Pablo Huneeus
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CONSTANTINO KOCHIFAS CÁRCAMO – In memoriam.
por Pablo Huneeus

En el fiordo Quintupeu, anfiteatro de montañas que suben desde un mar verde turquesa hacia el cielo estrellado, la motonave “Skorpios III” reposa en silencio, acoderada firme junto a los acantilados. La luna menguante, cual luz de sagrario junto al altar, proyecta sombras de misterio y magia sobre las aguas.

Ahí, quizás en el mismísimo fondeadero, durante la Primera Guerra Mundial estuvo escondido el crucero alemán “Dresden” y ahí también cada verano que vamos en familia sentimos la trascendencia mística del lugar. Cascadas que se lanzan en vertical desde las altas cumbres, alerzales inalcanzables, glaciares que resplandecen en la oscuridad, no hay lugar que eleve tanto el alma hacia el infinito.

Como si hubiera elegido a propósito tan espectacular escenario, a la 1:30 de esta madrugada el capitán del buque, Constantino Kochifas Cárcamo, mientras dormía en su cabina junto al puente de mando, respondió al toque de diana diciendo: ¡Avanti a toda máquina!

Levó anclas y zarpó rumbo a la eternidad. Todo, sin importunar a sus pasajeros ni obligar a nadie a seguirlo en tamaña aventura. Se llevó, sí, lagrimones de todos cuántos lo conocimos y admiramos.

En recuerdo suyo, a continuación va una entrevista que le hice en 1999 para un libro llamado “La Vida en Amarillo”. Dice así:

A Constantino Kochifas Cárcamo lo conocimos naranjo, veintiún años atrás (1978), cuando era sólo un lanchero empeñoso de Chiloé. Hoy es el legendario armador de los mundialmente famosos cruceros “Skorpios”. De Europa, de Estados Unidos y de Japón llegan cada sábado hordas de turistas a embarcarse en alguna de las tres lujosas naves que a mediodía zarpan en convoy hacia la laguna San Rafael. Además, su flota de ocho buques mercantes atiende a las mayores productoras de salmón de exportación, y sus astilleros no dejan de matracar fierros para nuevos barcos.

Pero entonces, cuando en dos líneas figuraba en “Las Amarillas” bajo el rubro transporte marítimo, se le conocía en Chiloé como fletero ocasional del ganado que salía de Chaitén, y habilitador de buzos mariscadores prestos a reventarse los pulmones en caletas perdidas.

En aquel tiempo lo entrevistamos para otro libro, “Nuestra Mentalidad Económica”, y vale la pena comparar la tinta derramada en esa ocasión con la impresión que ahora provoca.

Decíamos de Kochifas, en lo que viene a ser una de sus primeras apariciones en letras de imprenta:
“Pero si estoy empezando, —contestó cuando llegué a entrevistarlo…
Ahí está: Ser empresario es estar siempre empezando. Al recibirse de médico alguien adquiere una calidad vitalicia. Llega a ser. Puede pasarse años dedicado a la política o mirando por la ventana, sin dejar de ser doctor.

El empresario, en cambio, jamás llega a ser. Nadie le da título, nadie lo nombra. Se hace a sí mismo, pero nunca lograr terminarse. Su distintivo psicológico es la compulsión por ir más allá.

Constantino Kochifas comenzó a hacerse ese día a los 13 años cuando volvió de la escuela con su hermano y le dijo a su padre que trabajaría para ayudar en la casa. A los cuarenta y seis años de edad tiene tres barcos de cabotaje en los canales del sur, un astillero donde construye un buque con acomodaciones para 60 turistas, cinco camiones, un vivero de ostras, una maestranza, ocho lanchas pesqueras, cuarenta botes mariscando a la vara, una organización que da trabajo a cerca de 400 hombres, una casa de dos pisos recién terminada, una señora y cuatro hijos, pero está empezando.

El barco para turistas que está construyendo en su maestranza a orillas del canal Tenglo es por ahora un descomunal esqueleto de mañíos labrados por donde se afanan unos carpinteros tratando de darle cuerpo. Piensa bautizarlo con el nombre de Skorpios.

Al preguntarle si lo nombrará así por ser la isla del armador griego Onassis, sonríe.

Es bajo, de pelo crespo y espaldas anchas. En la calle uno diría que es camionero pero sobre el muelle de su astillero, con un impermeable gris cruzado y cuello subido, ordenando a una cuadrilla aparejar la grúa para colocar otra cuaderna de una tonelada de peso, recuerda a Napoleón.

Sin levantar la voz, mostrando ser hombre acostumbrado a mandar, imparte instrucciones tranquilas, pero inapelables. Aunque pareciera estar conversando no más, los maestros de abajo reaccionan como si recibiesen descargas eléctricas.

No dan ganas de estar bajo sus órdenes. Tiene la arrogancia del que se ha hecho a palos y la autoridad del que conoce a fondo cada oficio de sus subordinados.

Pero sí dan ganas de estar en su mesa. En el mismo tono y dando media vuelta dice:

– Vamos a almorzar.

En vista de que no hay nadie más cerca, me doy por aludido.

En torno a una mesa de formalita blanca instalada en la cocina se sirven primero ostras. Estamos en el reino de doña Mimí, su esposa. Pan amasado que ella misma retira del horno, cazuela de vaca con orégano mientras afuera se reinicia la lluvia.

“Mi padre era un griego que llegó el año 1934 a Puerto Montt vendiendo mercadería (ropa usada, géneros e hilos). Recorriendo Chiloé con su maleta fue a dar a la isla Chauques, donde se enamoró, tuvo cinco hijos, cultivó un campito e instaló un almacén. Ocho años más tarde falleció mi madre y le vino la ruina. Perdió toda su fortuna y volvió viudo pero con nosotros cinco a Puerto Montt.

Vino de mayordomo de un vivero y aquí teníamos que caminar una hora hasta la escuela de Puerto Montt.

Entonces yo tenía 13 años, soy el tercero de los cinco. Un día del mes de noviembre, aburrido de tanto caminar, de ir y venir, pensando en los trabajos de mi padre, pensando que no podía darnos una educación, tal vez pretendía hacernos profesionales algún día, decidimos con mi hermano retirarnos del colegio.

Entonces llegamos a la casa y le dijimos: no vamos a estudiar más.

–¿Por qué hijos?

–Porque no vemos ninguna factibilidad futura como profesionales.

Conforme. Y yo empecé a trabajar de obrero a los trece años en el vivero de Quipedos. Empecé a trabajar ahí seleccionando mariscos, de tal manera que me ganaba mi sustento y también ayudaba a la caja. Hicimos una caja de ahorros, mejor dicho un cajón de tablas enzunchadas clavado en la pared. A la caja iba todo el excedente que teníamos, luego de comprar víveres para la casa y ropa.

A los tres años pudimos abrirla y con los ahorros obtenidos, compramos la primera embarcación. Era chica, tenía un motorcito Gray a bencina, de cuatro cilindros y 16 caballos. Nosotros no teníamos idea de motores y para hacerla andar movíamos las manillas y si andaba, andaba y si no...

Fue el motorcito en el cual aprendimos todos.

Mi padre sabía hacer redes tejidas, la tejíamos nosotros en las tardes. Total que empezamos a trabajar en la pesca ya con la lanchita más las redes y espineles también. Era todo artesanal, incluso actualmente todavía se ejecuta esa artesanía y de ahí fuimos trabajando. Hicimos ahorros y mandamos después a confeccionar una lanchita de 13 metros, eso fue por el año 56, 57. Le colocamos un motor de auto Nash porque no teníamos medios para contar con un motor diesel marino como corresponde.

Seguimos trabajando ya con dos lanchas. La más chiquita, la que compramos primero, era de ocho metros de eslora y se llamaba Sarconcha. La otra, se llamaba Afrodita; la destinamos a la pesca artesanal de merluzas y al transporte de mariscos. Por aquellos años, empezamos a hacer fletes para los viveros del canal de Chacao.

Entonces, la verdad de las cosas, que sufríamos mucho porque teníamos que amanecernos pescando, enteros empapados de agua de mar que no se seca nunca. No teníamos camarotes, no teníamos cocina, sino que en una olla vieja hacíamos nuestras comidas que consistían a veces en una taza de café, un caldillo de sierra o tortillas fritas, una masa de chapalele, a veces, que es una masa cortada hervida.

De tal modo que le dije a mi papá: –Nosotros necesitamos una lanchita más grande, donde podamos tener una cocinita, camarotes, podemos rendir mucho más.

Mi papá captó la idea. –Sí, se puede hacer, –y entre todos entramos a construir la tercera embarcación que le pusimos Atenas.

A esa lanchita le instalamos un motor petrolero, pero de camión. Entonces con mi hermano empezamos a trabajar con esa lanchita. Era de 14 metros de eslora y cargaba 300 sacos. Con la Atenas hicimos muy buen rendimiento porque ya nos dedicamos a trabajar en gran escala en la conducción de mariscos para los viveros.

Cuando hubo la ocasión, vendimos la primera lanchita y con eso nos compramos una buena máquina diesel para la Sarconcha, un motorcito industrial, sin caja de cambios, solamente con desembrague. No era un motor marino, pero en todo caso ya era petrolero.

Se progresa despacito, siempre dejándose el mejor equipo.

Ya con dos embarcaciones con buenas máquinas, empezamos a habilitar gente de mar en los lugares de trabajo. Llevamos buzos con sus botes, equipos, fonolas para un rancho y víveres para un mes y los dejábamos trabajando. Entonces le recogíamos el marisco y lo traíamos nosotros mismos.

La habilitación, como se llama aquí, es darle todos los víveres para que pueda empezar a trabajar esa gente, aparejarles una lancha con máquina de buzo con escafandra, darles dinero para uno o dos meses para que dejen en sus casas porque no puede quedarse la familia sin comer, para que puedan trabajar sin preocupaciones.

Hay que darles todo el equipo, ver que tengan las mangueras, chinguillos, anzuelos. Y se instalan en lugares por ahí donde puedan hacer sus caletitas. Trabajan unos 30 días, sacan todo el marisco y ahí se cambian a otro sector. Entonces se hacen tres, cuatro, cinco o diez puertos donde el barco pueda pasar después a recolectar.

Primero, habilitamos hombres en el estuario de Reloncaví, después estuvimos trabajando en el estuario de Riñihue, que queda más al sur, frente a la isla Chauques, luego por todo el golfo de Ancud y Aysén.

Hacíamos fletes de bencina para Aysén, bencina en tambores llevábamos. De retorno uno tenía su gente trabajando, y pasábamos a buscar el marisco que producíamos. Llevábamos carga para abajo y volvíamos cargados para acá. Nos fue muy bien trabajando de esa manera.

Entonces tuvimos la oportunidad de conseguir un casquito a medio armar en Queilén, una lancha de 21 metros que hacía más o menos 60 toneladas. La trajimos a remolque a Puerto Montt y aquí la empezamos a reacondicionar: le hicimos cabinas, le reforzamos las cuadernas, pisos para carga. Con gran esfuerzo pudimos terminarla y dejarla apta para ir a Aysén con otras miras. Vendimos la otra lancha para tener dinero para comprar el motor. Logramos un motor de camión, de 6 cilindros y 140 caballos. Era usado pero en buen estado.

El problema con esos motores es que al enfriarlos con agua de mar, la sal ligerito les come el bloque. Fuimos los primeros en instalar tubos galvanizados bajo la quilla, tubos de doce metros que enfriaban el agua dulce del motor.

El año 1950 inauguramos la lancha “Cábala”. El nombre, porque tenemos unos hermanos de mi padre en Grecia en la ciudad de Kábala, una ciudad parecida a Puerto Montt y de tal manera que le pusimos ese nombre y aquí está la lancha. Ahí ya cargábamos 300 tambores de bencina y hasta 1.200 sacos de mariscos.”

TRABAJAR EN FAMILIA

El cuento sigue de lancha en lancha por quince páginas más. Junto a los impuestos y los abogados entran luego a tallar también las deudas, la primera cuasi quiebra que lo tuvo con un revólver en la sien, los sueños con ese barco de turismo que estaba construyendo a pulso, la mano oculta de doña Mimí para hacer que la sopa cunda, y su idea de la familia como motor y razón de ser de la empresa. En esa oportunidad dijo:

Nosotros hemos trabajado juntos los cuatro hermanos y la verdad de las cosas que en una familia deben integrarse todos. Esto es en lo que estoy actualmente luchando con mis hijos y les he dicho bien claro: los problemas existen cuando hay desunión entre hermanos. Y no puede aislarse un hermano creyéndose que él es superior y resulta que no. La unión hace la fuerza. Eso lo hemos demostrado en la práctica…

Y ahora ¿qué tenemos? Un Kochifas donde los 46 años que tenía al momento de la anterior conversación, sumados a los veintitantos transcurridos, suman cincuentidos; no representa más. Una verdadera base naval al final del canal Tenglo, sede de la empresa, donde están los muelles de atraque de la flota, las bodegas de pertrechos indispensables para la navegación como son la centolla congelada y el filete refrigerado. Ocho buques, cinco de los cuales andan en la mar, uno está en reparaciones y dos cargando. Y unas oficinas de madera, algo estrechas, a donde vienen llegando un montón de niños del colegio.

Los niños son los hijos de hijas y cuñadas que laboran ahí mismo, siempre en familia, y que deben concluir algunos asuntos antes de volver a casa. ¿Qué mejor lugar para ir a jugar un rato? Hay botes, máquinas, radares, lavanderías industriales, grúas para encaramarse, walkie–talkies, y bodegas llenas de cachureos donde esconderse. Además, ahí mismo tienen un tata presto a desenfundar gaseosas y cuánto chicle quieran.

Cuenta que tiene ya una nieta grande, que acaba de entrar a estudiar medicina veterinaria en la Universidad Austral de Valdivia.

–Ahí tienes alguien que ya no va a caber en la cosa familiar, ¿qué puede hacer un veterinario en una empresa de cruceros marítimos?– preguntamos.

–¿Sabes cuánta carne consumimos a la semana? Tenemos fundos especiales para criar todo el ganado que necesitamos y ¿quién mejor que ella para manejarlos?–

Una de las hijas de Kochifas maneja la oficina de ventas en Santiago, Luchín está de piloto del Skorpios II, otra hija entra con documentos que debe firmar, y así el clan completo en acción, unido por sentido de familia primaria que anima el corazón. No conocen la soledad; comen y ríen juntos, están siempre pendientes del otro y comparten un ideal común.

¿Tata dijimos? El hombre que tenemos al frente tiene sus arrugas bien ganadas, pero en cuanto empieza a hablar se aprecia que es el mismo de antaño, el que está siempre empezando. Ni los nietos, ni el Mercedes–Benz blanco, y menos los años han mermado su espíritu. Sigue empezando.

EL COSTO DEL CAPITAL

Ahora, es la construcción del Skorpios IV para 300 pasajeros, construcción que ha debido paralizar por la ausencia de créditos de infraestructura, como les llama. Al 15% anual de interés no hay negocio que resulte, explica.

Afuera, dice, un crédito directo está al cuatro y medio por ciento, en dólares. En cambio aquí, el trato a inversión de infraestructura como un barco, un hotel o un avión para transportar pasajeros es el mismo de una frutería, donde muy rápido empiezas a mover dinero. El Estado que no me regale plata, que me preste al cuatro por ciento como está en Europa, más un punto que se lleve el Estado, porque si es dólar o euro siempre se va a mantener en un nivel que sea estable.

Se ha perdido el camino del desarrollo del país. Con esos créditos el empresario chileno no puede. Yo tengo que hacer un hotel por ejemplo en Quitralco, cuesta 12 millones de dólares. Y con el crédito de Chile, ¡no! Tengo que terminar el Skorpios IV que cuesta más de 25 millones de dólares, pero a esos intereses, no lo puedo terminar. Tengo las intenciones de hacer un hotel cinco estrellas aquí en Puerto Montt, tampoco lo puedo hacer. Proyectos hay, lindos, buenos. Pero al quince por ciento, no se puede.”

Salimos a dar una vuelta por las instalaciones. Es una tarde dorada sobre el canal Tenglo, en lugar de la lluvia fina de horas atrás, hay un sol lejano despidiendo el día. Es un hombre feliz este Kochifas, camina a paso firme sobre su imperio con vista al mar. Su muelle flotante para embarcar pasajeros, las lavanderías para la ropa de cama de los cruceros, las rumas de colchones nuevos para reemplazar los que puedan ensuciar los pasajeros, las cavas de licores, frigoríficos, estanques para acopiar agua y petróleo, las grúas, todo lo conoce y explica al dedillo.

Esa grúa, por ejemplo fue hecha para instalarle el motor de varias toneladas de peso al Skorpios III. Para probarla, subían y bajaban un tractor oruga con pala frontal que tiene para hacer movimientos de tierra.

A medida que recorremos talleres y muelles, nos cuenta de los tiempos de la anterior entrevista: Yo estaba estudiando para poder comandar el “Skorpios”, porque ya se me había pasado el tonelaje registro que tenía. Entonces yo dirigía la empresa, a las ocho de la mañana estaba en pie, tomaba desayuno, y al trabajo. A las doce partía a los bancos, a la gimnasia bancaria, de ahí a almorzar, me pegaba treinta minutos de siesta, y al trabajo. Terminábamos a las 20 horas, iba a hacer once cena, y de ahí hasta las nueve y media a estudiar. Mis hijos me decían: “papá, como puede usted...”, yo les daba pecho estudiando.

Yo trabajando con el “Don Amesti” y la “Mariana” en ese tiempo, y la “Mimí”, los tres barcos chicos, manejando todo. Si uno lo sabe, no es difícil hacerlo. Resultado que a ellos, mis hijos, le tocó igual, trabajar y estudiar navegación.

Y a propósito de la antigua motonave, “Don Amesti”, nos acercamos a ver los trabajos de restauración que le está efectuando. Con la llegada de los “Skorpios”, y de la carretera austral, cayó en desuso, pero consultado su padre en sesión de espiritismo, mandó decir que la conservaran, cueste lo que cueste. Estuvo años de para, y ahora es crucial en el negocio de llevar alimento a las salmoneras.

EL DETALLE

Pero lo que nos deja perplejo es su conversación con unos carpinteros que están reparando el puente de la “Don Amesti”. Están arrancando el terciado marino que cubre el piso del puente, por la banda de babor. Saltan las astillas de madera revenida.

En tono familiar, como de viejos amigos, les advierte a los carpinteros que un chubasco se avecina, para que dejen todo tapado, pero al comentarle el maestro lo malo que estaba el piso, Kochifas le replica sin pestañear:

–Sí, el piso tiene que estar malo ya, pero las vigas fueron de roble así que deben estar buenas.

–Claro, las vigas están sanitas, –contesta el maestro dándole a una un golpe demostrativo con la ganzúa. Suena como golpear un fierro.

¿Recuerda alguien vigas de treinta años atrás? ¿Cuál es su secreto para recordar cada palo de cada uno de sus barcos? Más aún, suena el celular, es el cirujano del Hospital Clínico de la Universidad Católica de Santiago para informarle de la operación al corazón efectuada a la esposa de uno de sus capitanes. Fue un éxito, las suturas fueron así y asá, la presión arterial tanto… o sea, no sólo está enterado el hombre del estado de cada madero y perno de la empresa, sino también de lo que pasa a cada miembro de las familias de sus colaboradores.

Refiriéndose a los grandes barcos cruceros que operan desde Miami, señala: “Esos barcos gigantescos son para hacer juego... Yo no me atrevería a dormir adentro de un barco de ese volado ¿sabes por qué? Por un zafarrancho de incendio. Imagínate, se corta la energía eléctrica y quedas marcando ocupado, no sabes para dónde ir. Entonces te puede dar un infarto

Aquí lo primero es una orden de salir a cubierta con o sin chaleco salvavidas, porque tenemos ciento por ciento de elementos de salvamento en cubierta. Y las habitaciones cada una tiene su chaleco salvavidas, así que si hay un zafarrancho de abandono cada uno tiene que pescar su chaleco y salir para arriba. Y está prohibido una vez que estás arriba, bajar. El chaleco salvavidas es automáticamente una seguridad.

Hoy en día la autoridad marítima está muy estricta, tienen mucha razón. Yo les explico a mis pasajeros, que han visto la película, que el Titanic tenía sólo un 50% de elementos de salvataje... Hoy es cien por cien en cada banda, ésa es la exigencia. O sea, si el barco tiene tres mil pasajeros y mil tripulantes, debe tener elementos de salvataje para cuatro mil personas por banda. El que no lo tiene, está burlando la ley.

Cuando hice un zafarrancho en mis barcos, un simulacro de naufragio, vi cómo la gente se atropellaba para bajar a buscar un chaleco. Por eso, ahora los elementos de salvataje, además de tenerlos en las habitaciones, los tienes duplicados arriba.

Nosotros transportamos entre los tres barcos 300 pasajeros. Y el cuarto es para 300, pero va a conservar las mismas cosas del Skorpios I, II y III, que todos almuerzan y cenan en un solo comedor a un mismo tiempo. Los almuerzos y cena son atención personalizada, comidas calientes, hay un sólo día que es buffet...”

Quien haya hecho el viaje, lo recordará con nostalgia por siempre: la navegación por los canales, los camarotes impecables, la deliciosa comida, mucho marisco, todo fresco, el pan recién amasado, los hielos del ventisquero San Rafael, el silencio de la laguna, y las horas en el puente mirando cómo se maneja un buque. Es de los mejores destinos que se puede tener en vacaciones, y la más hermosa experiencia que ofrece la industria turística de Chile.

A bordo, se traban amistades, se parchan matrimonios y establecen nexos. De capitán a grumete, el trato es familiar y pareciera que la tripulación disfruta tanto el crucero como los pasajeros. En cualquier parte del mundo, uno encontrará que los viajeros del Skorpios forman una hermandad con la familia Kochifas –uno de cada tres pasajeros repite el viaje y el quinto es gratis. Mantienen todos a Chile en su corazón.

* * *

Nosotros, en cambio, los que quedamos en la vida terrenal, lo vemos con los mismos ojos con que miramos un buque alejarse del puerto. Habríamos querido estar en el castillo de proa, viendo como su nave abre las aguas para dar paso al empuje. Añorando desde el muelle, también habríamos querido hacer su vida, la que nos enseñó con su ejemplo. Se va cual sol al atardecer…

REPLICA:

Soy Tamara Rodríguez Kochifas, orgullosa nieta de Constantino Kochifas, la que es Veterinaria y estoy trabajando con ellos en Puerto Natales.
Quiero agradecerle a nombre mío y de toda mi familia la reflexión que escribió acerca de mi abuelo. Fue un gran hombre y un ejemplo a seguir.

Tamara.

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