EL ÚLTIMO CABALLO
por Pablo Huneeus
Al atardecer pasó frente a mi casa el último caballo. Es el alazán de un jardinero que trabaja cerca y suele volver a su casa por un atajo al final de mi calle que lo lleva derecho por las lomas del Manquehue a Lo Barnechea. En la era del automóvil y del tag, es un vehículo absurdo de lento, podrá decirse, algo que nadie lamenta sea olvidado para siempre, junto a las espuelas y el rebenque. Pero mientras el ruido del tráfico motorizado nos tensa y ensordece, el retintineo de las herraduras sobre el pavimento me trae memorias de infancia a campo travieso.
¡Qué triste para un niño nunca vadear ríos a caballo ni correr liebres a galope tendido! ¿Qué recuerdos tendrá mañana? ¿El videojuego de moda, las tardes en el mall? ¡Qué privilegio fue convivir con un animal tan noble, tan querible y tan amigo del hombre como es el cuadrúpedo que en vez de reclamar bencina, relincha de contento con medio fardo de alfalfa!
Esas cosas estaba pensando al prender el computador, conectarme y echar una mirada a las noticias en la BBC antes de sumirme en mi inveterado desparramo de escritos a medio terminar. "El único motivo para publicar un libro", decía Borges, "es dejar de corregirlo". Y he ahí que me encuentro en primera plana del británico medio con un decir campesino, una bravuconada de guajiro, dando la vuelta al mundo como muestra del garbo y donaire del habla castellana en Latinoamérica.
Es la mofa, en sarcásticos pero respetuosos términos, lanzada en su arenga radial de los domingo por el presidente de Venezuela, Hugo Chávez a su colega de México. En el tono entre burlón y risueño en que el payador desafía a su contendor, dice textualmente Chávez:
"Presidente Fox: hay una copla en mi llano. Usted que es hombre de caballos y de llano también, que dice así, es de Florentino, el que peleó con el diablo: Yo soy como el espinito que en la sabana florea, le doy aroma al que pasa y espino al que me menea."
Seguidamente, acelerando el ritmo añade:
"¡No se meta conmigo caballero porque sale espinao!"
Nótese que no hay ningún garabato, ni alusión a la ilustrísima madre de Fox, doña Mercedes Quesada Etxaide, y que intercala el vocablo caballero. Lejos de descalificarlo, le recuerda, casi admirativamente, su aristocrática y muy publicitada afición por la equitación. "Hombre de caballos" le dice en una implícita referencia a las quijotescas órdenes de caballería regidas por códigos de honor y de buenas maneras.
Lo más significativo, sí, es el intento de igualarlo, de fraternizar con su par mexicano al agregar "y de llano también". Es el campo, la tierra misma de nuestro continente, pero que en boca de Chávez adquiere una especial emoción por provenir él de la región de "Los Llanos" venezolanos (Táchira, Barinas etc.), una maravilla de extensas praderas, ríos pletóricos de vida y fantásticas vistas del espinazo andino que corre del Caribe a la Patagonia.
Claro, las diferencias saltan a la vista: uno es alto y de raza blanca como gringo, el otro macizo y moreno; el padre de Fox era un hacendado de ascendencia estadounidense, el de Chávez, un maestro de escuela rural. Uno se graduó en Harvard y llegó a ser presidente de la Coca Cola antes de optar por la presidencia de la república. El otro vendía en la calle caramelos hechos por su abuela antes de enrolarse en el ejército, donde siendo coronel protagonizó una típica asonada castrense. O sea, uno subió por la escala dorada, el otro por la militar.
Como sea, en un continente donde padecemos a tanto fruncido para hablar, donde nos comemos de vergüenza, parece, la mitad de las palabras, es un alivio ver a un político manejar bien el idioma. Un siete le damos en "comunicación y lenguaje" como le llaman ahora a la asignatura de castellano.
Fox Vicente, el jinete decente, en vez de responder paya con talla, se las dio de tonto grave. ¿Y el sentido del humor que se supone propio de su ascendencia británica? ¿No era tan hábil el zorro? Ordena retirar embajadores, arma toda una alharaca en los salones ¡mire tío qué mal se porta Huguito!
Es cierto que ya antes Chávez lo había calificado de "cachorro del imperio", lo que no deja de ser ofensivo, pero así todo, el que se pica pierde. "Nuestro problema no es con el cachorro" declaró un funcionario de Caracas, "sino con su dueño."
Palabras, palabras, porque entretanto Venezuela cumple a cabalidad sus entregas de petróleo a Estados Unidos, las que representan un quinto del vital elemento que mueve a la gran democracia del norte.
Igual, como los dichos de unos arden más que la bencina de otros, bien podemos decir, a lo jardinero montado en alazán: ¡Agárrate Catalina, que vamos a galopear!