Pablo Huneeus
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DE ANIMA
por Pablo Huneeus

Hace tiempo que estoy tratando de educarme en Aristóteles (384-322 a.C.) y cada vez que salgo a arar por su obra me desespera no haberlo estudiado antes. ¿Qué hizo uno en el colegio? ¿Para qué memorizar tanta fórmula algebraica si la esencia del conocimiento está en los filósofos clásicos? Doce años picoteando ramos sin nunca profundizar nada ¿sirvió de algo?

Pues bien, anoche estaba paseando por su tratado “De Anima” (Del alma, o de la mente), y cada página hace con mi cabeza lo del arado con la tierra: la abre en surcos, dejando todo patas arriba.

Entretanto, danos hoy la masacre nuestra de cada día: palestinos, iraquíes, soldados israelitas, alerces talados y yanquis decapitados. O sea siempre tratando a la gente en categorías excluyentes, como si la idea de una vida decente que pueda tener una familia en Palestina fuera muy distinta a la de una en Pensilvania.

Debiera hablarse puramente de personas, a lo sumo diferenciadas por edad, porque esto de hablar de los musulmanes como si fueran otra especie animal que los cristianos, es erróneo porque las culturas Maya, Occidental, del Islam o del Lejano Oriente no son compartimentos estancos. Al contrario, se nutren una de otra al punto que palabras como almohada provienen del mozárabe hablado por los cristianos que convivían con los musulmanes y los judíos de España.

Es gracias a la civilización incásica que el mundo entero hoy mastica papas fritas, pues fueron los Incas quienes propagaron ese tubérculo natural de Chiloé. Ídem, el tomate (Lycopersicon esculentum), descubierto por los Quechuas en la selva amazónica para luego extenderse su cultivo a México y de ahí a Europa, donde fue promocionado con el nombre de “pomme d’amour” (manzana de amor) por sus propiedades afrodisíacas.

Por su parte, en Alejandría se han encontrado sarcófagos faraónicos tallados con motivos helénicos, como hojas de parra y laureles de estilo dórico, que denotan la impronta de artistas griegos en las civilizaciones del antiguo Egipto. Los números con los cuales el banco computa nuestras deudas debieran pagar copyright a los beduinos de Arabia, pues de allá fueron pirateados, luego de que los romanos no lograran cuadrar cuentas con tanta X y L. Sin números árabes ¿quién podría calcular el XIX por C de IVA que se lleva el César?

Y si de cifras se trata, nada sabríamos del propio Aristóteles, viga maestra de la ciencia occidental, si matemáticos sirios no hubiesen preservado sus escritos durante la baja Edad Media.

Pero, donde mejor se aprecia que iraquíes, californianos, turcos y pascuenses forman una misma humanidad, es en el estudio del alma, que al fin de cuentas, es una para todos. Empieza la obra, con una apasionada defensa de sicología.

“El conocimiento del alma,” dice el filósofo, ”contribuye grandemente al avance de la verdad en general, y sobre todo, a nuestra comprensión de la Naturaleza, porque el alma es en cierta manera el principio de la vida animal.”


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