Pablo Huneeus
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DEL TRANSANTIAGO A LA UNIDAD POPULAR
por Pablo Huneeus

El Transantiago lleva a Chile, como el buey a la carreta, de vuelta a agosto de 1973, cuando el despelote socialista tenía a la gente desesperada. Entonces, era un presidente que perdió el control de los mandos medios y se mostraba incapaz de enderezar las chuecuras de sus colaboradores, quienes llevaban ya meses protagonizando un escándalo de corrupción tras otro.

Escasez de alimentos, mercado negro, cesantía sin precedentes, fábricas intervenidas por ideólogos que se lo pasaban en mítines de concientización, predios agrícolas tomados por aventureros de la política, colas y más colas para el trabajador y una retórica revolucionaria que malamente camuflaba la incapacidad congénita del socialismo chileno de administrar bien los asuntos de interés colectivo.

¿Es que el poder los vuelve locos, como a Hugo Chávez, quien empezó sensato y va camino a creerse el Mesías de las Américas? La paradoja del mesianismo es que en nombre de la salvación, sus acólitos imponen el sufrimiento, sea por hambre al desarticular la producción, sea por atochamiento físico al desvencijar el transporte popular o por apagón cultural al censurar medios de expresión.

El objetivo no declarado del quehacer gubernativo, aquello en lo cual hay un virtual acuerdo no escrito, es menoscabar al individuo. Que el pueblo se sienta mal, es la idea. No considerar su opinión, jamás preguntar si quiere esto u esto otro y sumirlo en pobreza hasta alcanzar su total sometimiento.

No se puede explicar de otra manera lo que hacen. Las clases medias de personas seguras de sí mismas, de buen pasar digamos, no sirven a la revolución. La lógica y el raciocinio tampoco, menos la tolerancia y la diversidad de pensamiento. Por eso los vendedores de ilusiones, a igual que la Iglesia, necesitan una clientela masiva de desesperados que vea en el gobierno su redentor. Cuba, Haití, Albania, Corea del Norte son modelos de sociedades que a mayor miseria mejor sustentan tiranías.

Agrupados en torno a un líder carismático que oficia de sumo pontífice —papisa en este caso— forman los mandos medios una oligarquía de tecnócratas. Todos, embebidos de ese desprecio a la gente que el Transantiago demuestra en vivo y directo sobre las calles de la capital.

Para ellos, los millones, las limusinas y las cámaras para dar explicaciones, para el pueblo trabajador, la espera y humillación de largas caminatas, frecuentes trasbordos, abusivos apretujes y mareadores frenazos. Los frenos de los famosos buses oruga Volvo no funcionan al unísono, la suspensión de las máquinas alimentadoras no resiste el peso y el Metro, se volvió asfixiante e inseguro con aglomeraciones para las cuales no está hecho.

Esas caras de angustia contenida en los paraderos ¿no son acaso las mismas de las filas del pan en la Unidad Popular?

Usuarios y no usuarios de dicho negocio, de Santiago o provincia, ricos o pobres, perdemos con este torpe sistema de transporte que han impuesto a la fuerza. Unos por padecerlo, otros por la angustia de ver a tanto compatriota sometido a la opresión.

Por otro lado, resucitan el espectro de la ENU, el proyecto de estatizar la educación bajo la férula laica, idea que mueve las borras de la derecha religiosa a solevantarse por cualquier medio. ¿No oyeron a los estudiantes el año pasado? Doce meses para hacer un proyecto que algo cambia para que todo siga igual. Del estado de la salud pública, otra tara de esos tiempos, hoy nuevamente en cartelera, mejor no hablar.

Entonces, ¿qué será lo que espera la gente agolpada en los paraderos? ¿Qué venga la micro o cambie el gobierno? Es mucha la ira que se ha juntado como para pensar que viene suave esta vuelta del péndulo. Los mismos, haciendo lo mismo van a terminar en lo que sabemos.

No es por conspiración de la CIA, que nos van a volver a dejar en manos de la derecha. Es porque en vez de usar el poder para mejorar la calidad de vida del pueblo, lo usaron de picota para cavar sus propias tumbas.

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