Pablo Huneeus
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CHILE ¿PAÍS SHINTOISTA?
por Pablo Huneeus

Desde 1999 (casi diez años ya) que el gobierno está a punto de decidir si la norma para la la TV abierta (Televisión Digital Terrestre) que reemplazará a TV análoga de los últimos cuarenta años, será la japonesa (IDBS), la estadounidense (ATSC) o la europea (DVB).

El “shut off” o apagón final de la TV análoga, día en que quedan inservibles todos los televisores tradicionales o de la norma equivocada, está previsto para 2014. Aunque muchos países ya tienen decidida, sino en pleno funcionamiento, su TV digital, en el país de dejar del dejar todo para último minuto siguen vendiendo televisores que seguramente el día después servirán para lo mismo que el gramófono de antaño y el más reciente Betamax de Sony que, tras sus pretensiones de universalidad, con la aparición del VHS terminó en el desván de los cachureos.

Entretanto, ha de haber corrido mucha coima a las autoridades pertinentes porque los intereses comerciales son enormes. Chile es todo un mercado para los conglomerados que fabrican equipos, tanto de recepción como de transmisión.

La discusión se ha mantenido en el plano técnico: que si la ingeniería de esta norma o el alcance para telefonía móvil de esta otra. Pero al ser tan grandes los negocios en juego, el tema ha pasado a ser uno de política internacional, con la activa intervención de gobiernos extranjeros, presionando todos por implantar la norma que nos deje a merced de su industria nacional. El embajador de Japón, don Wataru Hayashi, llega a plantear que, lejos de ser una cuestión meramente comercial entre privados, es un asunto de Estado que compromete la relación entre naciones.

Dijo en un artículo del 23 de noviembre 2007 sobre las bondades de la norma japonesa de TV digital: “Chile y Japón comparten una historia de 110 años de estrechas relaciones, iniciadas en 1897 al suscribir el Tratado bilateral de Amistad, Comercio y Navegación. Desde entonces, la historia de amistad, intercambio y cooperación se ha consolidado en el tiempo y representa el lazo más antiguo que Chile tenga con un país asiático.” (asiapacifico.bcn.cl)

Muy diplomáticamente, claro está, el embajador Hayashi omite que Chile, como aliado de Estados Unidos, Francia e Inglaterra en la Segunda Guerra Mundial, fue enemigo declarado de Japón; que el ataque sorpresa de 353 bombarderos lanzados desde seis portaviones nipones a la base naval estadounidense de Pearl Harbor el domingo 7 de diciembre 1941 dejó en evidencia las intenciones del Imperio Japonés de colonizar militarmente América del Norte; y que de no ser por la contundente resistencia norteamericana al expansionismo japonés, de Alaska a Magallanes seríamos súbditos de su sacro y muy oriental emperador.

Prosigue el embajador Hayashi en su panegírico de la norma IDBS: “Asimismo, además de los valiosos y muy importantes vínculos humanos, Chile y Japón también comparten otras características, como es desarrollarse en un territorio geográfico largo y extenso, con grandes montañas, muchos valles y un gran borde costero.”

¿Acaso Italia, México, España y Grecia no tienen grandes montañas, muchos valles y un gran borde costero?

Es que el asunto, más que ingenieril, geopolítico o mercantil, es cultural. Al elegir entre una prensa “Heidelberg” para imprimir libros con tecnología offset y otra igualmente avanzada de marca “Akiyama” no estamos comprometiendo el contenido del texto. Ni siquiera la máquina escogida impone un estilo gráfico: “Lo comido y lo bailado...” no va a salir con gusto a chucrut si se imprime en la máquina fabricada a orillas del Rhin ni con sabor a sushi si lo hacen en la offset venida del lejano oriente. En cambio, la norma para la TV digital decide en gran medida el contenido programático –shows, seriales, noticieros- que entrará al espacio audiovisual chileno en condiciones preferenciales.

Es entregarse, no a un protocolo técnico, sino a una determinada cultura.

Basta ver los programas infantiles japoneses para apreciar que, tal como la sanguinaria caza de ballenas que perpetran frente nuestras costas, sigue ese pueblo animado por el militarismo ultra nacionalista que lo hace tan especial. Son otra cosa, como distinto es el Shintoismo de todo cuanto conocemos, porque al fondo de una cultura yace un sustrato valórico, una manera de ser, que viene de una religión muy profunda, sí, pero tan difícil de entender para nosotros como es su escritura.

Quizás no sea mala idea terminar cuidando el bosque nativos como lo hace Japón, trabajando con esa seriedad, cultivando la tierra con el esmero y pulcritud de sus campesinos y marchando al son de su disciplina, además de comer más sano y ser tan bien educados. ¡Que cortesía y finura de modales encuentra uno en ese país!

Si la idea la idea es ser asimilados por tan evolucionada civilización, que no se haga a la maleta. O sea, que se tenga claro que tras un protocolo técnico viene una cultura, la cual se basa en sistemas éticos de origen religioso más allá de nuestro simple entendimiento. Aunque haya convertidores para programas de otro origen, la norma elegida necesariamente facilita la penetración al espacio audiovisual de la imaginería y mentalidad de quienes la sustentan.

No está claro si Estados Unidos es una cultura aparte o el terreno donde florecen otras. Aunque la Iglesia Mormona, a igual que muchos otros cultos originados en Norteamérica, son fenómenos propios de esa tierra, no hay nada comparable al rol del cristianismo, con todas sus variantes, en Europa o al shintoismo o el budismo en Japón.

Igual, dado que los contenidos han de estar marcados por el origen de la norma, el fondo del asunto no es una tecnología ni la conveniencia de aprender a trabajar como japonés, americano o finlandés, sino sembrar en las nuevas generaciones las bases del shintoismo oriental, del evangelismo mormón, o del cristianismo europeo.

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