Pablo Huneeus
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EL PEUCO DEL FRENTE
por Pablo Huneeus

El Peuco, parado en la baranda de la terraza, me mira. Es un magnífico ejemplar del ave de rapiña que los eruditos denominan “Parabuteo unicinctus” y los campesinos de la Patagonia al desierto de Sonora llaman Gavilán Mixto, Ladrón de Gallinas, Aguilucho Rojinegro, Garra del Diablo o bien Harris’ Hawk cuando cruza el Río Grande que separa a latinos de anglos.

Te conozco mosco, vives en el eucalipto del frente, ese inmenso de alto que hay en la trastienda del terreno abandonado de abajo, justo frente a la terraza. Lindo tu nido hecho en la horcadura superior del árbol, donde se divide en tres ramas. Te veo a menudo otear el universo desde tu percha favorita, un gancho seco que apunta al norte, para luego lanzarte en vuelo rasante tras ratas, gorriones, lagartos y cuanto animal de sangre caliente avistes en aire, charco o tierra. Me da una morbosa satisfacción verte luego cortar el viento cual flecha, con algún incauto colgando de tus garras.

Patalean los sapos y culebras en vuelo, cuando los llevas al nido, donde son amablemente recibidos por tus polluelos, quienes entonces, haciendo gala de su educación, dejan de piar. No hablan con la boca llena.

Es la misma guarida que año tras año en primavera arreglas junto a tu peuca, agregándole una lana acá, unos manojos de pasto allá y hasta un trapo me pareció que llevabas el año pasado. ¿Fuiste tú que se robó el cuero de ante que tenía para limpiar el parabrisa del auto? Es ideal el lugar que su alteza y ocasional señora eligieron. Nadie los molesta, no anda un alma en ese terreno y a la vez, estando en los faldeos del cerro Manquehue, no estás lejos de las gallinas que todavía andan sueltas en La Dehesa y Vitacura. Ahora, tú sabes, los pollos se crían en jaulas industriales, sin nunca en sus vidas salir al campo ni estirar sus alas.

Tus graznidos también los conozco, cuando al amanecer te paras justo arriba del dormitorio y te paseas sobre la cumbrera metálica del techo, levantando a los chincoles y golondrinas que anidan en las canaletas. Es un graznido de ultratumba, que estremece las pesadillas y obliga al gato a refugiarse bajo la cama. Gritas en voz aguda y en la tonalidad espeluznante de una vela mayor al rajarse en alta mar. En temporal, es el chasquido de Lucifer, el mismo que tarareas a manera de santo y seña.

Mides un medio metro de alto, ojos amarillos, casi rojizos, plumaje de tintes oscuros y una larga cola negruzca, entre gris y café, con una vistosa banda blanca. Al verte alzado sobre tus pies, se aprecia que tus piernas son de tono blanquecino, cual botas que culminan en tremendas garras capaces de abrazar la baranda entera. ¿Cómo llegaste? Ni te sentí de tan sigiloso que eres para volar. De punta a punta las alas, la envergadura que llaman en aviación, debes tener un metro a metro veinte al menos.

Pero es tu pose lo inquietante, tu aura maléfica, como si dominaras el mundo. Erguido, firme y listo para desaparecer en un parpadear de ojos, miras atento hacia donde me encuentro. Quedo petrificado, sin atreverme a hacer el más mínimo movimiento.

Esa mirada remueve siglos de civilización que apenas cubren los miedos instintivos de la especie. Mis antepasados, ¿recuerdas? a menudo eran cogidos en vilo por tus ancestros, igual que hasta el día de hoy lo hace el Águila Come Monos de las Filipinas (Pithecophaga jefferyi), todo un caza bombardero, un Stuka en picada, de dos metros de envergadura, siete kilos de peso y capaz de voltear antropoides el doble de pesados.

Te las sabes todas, señor Peuco, y yo me sé algunas también por lo que simpatizo contigo, aunque sería una patudez de mi parte decir que soy tu amigo. Un Peuco no tiene amigos, sólo una cómplice cuando de procrear se trata. Tampoco dependes de socios, de grupo alguno, ni de nada que perturbe tu absoluta libertad de matar a quien estimes. Eres el individuo por excelencia, eternamente solitario, feroz siempre.

¿Te gustan las tórtolas, verdad? Una torcaza de aperitivo ¿qué tal? También las palomas ¿no? Hay lindas palomas revoloteando por aquí, de lo más coquetas. Y los pollos, claro, nosotros, tan humanos, los comemos muertos, en cambio a ti te gustan las pollitas crudas. Vivitas y coleando las agarras desprevenidas, cual violador nocturno.

Te las sabes todas, menos una: que estoy a tres metros tuyo, tras el vidrio polarizado del escritorio que te impide verme. Así al menos lo creía hasta que hice un ademán para alcanzar la máquina fotográfica y te esfumaste.

¿Qué me querías decir? ¿Qué andaban unos topógrafos haciendo mediciones bajo tu eucalipto? ¿Qué están muy bien las tórtolas que vienen a la terraza por las migas de pan del desayuno?

Levantando los brazos de pena cayó tu eucalipto. Fue muy rápido, vinieron unos tipos con motosierra y en un rato voltearon la hilera completa al otro lado de la malla divisoria. Van a construir.

Ahora los están trozando para venderlos como leña. No he querido ir a mirar cómo quedó tu nido y si acaso había o no huevos. Con la caída de los árboles entró fuerte el ruido, el chirrido penetrante de la autopista, los camiones tolva, las alarmas y sirenas, todo se siente más fuerte ahora.

Un visitante de esta casa comentó tiempo atrás que esos árboles tapaban la vista. Hacia la ciudad sí, pero hacia la cordillera nevada, en absoluto. Y la ciudad, sometida al urbanismo salvaje de las empresas inmobiliarias, no quiero verla.

Quiero, en cambo volver a verte a ti, don Peuco. Sé que no te gusta anidar al alero de nadie y tienes razón, la gente no es de confiar. Pero si alguna ramazón alta de mi jardín te sirve, mientras yo viva será tuya, todo lo cual tiene un sentido práctico. Tú mantienes el área libre de ratas almizcleras, gazapos come jardines y alimañas surtidas. Curioso, de donde te han corrido se ha plagado de loros argentinos (Myopsitta monachus), esos bullangueros, parecidos al choroy autóctono, que anidan en plazas y faroles de luz.

Además, todas las mañanas, al tomar café voy a hacer igual que mi Mamá: comer la pura cáscara del pan, mientras con la mano izquierda muelo migas para los pájaros. Con eso, las tórtolas van a seguir engordando y multiplicándose, ya son una veintena viviendo en el quillay, por lo que no voy a decir nada si te llevas alguna.

También está el baño de pájaros para que vengas a tomar agua y a refrescarte en verano, como lo has hecho alguna vez. No hace falta que me avises. Tu presencia se nota en el silencio absoluto en que se sumen las aves al avizorarte cerca. Cuando nada vuele ni trine, sabré que eres tú… o la retro excavadora de la construcción.

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