Pablo Huneeus
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HUMANIZAR LOS CONTAINERS
por Pablo Huneeus

Desde los años 1980 que diariamente arriban a los distintos puertos del país buques cargados de contenedores metálicos con mercadería importada en su interior. (Ver Imagen)

Apodados «containers» son, como quien dice, piezas del buque que entran en régimen de «importación temporal», o sea sin pagar derechos ni IVA, a fin de que el transportista internacional, –la naviera Hapag-Lloyd u otra– los entregue en la multitienda, minera o importadora de baratijas a la cual están destinados.

Luego vaciar su contenido, la naviera retira estos envases de oportunidad y los apila en basurales enrejados a la espera de retornarlos a su país de origen. Es tan caro fletarlos vacíos al hemisferio norte que al comercio internacional le conviene más agenciarse en Shanghái o Hamburgo otro nuevo para embalar la siguiente remesa de cachivache a Iquique o Valparaíso.

Como el grueso de las exportaciones chilenas –mineral de cobre, astillas de bosque nativo, harina de pescado– sale a granel, en bruto, y son escasos los contenedores que luego de su primer uso se reciclan, han debido irlos acumulando en ominosos montones de libre oxidación que evidencian «urbi et orbi» el despilfarro nuestro de cada día.

De Arica a Punta Arenas debe haber ya unos 150.000 contenedores cesantes y cada día bien puede ser una media docena neta los que se suman, otros dos mil al año.

De buen acero y probada resistencia, en su mayoría tiene, según el modelo, sus doce o seis metros de largo por unos 2.38 m de ancho y alto; lo ideal para servir de oficina, bodega, sala de clase, retén de barrio y vivienda familiar.

Con soldadora se les abren ventanas y con cariño se decoran a gusto, además de añadirles aislación térmica, tabiques internos y baño privado, todo de mejor calidad y prestancia que los cobijos de constructora.

Son apilables, transportables de un emplazamiento a otro y más defendibles de los patos malos y las termitas que la casita de madera. ¡Dénselos a la gente y verán cómo los quieren!

¿Precio? Ahí está el quid del asunto. Mientras no se destraben las taras burocráticas que lo mantienen arrumbados, hay que comprárselo a la naviera y pagar internación + 19% de Impuesto al Valor Agregado.

Pero si un emprendedor del talante de Felipe Cubillos Sigall (1962–2011) habla con las navieras, mueve a los burócratas y consigue ayuda de los camioneros, capaz que pueda liberar una buena cantidad de estos artilugios para que sirvan donde esta noche hacen falta.

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