CREENCIAS TÍPICAS
por Pablo Huneeus
Yo sé cuando alguien me está mintiendo es la primera creencia típica que llevamos a cuestas a lo largo de la vida. Basta que nos mire de frente, ojala con ojos azules y tez clara, para que los gansos caigamos.
El inocente jamás va a confesar ser culpable. Es otra de las paradojas que continuamente acechan a la justicia: personas no culpables de infracción alguna y que por afán de figuración, soledad existencial o rayadura mental levantan el dedo para posar en el banquillo de los acusados. Cuando al as de aviación Charles Lindbergh, el primero en volar non stop de Nueva York a París, 1927, le secuestraron a su hijo, unas veinte personas por todo Estados Unidos declararon ser autoras del bullado crimen. Al final, encontraron el cuerpo no lejos de su casa y condenaron a muerte al responsable quien, lejos de auto inculparse, alegó siempre ser inocente.
Ná que ver, o si se prefiere, es pura coincidencia, o ¿para qué ser tan mal pensado? Es la noción del truhán inocente hasta que se pruebe lo contrario. Por eso, muchas gentes confían que las intenciones de la mafia del Transantiago son buenas, que la guerra de Estados Unidos contra Irak no es por el petróleo y que la cerveza Brahma prende tu mente.
Con el tiempo he llegado a cambiarme de bando; soy de los bichos sospechosos que desconfían del alcohol y le rezan al santo Nada es casualidad. Dudar, preguntar y sondear el fondo permite esquivar las rocas que hay bajo la superficie, algunas apenas cubiertas por aguas mansas. Al investigar curiosas coincidencias, sobre todo de los adinerados, se llega a entender el mundo en que vivimos. Y sólo de la mano de Alethia, diosa de la Verdad, podemos salir de la caverna.
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