PASTEL DE CESANTÍA
por Pablo Huneeus
Guiso para un millón de porciones
Ingredientes:
Un país de buena tierra, ricas minas y óptima pesca.
Doble juventud en busca de trabajo decente.
Tres botellas de educación añejada.
500 gr. de políticos venales.
19% de impuesto IVA a la producción.
200 gr. de fe ciega en la empresa gigante y extranjera.
Libre inmigración de mano de obra no calificada.
Sal y pimienta.
Preparación:
Remoje el pueblo en alcohol, cerveza, vino, piscola, lo que sea con tal de venderle una educación rasca y una salud peor. Espolvoree una pizca de droga para los de abajo.
Añada tres cucharadas de exclusión y cuatro tazas de desigualdad hasta lograr que los grumos de menor educación crezcan a mayor ritmo que los estratos altos y medios.
Espolvoree la inmigración de Arica a Magallanes. La nana peruana cocina lindo y el pioneta boliviano es insuperable de sufrido.
Pique en rebanadas el mayor empleador de todos los tiempos: la agricultura. Para eso aplique bajas de aranceles, tratados de libre comercio e importaciones de excedentes agrícolas subsidiados. El IVA a los alimentos aumenta el sabor.
Con trigo, arroz, carne, leche y papas importadas, pase la agricultura tradicional por el cedazo de la ruina. Sin medianos ni pequeños granjeros Vd. evitará que la familia de campo, los ancianos y los jóvenes marginados de la educación formal tengan trabajo productivo.
Pásele el uslero a la infraestructura de zonas rurales escuelas, transporte, ferrocarriles, caminos vecinales, electricidad, agua potable, correo hasta arruinar la calidad de vida en el país profundo. Luego tome a toda esa gente desmoralizada e instálela en algún bloque de cemento de la gran ciudad.
Por si llegan a encontrar empleo en la urbe, fría en una olla a la pequeña y mediana empresa. Mezcle lo anterior con créditos usurarios, impuestos leoninos y de la más onerosa energía bencina y electricidad del mundo. Añada ahora un quinto de impuesto al valor agregado (IVA).
Retire los ferrocarriles y el cabotaje marítimo para luego aplicar con cucharón un sistema de carreteras concesionadas. Hecho eso, cubra el pastel con un manto de transporte caro, lento y humillante que evitará el peligro de dinamismo industrial.
Luego, cocine a fuego lento la mezcla resultante mientras prepara el agregado de concentración económica. Este aderezo tiene por finalidad encarecer el crédito y así evitar que al fondo de la olla broten oportunidades para el libre emprendimiento.
Desde el FMI invite a Sherezade en su alfombra mágica a degustar privatizaciones. Mientras más significativa sea la empresa nacional que pruebe, más la disfrutará. Sírvale copas de Chardonnay al hielo.
Siempre en la línea de blindar el modelo, acapare la prensa, quítele aire a la legislación antimonopolios, soborne a la clase política, rebane su tajada de los concesionarios y estruje en un paño de lágrimas a los deudores de la industria del crédito.
Seguidamente, prepare un batido de burocracia, papeleos, trámites, y espárzalo sobre la productividad hasta que nadie tenga tiempo ni ánimo de emprender.
Si todavía queda trabajo productivo por ahí, piense en el Celeste Imperio. Haga un arrollado Wan Tan con la industria textil, un chapsui con la del cuero y calzado, y un arroz Chaufán con la pesca artesanal.
Con la espumadera haga un batido de estadísticas para cubrir las cabezas de pescado. Si la mezcla huele mal, ponga dos terrones de azúcar a derretir sobre la plancha: propaganda, escándalos, tensiones limítrofes. La cortina de humo que salga hará creer que la economía se mide en PNB o IPC y no en bienestar real.
Ponga a dorar la melcocha resultante sobre una asadera con pies de barro y antes del despertar tendrá para un millón de amigos, un lindo pastel de cesantía.
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