cada cual sea libre de hacer lo suyo mientras no moleste al otro, sino de establecer un credo absoluto al cual todos deben adherir, aún a costa de renunciar a su idioma, su sabiduría y su cultura.
A fin de imponer su estrecha visión del mundo, esa derecha de entonces practica un terrorismo de Estado que va dejando a España fuera del desarrollo. En 1492, unos 170.000 judíos sefardíes (los más liberales) fueron desposeídos de sus bienes y aventados con apenas lo que podía cargar una mula por familia. Con ello, la nobleza castellana aniquila a la clase media profesional, que es justo el segmento más preparado del país. “Asno callado por sabio es contado”decían al partir al exilio, pues caminando junto al leal cuadrúpedo se llevaron, no tanto el oro ni las usinas, como los cerebros que en Europa del Norte, Italia y los Balcanes habían de impulsar la revolución industrial.
Con su economía destruida por el fundamentalismo religioso, y su intelecto amordazado por la censura, a España no le quedó más que saquear sus colonias para mantener a su improductiva aristocracia. Sólo los castellanos podían comerciar con América y únicamente a través de la engorrosa “Casa de Contratación” de Sevilla, la más obtusa burocracia de todos los tiempos. Se farrearon el oro y la plata que llegó a raudales del Nuevo Mundo, nada invirtieron en infraestructura productiva, en industria ni en fuentes de trabajo, hasta los herrajes de las carabelas eran importados de Alemania, mientras el resto del botín se fue en servir deudas contraídas por guerras inútiles de los fundamentalistas católicos contra los protestantes de Holanda e Inglaterra.
Es así cómo la nación que a su tiempo fuera antecesora del Renacimiento, se sumió en el subdesarrollo: inflación galopante, miseria para la familia media, emigración masiva, nula educación pública, hambre.
El golpe militar del general Francisco Franco, 1936, contra las instituciones democráticas, –parlamento, sufragio universal, autonomía regional– termina instaurando un régimen nazi, de inspiración gremialista, que nuevamente entroniza a una casta fundamentalista empeñada en separar al español medio del progreso.
A pesar de no haber sufrido bombardeos con la Segunda Guerra Mundial, hacia 1950 la calidad de vida promedio seguía a la saga del resto de Europa. El genio natural del español se manifiesta por todas partes, menos bajo la lápida de la tiranía. Hasta los insignes idiomas españoles –catalán, mallorquín, valenciano, vasco, etc.– son aplastados en aras del ideal fascista de “una nación, una raza, un Führer”.
Tras la muerte de “El Caudillo” Franco en 1975, asume su protegido y designado sucesor, Juan Carlos de Borbón, el mismo que por años vimos junto al tirano en cuanta ceremonia, boda y bautizo celebraba con su acostumbrada fatuidad el franquismo. Juan Carlos el breve, le decían por su simpleza.
¡Qué ridículo! ¡Rey de España! Entiendo que haya un rey del mote con huesillos o una reina de la Feria del Libro, pero que en pleno siglo XXI, haya un aborbonado monarca cuya manutención le cuesta millones al contribuyente y que encima lo reciban con honores en el mismo Valparaíso que su propia dinastía mandó bombardear en 1866, ¡absurdo!
Pero es la impronta del autoritarismo, el símbolo que los poderes fácticos, la banca, el empresariado, y todo eso necesita para perpetuarse en democracia. Porque lo característico de esas bandas formadas en dictadura es que siendo intrínsicamente anti democráticas, usan las propias instituciones de la democracia liberal –parlamento, prensa independiente, libertad de empresa– para seguir manejando los hilos.
En sus hilos pueden tener a un títere propio en pantalla, algún aznarizado telegénico para la imagen, o bien pueden con esos mismos hilos envolver al líder socialista hasta dejarlo hecho un ovillo al servicio de los grupos económicos.
¿Rodríguez Zapatero será de otra fibra? ¿Tendrá la suficiente memoria como para nunca olvidar de dónde viene? ¿O lo veremos pronto sobándose con los empresarios, charqueando la salud, subiendo el IVA que pagan los pobres y encarcelando etnias en minoría?
Esperamos en estas latitudes, señor Rodríguez, que España ahora irradie luz, pues estamos hartos ya de respirar sus oscuridades: sectas que implantan ideas medievales en la clase dirigente, pesqueros gallegos que depredan nuestro mar y bancos que pelan al trabajador, además del desprecio a las culturas indígenas que irradia la dirigencia ibérica, como la perpetrada por Endesa España contra los pehuenches y por su Telefónica contra los usuarios.
Tenga presente que los griegos castigaban con el exilio a los enemigos de la tiranía y con el ostracismo a los de la democracia.