Pablo Huneeus
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EL DESPLOME DE LAGOS
por Pablo Huneeus


Ricardo Froilán Lagos Escobar, recordado en mis tiempos de estudiante como el modesto, pero capísimo “flaco Lagos”, alcanzó la cúspide de su carrera durante la XII Reunión de Líderes Económicos APEC celebrada en Santiago de Chile en noviembre 2004.

Ahí estaba muy ufano, codeándose con George W. Bush, el sultán de Bahrein, y otros 3.200 potentados del dinero venidos de todo el mundo a hablar de negocios en torno al “mar que tranquilo te baña”.

El país en ese momento se estaba portando bien para que todos nosotros, representados por el jefe de Estado, nos luciéramos ante los distinguidos visitantes. Nada de protestas, la ciudad tranquila, los estudiantes en orden y miles de funcionarios de gobierno y trabajadores del rubro hotelero y gastronómico dando lo mejor de sí para tener a punto tanta sala de reunión adornada con flores, suites de lujo para dormir, pisco sour para entonar la cosa y salmón a la plancha con palta reina que debieron ofrecerse para la ocasión.

Iba todo regio. Las reuniones a la pinta, ningún traspié ni accidente y la figura del presidente Lagos, descollaba como la de un gran estadista. Desde tiempos de don Jorge Alessandri que no teníamos un presidente de tal garbo y prestancia. Hasta el buen Dios puso su parte aportando para esos días una suave brisa sur que disipó el smog y unos cielos cristalinos de atardeceres dorados que hicieron a tanto delegado exclamar: ¡Chitakelindo es Chile! ¡Qué buen gobierno tienen aquí! ¡Tan amables! Pero entonces, cayó el puente.

Al fondo del país, entre Villa Alegre y Constitución, o sea en el hígado de Chile, siendo las diez y media de la noche del jueves 18 de noviembre, se vino abajo el puente que cruza el río Loncomilla. No había huracán ni terremoto en curso, sólo un par de autos de rutina que iban pasando. Milagrosamente no murió nadie, a pesar de haber quedado los vehículos sumidos en el agua.

Fue un bramido del país profundo, un clamor de toda la gente sin sobresueldo ni cuña que trabaja honestamente. Al otro día y hasta el domingo 21 en que se clausuró con gran boato la APEC, nadie le prestó mucha atención, pero al lunes siguiente, quedamos como al otro día de una partusa, mirando los destrozos.

Ahí estaba la espectral imagen de un puente recién hecho, luciendo ahora sus placas de concreto cual alas de murciélago con sus puntas medio sumergidas en el barro. Era una inmensa ave presta a volar a ninguna parte, una desesperada aplicación de la ley de gravedad, un cántaro de leche dado vuelta.

Para peor, el que haya caído por su propio peso dio paso al subdesarrollo y nuevamente vimos campesinas cruzando en balsa sus canastas de pollos, buses rurales atestados de colegiales y gente, mucha gente, gastando zapatos.

Los encorbatados de palacio, entretanto, estaban demasiado ensoberbecida con el jolgorio internacional como para prestar atención a lo acaecido en la base humana de la nación. En lugar de un “mea culpa”, miran hacia otro lado. Nadie hace nada, los burócratas poli funcionales que el presidente cambia de un lado a otro, se tupen enteros y ante tan tremenda incompetencia el dedo de la opinión apunta por primera vez a Lagos mismo.

¿Cómo ha engordado tanto ese hombre? Esa papada que le ha aparecido bajo el cuello…

Resulta que el puente, se vino a saber, contemplaba seis cepas de sustentación y entre gallos y medianoche, para que quedara plata para sobresueldos, se hizo con apenas dos. El constructor, un compadre de la mafia política. Los permisos para que unos camiones vigilados por Carabineros pasaran con cien toneladas, bueno, adivina buen adivinador cómo se obtuvieron. Y así, todo un estilo de gestión, el mismo que tiene a mucho amigote de Lagos en las cuerdas de la justicia, demostró su inoperancia.

El derrumbe de tan reveladora obra fue el campanazo doce de Cenicienta, el momento en que se desvaneció el encanto. Para Chile fue lo que las torres gemelas para Estados Unidos, la virada en la relación espiritual con el mandatario. La gente empieza a sentir lejos a Lagos, como lejos lo llevan sus innumerables paseos al extranjero. Por obra de un tácito acuerdo, se le mantiene en el cargo para que cumpla el ritual, pero no hay constitución ni parada militar capaz de devolverle un lugar en el alma de Chile.

Es el aire de distancia, de arrogancia gubernamental e inoperancia burocrática en terreno, lo que tiñe de gris el último año de gobierno. Es el fin de fiesta en que nadie se fija en los novios y que mucha dama de traje largo aprovecha para echarse cubiertos a la cartera. En ese período no se espera mucho del rey muerto y la atención, naturalmente, se centra en el rey (o reina) puesto.

Como si quisiera si quisiera a toda costa llamar la atención, el otrora estudiante de Derecho, adopta un aire altanero, superior y a ratos francamente despectivo a la gente, como es la rotería de dejar con la mano estirada al presidente de la Cámara en una ceremonia oficial, acto indigno de quien ha recibido la mejor educación en forma gratuita. ¿No es acaso la mano de todos nosotros que quedó en balde ante la soberbia del poder?

Siempre en la misma línea de recalcar su autoridad, premia al responsable político del desastre de Loncomilla, el ministro de Obras Públicas, con un puesto aún mejor pagado como es el de presidente del Banco del Estado. Fue una burla eso, una burla a la opinión pública.

Encima, sus familiares van demostrando tener una extraña relación con el Tesoro Público. Curiosamente, son sus familiares políticos el problema, los Durán y De la Fuente, el yerno Rivas en la CORFO al momento del millonario desfalco perpetrado por la banda Monasterio, Inverlink, García, etc. Siendo Lagos hijo único de madre viuda, parece haber buscado en su parentela adoptiva el sentido de manada que añora el lobo estepario en su absoluta soledad.

Ha de haber sido ese desencanto con la persona de Lagos, tan callando como son los sentimientos sociales, lo que interpreta el cardenal Errázuriz al retarlo durante Te Deum del dieciocho en la catedral. Lo retó en su cara al presidente Lagos y por lo medular de su gestión que es la distribución del ingreso.

Son esas contradicciones que nos muestra la historia, ese Pablo de Tarso que de perseguir a los cristianos se transforma en el gran apóstol, lo que pena sobre Lagos. El entonces flaco era ayudante de la Cátedra de Economía Política del profesor Alberto Baltra Cortés y saltó a la fama cuando, recogiendo las enseñanzas de su maestro, publica el libro “La Concentración del Poder Económico” donde denuncia, precisamente, el nefasto efecto de los monopolios. Estaba pues, llamado por su pueblo, a ser el adalid de la equidad y resultó que bajo su gestión los grandes conglomerados—gobierno, concesionarias, bancos, petroleras, contubernios de la salud y la educación— no han hecho más que incrementar su garra hasta dejarnos a todos acogotados.

“No hay peor tirano que el que ha sido esclavo”, dice el refrán.

Pero la confirmación de estar el hombre afectado por los humos de palacio, la brinda él mismo en la carta que le envió al Duny Edwards. ¿Cómo se atreve a hablarle en ese tono al patrón de Chile?

Hay que vivir en otro planeta para hacer una cosa así. Pero lo más desubicado es la enigmática referencia que hace el presidente a un abuelo olvidado. ¿Qué tienen que ver los antepasados en esto? ¿Es una velada y quizás inconsciente referencia a un “acuerdo de caballeros” que la ciudadanía desconoce?

Lo significativo es que en vez de aclarar punto a punto los asedios de su jauría a las arcas fiscales, se parapeta en el silogismo que en Derecho Romano se llama “argumentum ad hominen”. Es la tendencia a rebatir razones con insultos, de descalificar a quien dice algo en vez de sopesar sus ideas. Dice la misiva publicada en el diario “El Mercurio”:

Señor Director:

Al regresar hoy a Chile (16 de septiembre), me encuentro nuevamente con que su diario da lugar a todo tipo de "informaciones" relativas a parientes míos. Ésta ha sido la tónica de su diario durante todos los años de mi gobierno.

Lamentablemente, cuando se escriba la historia, el suyo quedará como el resumidero de todos los infundios con que se quiso atacar al Presidente de Chile. Lo lamento profundamente. Habría esperado algo distinto dado el conocimiento que usted y yo nos tenemos recíprocamente.

He intentado lo mejor para Chile, para el reencuentro, pero el odio, la bajeza y la forma como su diario permanentemente ha tratado estos temas, creo que hacen que su diario esté muy lejos de lo que dijera su abuelo. Ha terminado el suyo siendo un diario al servicio de una tribu, la tribu que desea sembrar el odio a través de los que escriben su página editorial y la tribu de los que quieren atacar no importa por cuáles medios.

Desgraciadamente ese "periodismo" le hace mal a Chile, pero al parecer a ratos el odio es más fuerte y no importa dañar a Chile.

RICARDO LAGOS

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