Pablo Huneeus
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LA GATA POPEA
por Pablo Huneeus

Una noche de viento y nevazón, cuando bajé al subterráneo a revisar que no se estuviera inundando, divisé sobre una ruma de libros una gata de cabeza fina y pelaje largo de color ocre anaranjado con motas blancas.

¿De dónde salió? ¿Cómo llegó? Ni idea, pero el mandato sicosomático de la raza felina era inequívoco, así que obedientemente subí a buscarle filetillos de ave, salmón ahumado, en fin lo que fuera para saciar su hambre, además de una frazada polar para abrigarla.

Al extender la frazada me atrajo la atención un libro de tapas duras y letras doradas llamado “Roma”, por Rafael Errázuriz Urmeneta. Es de 1904, impreso en Santiago de Chile y contiene ilustraciones a lápiz de fray Pedro Subercaseaux. Fue por ese enlace con la ciudad eterna que la gata pasó a llamarse Popea, como la amante de Nerón.

Vino agosto con su vendaval de leones aullándole a las bellas sobre el tejado. Se infló la gata, “Por Dios que enroncha a picada de hombre”, le gritaron de una construcción a mi hermana de ocho meses y el jueves pasado empezó el desinfle.

Al volver de mis diligencias —trámites, trámites— había parido tres leoncitos. A llegar la Vero, ya eran cuatro, al día siguiente cinco y sábado siete. En el proceso, han acaecido hechos que ilustran nuestra naturaleza animal.

La noche del viernes encontré medio a medio de la cuna de Popea bajo el alero a la gata juvenil. Le digo así, no por el poeta latino Juvenal en cuyas “Sátiras” denuncia la corrupción en Roma, sino por su aire de adolescente. Es nuevita, gris con pecho blanco, de esbelta figura y esquivo temperamento. Sólo se deja ver de tarde en tarde y de lejitos.

Así todo, es posible que haya tenido su revolcón en agosto, que esté por parir o que haya malparido cuando se le vio, siempre de lejos, con algo que podría haber sido una laucha o un feto. Como dice Quevedo, en estas cosas nunca se sabe.

Lo cierto, es que ahí estaba en la mitad, no sé si ayudando a abrigar la camada (estaba helada la noche), aplastando a un recién nacido cual madrina chocha, o aprestándose a cometer el delito de sustracción de menores con la finalidad de saciar su instinto maternal con hijos robados.

Antes de pestañear siquiera, la agarré de una pata y la lancé lejos. Seguidamente tomé en brazos la cuna con toda su gente adentro y la instalé en la cocina, en el rincón reservado a la aspiradora.

Desde entonces, la Juvenil se mantiene bajo los peldaños a la salida de la cocina y cuando la puerta queda abierta, entra a arrullar a los pequeños. Sus intenciones no eran malas, tampoco las mías. Igual, la confianza es buena pero el control es mejor.

Lo otro que sorprende es la relación entre el septeto de hermanos: se afanan todos por agarrar como sea la teta materna. Las hay para todos, pero en la trifulca parecen políticos lidiando por adosarse a la ubre fiscal. Apenas tienen voz, no han abierto siquiera los ojos, pero sus primeros zarpazos de furia son contra sus hermanos para posicionarse mejor.

Por algo será entonces, que ya en las primeras páginas de la Biblia está la historia de Caín y Abel.

Curiosamente también, el último macho en nacer, un romano oscuro, es el más fuerte de todos. Cualquier coincidencia con el hecho de que yo sea el sexto, y último varón, de los siete hijos que diera a luz mi señora madre, es pura coincidencia.

Hasta el día de hoy mis hermanitas me dicen “el negro” ¿por qué será?

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