Pablo Huneeus
Seguir a @HuneeusPablo

FALLUJAH EN EL CORAZÓN
por Pablo Huneeus

El 28 de abril 2003, cumpleaños de mi hermano Pancho, unos doscientos jóvenes de Fallujah salieron a conmemorar otro natalicio acaecido ese día, el del depuesto Presidente de Irak, Saddam Hussein. Empero, la suntuosa sede del Partido Ba’ath, donde habitualmente celebran el onomástico de su líder, estaba ese día ocupada por mercenarios de la 82 División Aerotransportada del Ejército de los Estados Unidos, quienes abrieron fuego de ametralladora contra los festejantes, dejando despanzurrados sobre la calle a diecisiete muchachos, más una cantidad no determinada de heridos y mutilados.

“Peor que un crimen, fue un error” habría dicho el diplomático francés Maurice de Talleyrand (1754-1838). Ese mismo día se desató en grande la rebelión contra la ocupación extranjera de Irak.

Se cree que el nombre Fallujah (pronunciado faluya) viene de “pallugtha”, que en arameo quiere decir división o quiebre. Arameo, recordemos, es el idioma que habló un palestino nacido en Belén llamado Jesucristo, quien junto con protagonizar el Nuevo Testamento, aparece siete veces mencionado en El Corán.

Existe como centro poblado desde tiempos de la antigua Mesopotamia, siglos antes de nuestra era, y cuenta con unas doscientas mezquitas, algunas antiquísimas, ricamente ornamentadas y de gran valor cultural. Así como el cristianismo ha dado distintos brotes –ortodoxos, católicos, protestantes, etc.– el árbol del Islam tiene otras tantas ramas, siendo la moderada Sunni la más seguida en Fallujah.

Hoy es una ciudad industrial de unos 300 mil habitantes a orillas del Eufrates, el río que regaba el Jardín de Edén. Ubicada a unos cincuenta kilómetros al poniente de Bagdad, la de “Las Mil y Una Noches”, no es primera vez que le toca repeler impulsos imperiales de Occidente. Sobre sus explanadas los persas vencen en 244 al Silvio Berlusconi del momento, el emperador romano Giordano III quien intentaba, una vez más, colonizar esa parte del mundo, como más tarde lo hiciera el Imperio Británico para sacarle petróleo.

Durante el Imperio Otomano Fallujah languideció sin destino, pero hacia 1958, cuando el movimiento nacionalista Ba’ath depone al rey Faisal II, títere de la British Petroleum, empieza a despegar. Irak entonces se adueña de su propio petróleo y a diferencia de la dinastía Saudi, que invierte casi todos los ingresos del crudo de Arabia en Estados Unidos, la nueva República de Irak, liderada de 1979 a 2003 por Saddam, los usa para desarrollar el país con educación pública, salud, ferrocarriles, autopistas, empresas nacionales, fuerzas armadas y extravagantes obras de arquitectura, como palacios de estilo oriental, museos y restauraciones del legado histórico.

Entre ellas, una de las reconstrucciones más colosales de la historia: la Torre de Babel y los Jardines Colgantes de Babilonia, construidos a 90 kilómetros de Bagdad por Nabucodonosor II en honor a su esposa Amylis y considerados una de las siete maravillas del mundo clásico.

Por su ubicación geográfica y espíritu nacionalista, en Fallujah se instaló mucha industria que entró a competir con las trasnacionales occidentales. También de ahí provino gran parte de la oficialidad del ejército y de la burocracia gubernamental. En vista de que, encima, es el paso obligado a Jordania y Siria, durante la Guerra del Golfo (1990-91), los ingleses decidieron volar el puente de la autopista que pasa por ahí, pero con tan mala puntería que una “bomba inteligente” de tecnología láser que había de demolerlo de un cuetazo, fue a dar a una feria libre, ocasionando la muerte de unas 180 personas que a esa hora hacían sus compras.

“Daño colateral” le llaman a eso.

Con el bloqueo que sobrevino a ese fallido intento de Saddam por recuperar Kuwait en 1990 (para Irak es una provincia suya capturada por la familia Al Sabah) cerraron las principales empresas de Fallujah, y una inmensa planta de industria química, acusada de fabricar armas de destrucción masiva, fue desmantelada por orden de Naciones Unidas. Cesantía, o sea miles de jóvenes desencantados de la vida, sin droga ni piscolas para ahogar su frustración (el Islam prohíbe la ingesta de alcohol y el crecimiento demográfico es altísimo).

Así todo, las cosas estaban tranquilas en Fallujah hasta abril del año pasado, cuando la gente se enfureció con la matanza del onomástico. En respuesta, se desatan las protestas, supuestamente dirigidas por un guerrillero a lo Manuel Rodríguez (1785-1818) llamado Abu Musab al-Zarqawi, pero de carácter virtual, porque desde 2001 no ha sido habido ni visto por fuentes confiables.

Esta predecible reacción de un cuerpo social herido, le cuesta la vida a una cincuentena de norteamericanos ¿qué hacían ahí? y a cientos de pobladores locales que perecen en los bombardeos de represalia. En los ataques contra la altiva urbe, tres helicópteros de ataque Sikorski UH-60 “Black Hawk” han sido derribados y el 31 de marzo 2004 en una calle angosta, son todas muy estrechas, unos jóvenes le cerraron el paso a una camioneta. La turbamulta que empezó a salir de las casas aledañas agarró a los cuatro ejecutivos de la empresa proveedora de pertrechos militares “Blackwater USA”, que iban adentro, los linchó a palos para luego mutilar con cimitarras sus cuerpos y colgar sus desmembrados restos del mismo puente bombardeado por los ingleses, todo a vista y presencia de camarógrafos (ver “Fahrenheit 9/11”).

Aunque los extranjeros de visita, tipo periodistas o viajeros, siguen siendo bien recibidos, las fuerzas de ocupación se ven obligadas a retirarse de Fallujah. Pero como réplica a la respuesta por la matanza, por no decir en venganza, las FFAA estadounidenses sitian la ciudad en abril 2004. Luego, en septiembre, lanzan sus acostumbrados bombardeos de aviación y artillería contra “posiciones insurgentes”, que no son otras que edificios donde vive gente y finalmente, estos días de noviembre 2004, inician la reconquista.

En Chile tuvimos al coronel español Mariano Osorio haciendo ese trabajo luego de que con un ejército realista de 5.000 efectivos aniquilara a un tercio de los 1.180 patriotas arrinconados en Rancagua, los primeros días de octubre 1814. De nuestro insurgente ejército quedó apenas un pelotón de contusos que escapó a pata a Mendoza, marchando de noche por la cordillera, escondiéndose de día del vengador. En lugar de Guantánamo, a los revolucionarios que no mató, Osorio los exilió a la isla de Juan Fernández y a falta de petróleo para hacernos pagar sus tropas, como lo exigía el Imperio, instauró fuertes impuestos sobre una economía paralizada por la Guerra de Independencia.

El mayor genio militar de todos los tiempos, Alejandro Magno, basó sus conquistas en algo más que la fuerza. Junto con difundir el humanismo helénico, (tuvo al propio Aristóteles de profesor) apuntó a fusionar en una especie de alianza estratégica la cultura griega con la persa, llegando a ordenar en Babilonia matrimonios en masa de soldados macedonios con beldades persas.

Lejos de eso, a Bush no parece interesarle de la antigua Persia más que su petróleo. Su cultura, nada. Su gente, menos (según la John Hopkins University de Baltimore, la invasión ha causado ya la muerte de cien mil civiles iraquíes) y ninguno de los 140.000 soldados americanos asegurando la ocupación se atreve a salir con una Sherezade de Bagdad. Al costo de una fracción de lo que gastan en bombas y mísiles podrían abrir discotecas, McDonalds y K-Marts para difundir la “american way of life” por todo el Medio Oriente. Pero en lugar de conquistar por persuasión, como impone la civilización, conquistan por obra de su aparato militar.

Ahora mismo, sobre la sola ciudad de Fallujah tienen todo un ejército de quince mil hombres en armas, más innumerables tanques, piezas de artillería pesada y bombarderos F-16 vomitando muerte y destrucción. Ahí estiman, habrá unos mil a dos mil rebeldes y armados, apenas, con morteros hechizos y rifles de deshecho. Eso es “fair play”.

Dos tercios de sus habitantes, dicen, escaparon de la ciudad antes de ser totalmente rodeada por las fuerzas enemigas. Viven ahora de allegados en Bagdad o en improvisadas carpas en el desierto, sin agua ni luz. Pero al medio del desigual sándwich, quedan cerca de cien mil personas, en su mayoría de tercera edad, mujeres y niños, la totalidad pobres.

No hay luz, ni agua, ni donde comprar nada. Tampoco, ambulancias, médicos, vendas para las heridas ni remedios.

Las últimas noticias hablan de cuadrantes de Fallujah totalmente demolidos, como en Kabul, de edificio tras edificio sacudido por explosiones que matan a quien se encuentre adentro, de bombas de 500 y hasta de 2000 libras lanzadas por la aviación invasora, de calles cubiertas de cadáveres, de negro humo y llamaradas saliendo de las tiendas. El hospital ¡oh valientes liberadores! fue atacado con granadas y fuego de ametralladora, sus dependencias allanadas, parte de sus equipos destruidos y el personal exhibido de guata en el suelo con manos atadas a la espalda...

Lo del hospital me llegó cerca porque en la reminiscencia genética veo a mi tatarabuelo, el Dr. Nataniel Cox, la mañana del sábado 31 de marzo de 1866 en el Hospital San Juan de Dios (hoy van Buren) de Valparaíso cuando la armada española bombardeó la ciudad.

En el ultimátum que Chile rechazó (querían carbón, el petróleo de la época, gratis) pidieron que le pusieran banderas blancas a las instituciones de bien público, como iglesias y hospitales. Igual, la mala puntería, los “daños colaterales”, hizo arder la Iglesia Matriz, el Teatro Municipal y el hospital, que también recibió su bomba incendiaria.

Cuenta Enrique Bunster en su libro “El Bombardeo de Valparaíso” (1948): Barriadas enteras se sacudían y crepitaban por las explosiones y los derrumbes. No se sabe, con todo, qué fue más impresionante: si la magnitud de la destrucción o la imperturbable calma de los vecinos. Si alguna vez se comparó a los chilenos con los ingleses, seguramente ha sido por esta flema ante el peligro, “Militares, bomberos y demás —transmitían los telegrafistas—se pasean despreciando las balas de los miserables.” El populacho, por su lado, no perdía la ocasión de divertirse en medio del desastre. “La gente del pueblo —dice otro mensaje—recorre las calles con las balas en las manos y juega a la pelota con ellas.” De estos rasgos de humor participaban hasta los bomberos, siendo típica la anécdota del que, volviendo el trasero hacia el mar, gritó a los españoles: ¡Apunten aquí!

Por su parte, el tata, a falta de camillas, se dedicó no a proteger su casa, sino a evacuar al hombro con los estudiantes a los enfermos inválidos.

Otro cumpleaños, el de un nieto ahora. Estamos en el “Friday’s”, los chicos comiendo hamburguesas mientras la soldadesca yanqui avanza en sus tanques Humvee al son de “Heavy Metal” en los audífonos. “La música mantiene la moral”, explica a un periodista el capitán del pelotón, de 25 años, oriundo de Detroit. “We kill on demand”, agrega, (matamos a pedido) “y para eso lo mejor es que los muchachos se sientan como en un juego de video”.

A lo lejos, arden dos oleoductos. En su ensañamiento con Fallujah, –los militares son milicos en todas partes– dejaron desprotegidas las líneas de petróleo que corren por las afueras y los rebeldes, ni tontos ni perezosos, aprovecharon de golpear donde más duele. También, los estrategos americanos dejaron desprotegidas en Irak 380 toneladas de explosivos que adivina quién las tiene y acaban de sustraer de los cuarteles policiales de Mosul todas sus armas y municiones.
Van cuatro días de ataque masivo: 18 soldados americanos muertos, “Bed capacity is reportedly being expanded at the main US military hospital in Europe - at Landstuhl in Germany - to cope with an influx of injured marines from Falluja”, informa la BBC, hemos matado a unos 600 insurgentes exclama jubiloso un comandante, el olor a muerto es insoportable, reclama una dueña de casa, otros dos helicópteros, esta vez AH-1W Cobra, derribados.
Es una actitud de fiera acorralada que se ha cernido sobre los Estados Unidos, como esos tigres medio ciegos que atacan a todo cuanto se mueva. Para quienes hemos vivido en ese país y lo admiramos, es el triunfo de Thanatos sobre Eros, la posesión de un espíritu maligno que lo está llevando a abjurar de sus valores fundacionales y a erguirse en un supra Estado policial, como si el alma de Adolf Hitler se hubiera posesionado de la Casa Blanca.

Del estupor con lo que han hecho en Irak se ha pasado al miedo. Es una potente demostración del producto, como para que todos tomen nota. El problema es que del miedo nace el odio. Nadie lo admite, la mayoría prefiere mirar a otro lado. Formalmente, todo sigue igual con los Estados Unidos, voy a la embajada cuando me convidan y le contesto a mi amigo de Boston cuando me escribe. No es por nada que en el Friday’s pedí sopa de cebolla y té helado en vez de hamburguesas y Coca-Cola. La comida americana cambió de gusto. De un zarpazo la “Gran Democracia del Norte” como le decíamos, está demostrando la vigencia de todo cuanto uno en la universidad rebatía a los comunistas sobre el imperialismo y el capitalismo.

¿Qué pasa si Fallujah esta vez no es la división o quiebre que su nombre indica y cae sin más? ¿Qué nos espera entonces? La actuación de Estados Unidos en la cuna de la civilización no sólo ha debilitado el dólar y encarecido la bencina: ha contaminado la trama social al interior de este pequeño planeta que compartimos los unos con los otros. No, el ataque a Fallujah no afecta sólo a sus habitantes ni a los sunitas de Irak, como pretende la propaganda. Inflama a la humanidad entera, empezando por los agresores porque cada muerte que infligen, también mata algo en ellos.

Por eso, dear Americans: stop killing people!

Contacto © Pablo Huneeus