Urbi et Orbi, domingo 24 de junio de 2001
OJOS QUE VEN...
por Pablo Huneeus
Son las once de la mañana y aún tengo frescas en la retina dos cosas que vi desde el cerro Manquehue a la salida del sol. Sus faldeos superiores son un verdadero altar que Pepe Rabat G. su propietario, ha sabido preservar intacto a beneficio de la ciudad que lo contempla y de unos caballos que pastan por ahí. Cuenta él que ese fundo lo compró su padre en 1933, y que desde entonces no cesan de proponerle loteos, antenas de radio, iglesias, funiculares y restoranes, pero que en memoria suya, se ha empeñado siempre en dejar la parte alta –la más cercana al misterio– intacta.
Una reja con un marco de palo para impedir el paso de motocicletas, un letrero recordando la prohibición de cazar, y ahí está, todo para uno, el bosque de boldos, peumos y litres (mucho litre y algunos quillayes) tal como lo dispuso el Creador Supremo.
Julio Magri, una esbelta dama que ya viene bajando cuando empieza a subir, y este plumario andariego somos de los que vamos a la primera misa, cada uno por senderos separados porque en silencio ese sagrario empapa el espíritu.
Pues bien, hoy subí al aclarar, tipo 7:30, estaba todo escarchado y la primera misa, –la salida del sol–, me tocó a media falda del Manquehue chico. Y a medida que la luz abre el escenario, destacan en todos su esplendor los dos fenómenos que ahora empujan mis dedos al teclado.
Hacia el Noroeste, el cerro El Plomo, cubierto de blancas túnicas, siendo despertado por un vendaval que le arrancaba de la nuca fumarolas de nieve. Se elevaban sobre su testa formando una aureola brillante. Contra el sol naciente parecían ser las mechas desgreñadas de un dios enfurecido. Sobrecogedor, este sacramento de las altas cumbres.
Hacia Pudahuel, en cambio, un vaho azul, –denso y oscuro como costra rancia– tapa ese populoso sector. Lo he visto otros días también, lo cuento en “El Dedo en la Llaga” e invito a quienquiera a presenciarlo con la primera luz desde el final de la vía Roja de Lo Curro. El resto de la ciudad amanece despejado, pero el epicentro de la contaminación es justo la central generadora de electricidad “Nueva Renca”, cuya ubicación la indican unas emanaciones esporádicas de humo blanquecino que se eleva cual hongo nuclear a unos 500 metros. Eso es aparte de la ominosa chimenea por donde expele los gases de combustión.
Dicha usina, que no para de noche ni en horas de restricción, quema diariamente un millón 750 mil metros cúbicos de gas “natural” (92% metano, 4,3% etano, además de propano y butano). Los gases tóxicos (monóxido de carbono, óxido de nitrógeno, dióxidos de azufre y ozono) que aporta a la ciudadanía equivalen a 76.000 autos catalíticos a plena marcha.
A medida que el sol sube y se inicia la actividad de buses y otros, el smog se extiende por el valle entero, pero a simple vista lo peor yace en el radio de dos a tres kilómetros de la mentada generadora. Nada nuevo, si se considera que los peores índices y mayores atochamientos en consultorios infantiles ocurren, precisamente, en dicha comuna.
Lo nuevo es la rabia de pensar que a esta misma hora, quienes autorizaron dicha planta y quienes han sido sus directores (vinculados ambos a la familia Frei Ruiz-Tagle) han de estar comulgando de la mano de un cura, y rogando en su devota acción de gracias que puedan quemar “pet coke” en la generadora de Huasco.
Moraleja: ojos que ven, corazón que siente.