Pablo Huneeus
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CINCUENTA AÑOS DE SOCIOLOGÍA
por Pablo Huneeus


Los chicos que en marzo de 1958 fuimos seleccionados para una carrera nueva, llamada Sociología, que ese año abrió la Universidad de Chile, nos juntamos el jueves a cenar en el restorán “La Piccola Italia” de Providencia. Fue la primera promoción, la avanzada o, si se prefiere, los conejillos de Indias del experimento de formar sociólogos en suelo patrio. De los quince alistados en tan novedosa aventura, quedamos cinco: Manuel Atal Yaquich, Francisco (Paco) Fernández Mateo, Eduardo Lawrence Torrealba, Hernán Villablanca Zurita y el infrascrito.

La mesa inicialmente dispuesta estaba demasiado cerca del televisor como para conversar; ante tanto gusto de vernos y ansia de intercambiar experiencias poco interesaban los avatares del partido entre Audax Italiano y Sao Paulo que a la sazón irradiaban en pantalla gigante a la itálica concurrencia.

Reubicados en una mesa del área no futbolera, de partida acordamos que sin la madre del curso, Stella Núñez Rodríguez, la organizadora de las convivencias y encuentros que humanizaron nuestros estudios, éramos niños huérfanos. Tras servir eficazmente en el Instituto Nacional de Estadísticas (INE) y padecer un difícil matrimonio, el 2006 ella se elevó a la eternidad. Igual, Raúl Rivera Errázuriz, el estudiante perpetuo que se conocía a Hegel, a Max Weber y a Parsons mejor que los profesores. El año pasado un infarto cegó su vida contemplativa, dedicada a leer y reflexionar sobre la sociedad humana.

Juan Bories vive en Francia, Luis Lachner, en Costa Rica y Waldo López, se cree que en Aysén, hace años que no sabemos de él. Sí, fuimos pocos de partida, unos quince apenas que entramos al primer año y diez que la seguimos hasta obtener la licenciatura + estudios de postgrado que nos dispersaron por universidades extranjeras de Minnesota a Belgrado, pasando por París y Upsala.

A falta de local propio (las clases se impartían en las tardes en el edificio de Periodismo en el Pedagógico) ¡qué profesores tenía la Escuela de Sociología entonces! Felipe Herrera, fundador y presidente del Banco Interamericano de Desarrollo BID, nos hacía economía; don Mario Góngora, toda una eminencia, filosofía de la historia; Clodomiro Almeyda, sociología política, Raúl Samuel, teoría sociológica, cursos de alemán e inglés, el maestro Orlando Sepúlveda que nos inculcaba precisión metodológica; la Dra. Ximena Bunster, antropología; cursos de historia universal, de sociología industrial, filosofía por Francisco Soler, don Julio Morales, del INE, nos pasaba demografía; estadística, asignatura en la cual casi todos perecemos, en fin, todo un remecer la sesera para enseñarnos a observar el fenómeno humano desde una perspectiva universal.

En lo personal, les contaba al momento de ordenar los fetuccini y las lasañas, le debo tanto a mis maestros de cátedra como a mis compañeros de infortunio aquí presentes. Unos me abrieron el intelecto, pero Uds., les decía me liberaron de la burbuja de clase en que me tocó nacer. Había hablado con inquilinos de fundo y departido con pescadores de Higuerillas, pero siempre de lejos y de afuera, como esos turistas platudos que recorren el país en magnos buses con aire acondicionado y Chardonnay al hielo.

En la universidad, en cambio, me encontré en igualdad de condiciones compartiendo con personas venidas de otros ambientes y que en lo intelectual eran tanto o más aventajadas que este retoño de la burguesía. Sus casas, sus familias e historias, era todo nuevo para mi y muy distinto al credo mercurial en que había sido criado.

Y VILLABLANCA TENÍA RAZÓN

Lo más nuevo y desconcertante para mi, a la sazón un derechista liberal partidario furibundo del presidente Jorge Alessandri Rodríguez, era Hernán Villablanca, a quien yo veía como un marxista dogmático, para peor sumamente culto e inteligente. En las horas de horas que a veces mediaban entre una y otra clase, nos sentábamos en la cafetería a discutir nuestras respectivas ideologías.

No fue la dialéctica materialista ni las citas de Lenin, sino la guerra de Irak y las iniquidades a ojos vista en Latinoamérica, las que medio siglo más tarde terminarían de convencerme de cuánta razón tenía sobre el imperialismo yankee, el efecto devastador del capitalismo financiero (hasta los fondos de pensiones se pelaron) y la codicia por dinero como móvil de la alta política.

Pero si el afán de lucro –corrupción cuando es a costa de bienes públicos- ha permeado la sociedad chilena al extremo, decían, que hasta en la propia Escuela donde nos formamos, en lugar de la investigación básica que requiere el país, se hace mucha asesoría y convenios para organismos adinerados. De la otrora línea más objetiva y universalista del quehacer académico, la conciencia crítica digamos, no queda más que el recuerdo. Hoy hasta la ciencia “pura”, la docencia y la música, todo se ha ido acompasado al modelo, siendo la plata el leitmotiv que rige la principal casa de estudios del país.

Hubo café, pero no postre, o sea ánimo, pero no conclusión. Siendo muchas las coincidencias de nuestras carreras, queda pendiente volver a juntarse, antes de que pasen otros cincuenta años, para aplicar el análisis sociológico a nuestras propias vidas.
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Réplica:
Hola Pablo, excelente tu crónica y muchas gracias por tus palabras referidas a mi persona. Quisiera observar una o dos cosas: Góngora dictó un curso de filosofía de la historia; el profesor de demografía y capo en el INE era Julio Morales ("el negro"). Miranda nos hizo estadística casi nos liquidó a todos. Era profesor en la Escuela de Economía.

Coincido en que nos faltaron las conclusiones y espero que nos quede algún tiempo todavía para alcanzarlas.
Un abrazo.
Hernán.

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