Pablo Huneeus
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VOLVIENDO A LOS LIBROS
por Pablo Huneeus

Por varios meses ha permanecido esta página web abandonada, sin remozar ni actualizar. ¿Motivo?

Primero, le acaecieron reiterados descalabros a mi computador (un portátil Compaq Armada 1590 DMT). Había resistido desde toma de notas en el desierto de Atacama hasta inspiraciones en el golfo de Ancud, pero contra las arcaicas líneas digitales en que la Telefónica, la única, mantiene sumida a medio España, no pudo. Lesionado en Barcelona, no fue nunca el mismo. A la vuelta, contrajo una influenza viral que lo sumió en el mal del siglo: la depresión nerviosa.

El módem dejó de andar, no quería hablar con nadie. Largos períodos de hospitalización en Microcare, módems traídos de urgencia desde los Estados Unidos, reinstalación de Windows, cataplasmas de alcanfor, ampliación de memoria, nada lo sacó de su obstinación por mantenerme incomunicado.

A ratos andaba, y apenas, con el puro Word, hasta que Patricio Silva dateó a la Vero de un técnico sabedor y honesto, una “avis rara” en medio de tanto riflero del ambiente informático. Ayer el arcángel Gabriel, tras una diez horas de bajar drivers y sahumerios terminó de hacerle su terapia y hoy cumple la máquina su primer día entero de comportarse como la gente ¡Alá es grande!

El otro motivo es la vuelta al papel. Tal como las Páginas Amarillas, la Enciclopedia Británica, el diccionario de la Real Academia, y muchas otras publicaciones que se metieron hasta las masas en el medio electrónico –Internet, CD’s, libros electrónicos, etc.– estaba yo adentrándome en ese callejón sin salida, donde nadie está dispuesto a pagar por contenido.

Todo, por una razón esbozada magistralmente por el sociólogo, bibliófilo y genial novelista Umberto Eco, autor de “El Nombre de la Rosa” y del extravagante y entretenidísimo bestseller “El Péndulo de Foucault”. Sostiene que el libro, junto al cinturón y al cuchillo, es de esos objetos inherentes a la condición humana. Hecho para la mano como el tenedor para la boca, no requiere instrumentos para usarse, ningún invento logra reemplazarlo, sirve a cualquier hora y en todo lugar. Fácil de guardar y de acumular hasta la ostentación, nada lo supera como receptáculo de información. Se han ido embelleciendo también con lindos empastes, ricas tipografías y a veces geniales parrafadas que uno mastica una y otra vez como el rumiante la alfalfa. Pero lo principal es que a la gente le gusta y está dispuesta a pagar por tenerlo.

Es así como en Alemania el libro es el segundo objeto de regalo y en Chile ha pasado de las ferias de libros a la venta informal en las calles, para luego ingresar hasta los mismos supermercados, donde vemos salir una “Historia de los Cátaros” junto a la mayonesa y los tomates.
Si el vino, la ampolleta y el pescado entraron al supermercado ¿por qué el libro no?

Por todo eso fue que me pegué la virada. Luego de las fiestas patrias nos propusimos reeditar de un viaje seis títulos (En Aquel Tiempo, Filosofía Clásica, Amor en Alta Mar, ¿Qué te pasó Pablo?, Dichos de Campo, y Nuestra Mentalidad Económica). Compra de 3,5 toneladas de un papel de pasta mecánica (no blanqueado con ácido), lo suficientemente grueso como para evitar que se trasluzca el texto del reverso, rediseño de las portadas, actualización de disparates, etc. etc.

El último, “Nuestra Mentalidad Económica”, además de ponerle, a falta de pirañas, un tiburón hambriento en la portada lo rescribí casi entero para incluir las marcas del feudalismo en el comportamiento empresarial y tipificar al especulador financiero, el nuevo genoma humano del modelo.

Acompasarse con los supermercados ha costado semanas y semanas de gestiones; que los códigos de barra, claves Adexus, horarios de entrega “non food”, en fin es toda una cultura esas organizaciones nacidas durante la Segunda Guerra Mundial, cuando mandaron a los empleados de comercio al frente de batalla y a las vendedoras, a las fábricas de balas. En reemplazo de las mini tiendas especializadas donde a uno le pasaban cada cosa, se crearon, entonces, unos galpones de auto servicio con una sola cajera en la puerta para que cada cual eligiera por sí mismo los productos.

Su origen bélico iba de la mano de las torres y bombas que caían mientras hacía antesala para hablar con tal o cual administrador de supermercado.

Como sea, al fin están los libros míos, y a muy buen precio, en los Jumbo de Bilbao, Alto Las Condes, Rancagua, y los Líder de Puente Nuevo, Vitacura, Viña, Antofagasta, Talca y Temuco, además, por cierto, de las librerías tradicionales que no han quebrado como la Antártica del Parque Arauco y la JM Carrera del Apumanque.
Por eso, recién ahora que ese vuelo en que nos embarcamos se encuentra estabilizado a su altura de crucero, puedo desabrocharme el cinturón y volverme a conversar con los amigos.

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